viernes, 30 de agosto de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA CON COMPLEMENTO





Los artistas exponen sus propuestas estéticas. Los artistas dicen que cada obra de arte está incompleta, hasta en tanto no la complemente la lectura del espectador. ¿Es cierto? Para comprobar lo anterior, una tarde de éstas ¡jugamos! Él, muchacho irreverente y juguetón de diecisiete años, se colocó del otro lado de la mampara y “completó” el cuadro. Ahora, los espectadores tienen una imagen que juega con la idea. El lector puede seguir el juego e imaginar que el hombre del grabado ya encontró el par de piernas y pies que le faltaban. Tal vez, al hombre del dibujo le creció la nariz porque decía muchas mentiras a la hora de dar respuesta acerca de la carencia de pies. ¿Por qué no tienes pies?, preguntaba la niña y el hombre del cuadro ¡mentía! Porque, ¡seguro!, ni él sabe bien a bien porque no tiene pies. El artista lo pintó incompleto para que no huyera. Se sabe que, en muchas ocasiones, la obra toma vida y camina por caminos insospechados. Tal vez el artista que pintó esta imagen la dejó como encerrada para continuar con el control.
Ahora, si al espectador le gusta jugar el juego de la imaginación puede imaginar que el hombre comenzará a caminar con los pies prestados (¿o es al revés y los pies caminarán con el torso prestado?). La parte superior de este cuerpo está cubierta con algo como una armadura, por eso el hombre se ve tan rígido; por eso, su inmovilidad creó ramas alrededor de su cara. Ahora, con el par de tenis con “cordones” verdes y pantalón de mezclilla, podrá caminar con total libertad y con gran desenfado en medio de jóvenes juguetones. Al principio creará cierta curiosidad. No es común ver hombres pinocho caminando por el parque; no es imagen común toparse con un hombre gris, en blanco y negro, que camina por los pasillos con tenis modernos.
Esto fue un simple juego, pero acá está la imagen que abre otras ventanas. Abre las ventanas de la imaginación. ¿A poco no es esto lo que pretende el arte? El arte se expone en museos o al aire libre a fin de que los espectadores jueguen e imaginen que otro mundo puede construirse. Acá, en esta imagen, lo único que está oculto es el par de manos y el sexo. Si continuamos con el juego podemos jugar a adivinar si las manos están adentro de las bolsas del pantalón o juegan con su sexo. Podemos jugar a adivinar si el sexo también está cubierto con ramas. Jugar a adivinar si su sexo crece cada vez que dice una mentira. Su sexo es parte del hombre en blanco y negro o es parte del muchacho de pantalón de mezclilla. ¡Dios mío! ¿Y si jugamos a imaginar que este hombre es único y especial y tiene dos sexos, uno del hombre en blanco y negro y otro del muchacho de la mezclilla azul?
El rostro del hombre en blanco y negro está como sorprendido. Sus ojos, como claraboyas llenas de oscuridad, ven hacia donde la rama va creciendo. Parece preguntarse por qué el árbol crece, hasta dónde llegará.
Tal vez, digo sólo que tal vez, en algún momento, el muchacho de diecisiete años, también pensó en que es posible tomar otra personalidad y complementar algo que, en la adolescencia, es como un hueco. ¿Es bueno tener una rama como nariz? ¿Tiene ventajas saberse dueño de una planta productora de oxígeno? ¿Es bueno pensarse refugio para pajaritos?
El muchacho preguntó si ya el fotógrafo había logrado la toma y cuando oyó que sí, entonces, salió del “cuadro” y, en compañía de su amiga, caminó hacia el parque. Atrás sólo quedó esta imagen, una imagen que ahora ya perdura.