lunes, 26 de agosto de 2013
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UNA PARED ES INESTABLE
Querida Mariana: las paredes son inestables. No me refiero a su fragilidad ante cualquier temblor. Me refiero al carácter. Eduardo me sorprendió el otro día al decir “Estoy jodido, me siento como pared”. Al principio no entendí, pero luego supe que sentirse pared no es una sensación agradable. Las paredes pueden estar húmedas, escarapeladas, grafiteadas, pintarrajeadas, bofas o sin repello. Además, si se mira bien, las paredes son elementos constructivos necesarios pero molestos. Impiden el paso de la luz y del aire. Son elementos delimitadores. Sólo los hombres invisibles pueden pasar a través de las paredes. Los simples mortales nos sentimos mal cuando una pared nos recuerda que hay límites. Para nuestra vanidad humana esto resulta un mazazo. Al final de cuentas entendemos que somos igual de frágiles que los muros.
Y digo, niña mía, que las paredes son inestables porque no se sienten bien en ningún momento. ¿Qué piensa una pared cuando le meten un clavo? ¿Qué cuándo un bolo, a medianoche, la riega con un potente chorro de orín? ¿Qué siente una pared cuando un delincuente la burla y la deja en ridículo? Y no sólo se trata de los actos indignos, también debe ser frustrante servir sólo como colgadero de un cuadro de Picasso valuado en cincuenta millones de dólares.
Los muros ciegos deben estar tristes por el destino oscuro que les tocó, pero los muros con ventanas deben sentirse mal porque cualquier voyeur rompe su intimidad.
Eduardo tiene razón, sentirse pared es estar muy jodido, es sentirse atado, sentirse con grilletes, adosado a la cintura del tedio.
¡Pobres, las pobres paredes! Su única posibilidad de vida está amarrada al movimiento telúrico. Cuando la tierra se hamaquea, la pared también pareciera tomar vida y ella imagina que puede alzar el vuelo, pero un grado Richter más derrumba su sueño y quiebra su columna vertebral. ¡Todo se va al suelo! Sentirse pared es como sentirse atado al piso, como simple soporte de una losa. ¡Jodido, pues!
Días después hallé a Eduardo, sentado en una silla de plástico, frente al bulevar, tomando un coco, afuera del local donde los venden. Lo miré bien. Le pregunté cómo estaba, sonrió, y dijo que ya no estaba tan jodido. Después de todo, dijo, todos los hombres somos un poco paredes. Tal vez, pensé, el chiste sea elegir qué tipo de pared desea uno ser. Tal vez, en lugar de ser una pared hecha con bloc, valga la pena ser como una pared de bajareque o de adobe. Estas últimas paredes no son tan resistentes como las que tienen estructuras metálicas, pero son más de la tierra, más del cielo.
Ya lo dijeron los sabios: la vida no es sencilla ni fácil, pero puede hallarse ciertas compensaciones: ser pared de aire. Hay gente que lo logra. Los afanes del hombre deben estar puestos en ello.