viernes, 16 de agosto de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE UN CRUCE DE CARRETERA





“Arre que llegando al caminito…” El hombre ve a la izquierda, por si viene algún auto con trescientos caballos de fuerza. Mide su fuerza, porque él tiene sólo un burro de fuerza. Luego verá a la derecha, por si ahí viene un auto. El hombre del sombrero, cada vez que realiza este acto, debe ver hacia los dos lados. La carretera no es el camino más adecuado para el burro. Nunca lo ha sido. Acá, ambos, deben cruzarlo para llegar a la parcela donde el hombre siembra su milpa. El burro le ayuda a cargar sus cosas. Antes, los burros comitecos (sin alusión a alguien en especial) acostumbraban cargar barrilitos llenos de agua o cajas de refrescos (las famosas gaseositas verdes de don Jorge Soto). Ahora, los burros cargan otros objetos. El de la fotografía lleva un balde todo lleno de hollín (sin duda que lo ponen en la brasa para calentar el agua). Del otro lado lleva un tanque fumigador. Casi podemos asegurar que el tanque va lleno de alguna sustancia matazacate.
El hombre ve hacia un lado y luego hacia el otro. Si no viene carro, azuza al animal para que avance. “Arre, burro”, dice y lo jala con la cuerda. El burro, siempre obediente, avanza. Nunca entendí por qué a los niños tontitos les ponían orejas de burro en los salones de clase. Nunca lo entendí, porque los burros, siempre, atienden las órdenes de sus amos. A veces necesitan un jalón de cuerda, pero avanzan o se detienen. Los burros, al menos en Comitán, han ayudado en muchos oficios. Siempre cargan. Ese es su destino. Pareciera que la estructura de estos animales estuviese hecha para cargar. Cargan leña, cargan costales con barro, cargan el mandado, cargan hombres y mujeres. Una vez, en un rancho, me tocó cabalgar sobre un burro. Los demás caballos eran briosos y yo, penco, necesitaba una bestia ídem.
Pobres burros. Van a donde los llevan. Por esto, el símil sí es correcto cuando se aplica la palabra burro a un hombre que se deja conducir por otro. Aquéllos que no tienen opiniones propias y que son fácilmente manipulables sí merecen el trato de burros. Los que, en la escuela, no saben cuánto es dos más dos, no deben recibir ese trato. El trato de burros debe ser aplicable sólo a personas mayores, sin criterio. Aunque María, quien, todo mundo sabe, es una juguetona deliciosa y le encanta el albur y la dulce perversión, dice que su amante es un burro, pero por otras cositas que lo hacen distinto al común de los mortales.
El hombre, nada tonto, lleva un sombrero. Sus jornadas de trabajo le exigen estar expuesto al sol. Con el sombrero se cubre. ¿Con qué se cubre el burro? Pobre burro no tiene modo de atemperar los rayos del sol. Por esto, si el lector ve con atención la fotografía advertirá que las patas del burro están lesionadas. ¡Dios mío, no tiene una sola pata que esté limpia de heridas! El burro no se queja, camina, cuando el hombre jala la cuerda.
¿Será que entre los objetos que carga hay una bolsa que lleve algo de alimento para él? ¿Será que no sólo el hombre lleva su bola de pozol blanco, tortillas, sal y chile para su alimento? ¿Qué trato le da al pobre animal? La fotografía no puede decir más. Sólo advertimos que el hombre está a punto de dar el paso y jalar al animal para cruzar la carretera.