sábado, 15 de marzo de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO TODO ESPACIO TIENE UNA VOCACIÓN





Querida Mariana: en los pueblos antiguos, los barrios se distinguían por oficios. Los plateros ejercían el oficio en el barrio fulano de tal. Así, las mujeres se colocaban un chal en la espalda, salían de su casa y caminaban hasta llegar a ese barrio donde buscaban al platero de su confianza para recargarse en el mostrador de madera y encargar un rosario. ¿Cómo un barrio hallaba su vocación? ¡No lo sé! Eso es chamba de los cronistas. En Comitán, por ejemplo, el barrio de la Cruz Grande (me cuentan) era famoso porque era barrio de matanceros de cuch. Me cuentan que en la madrugada se oía el quejido de los cerdos en el momento que los matanceros les metían el cuchillo para abrirlos en canal. Una compañera de la preparatoria que vivía por ahí me contaba que ella sufría al oír cómo la madrugada se abría en canal, igual que los cerdos, a la hora que el silencio era cortado en dos. A veces, cuando íbamos a cenar, ella no soportaba el más mínimo olor del cerdo. ¿Taquitos de maciza o de surtida o de orejita o de lengua? ¡Qué risa! Ella los abominaba. Con solo oírlos mencionar se llevaba la mano a la boca para evitar el asco.
Pero no sólo los barrios tenían su vocación, también las ciudades. ¿Quién no ha oído decir que León es la capital del calzado y Taxco la capital de la plata? El otro día alguien me dijo que Amsterdam, en Holanda, es considerada una ciudad cuya vocación es el sexo. El primo de un amigo me dijo que en las calles hay vitrinas donde, como si fuesen aparadores de una tienda comercial, las muchachas alegres muestran sus encantos que pueden ser admirados por todos los peatones. ¿Lo imaginás? Yo sí, ya sabés que soy un perverso. Debe ser bonito pasar frente a esos aparadores donde están las chicas que ofrecen sus servicios sexuales. Acá no es Holanda, pero, si bien no estaban en aparadores, las chicas buenas ofrecían sus servicios en plena calle. Ese espacio (los viejos deben acordarse) se conocía como la calle de Tía Maty, porque ella era la mandamás del lugar. Ahí las prostitutas (con vestidos a mitad del muslo y labios pintados de rojo achiote) esperaban en las puertas de los cuartos. Cuartos en penumbras, apenas iluminados por las veladoras de un pequeño altar. La gente caminaba por esa calle: niños del barrio que jugaban, vecinas que iban por el pan y el kilo de café, y hombres que iban a darle sosiego a su calentura. En ese tiempo no se conocía el Sida ni era costumbre el uso de condones (preservativos se llamaban). Cuando alguien contraía una enfermedad venérea iba a la Farmacia de Cirito y con una pomada o una inyección se curaba de los chancros. La calle estaba muy lejos del glamour de las calles de Amsterdam. En Amsterdam se ven los canales llenos de flores y de agua limpia. Acá el único canal era el de la unión de calle con banqueta que permanecía siempre llena de orines. Era una calle empedrada, paralela a la parte posterior al templo de San Caralampio. La tía Godofrina nunca le creyó al tío Epigmenio cuando éste, como justificación por llegar a las nueve de la noche, decía: “es que pasé a ver a Tata Lampo”. “¡Pendejo -decía la tía- a la Nana Lampa fuiste a ver!”. La ventaja de nuestro barrio era que acá las muchachas no estaban detrás de un cristal. Ellas estaban a la vista y a la mano de todos, con sus gorduras que rebasaban por encima de la cintura del vestido. Eran gordas, chaparras, morenas, mal habladas; reían como si fuesen chachalacas. Javier se acuerda mucho de una chaparrita que cuando le preguntaron qué hacía respondió: “acá, bajando calzón para tus compadres”. Los hombres caminaban por la calle empedrada, iban de un lado para otro, viendo, atreviéndose. Algunos se paraban y platicaban con la mujer, hacían el trato, entraban al cuarto. La mujer, antes de cerrar por completo, asomaba la cabeza y cerraba. Adentro, el cliente hallaba una cama bien tendida, con colchas remendadas y una mesa que servía de oratorio, con la ya citada veladora, un rollo de papel higiénico y una palangana con agua. Tal vez, en la pared de la cabecera estaba el famoso cristo que tanta polémica causó en una ocasión cuando un “persignado” se alarmó porque en la novela “Aura”, de Carlos Fuentes, se hace mención. El “persignado” solicitó a la Secretaría de Educación que el libro no fuese material de lectura para alumnos de secundaria y bachillerato. Cuando un periodista preguntó a Carlitos su opinión al respecto, éste contestó que la mayoría de mexicanos, por tradición católica, coloca un cristo en la recámara principal, ahí donde los hombres y mujeres duermen, ahí donde sueñan, ahí donde hacen sus travesuras de cama. ¡Claro! ¿Quién va a estar tapando el cristo a la hora del cuchi-cuchi? Pues en esos cuartos miserables de aquella calle, la gente cogía frente a imágenes de santos que las prostitutas tenían siempre sobre una mesa apolillada. Ya te conté que a los diecitantos años bajamos a la calle y, como ya estaba en edad, el grupo de amigos me alentó a entrar. Dios mío, no sé cómo se dio el movimiento, pero cuando vine a mirar, ya Javier le decía a la gordita que era mi primera vez y le pedía que me tratara bien. Ella dijo que sí, que no se preocupara, y cuando vine a ver ya estaba a mitad del cuarto diciendo sin luz, como respuesta a su pregunta: “¿con luz o sin luz?”. Intuí que los amigos se habían agolpado en la puerta para ver, por la cerradura, qué hacía. ¡Nada hice! ¿Qué iba a hacer, Marianita de mi vida, si estaba aterrado, paralizado? (bueno, al contrario, estaba aterrado porque no se me había “paralizado”). La mujer hizo sus intentos, pero después de unos minutos se dio por vencida. ¿Y yo? Ya podés imaginar cómo estaba. Fue una experiencia ingrata. Le pagué los quince pesos que cobraba y le pedí que nada dijera a mis amigos. Ella recibió los billetes, los guardó en su pecho, me dijo que no me preocupara, caminó y abrió la puerta. Salí. Los amigos me preguntaron cómo había estado y yo dije bien, bien. Sabía que ellos sabían que había sido una tragedia. Y si no lo volví Tragedia Griega, fue porque años después una muchacha bonita que me quería mucho, cuando conoció la historia que ahora te cuento, me dijo que no preocupara, que a muchos muchachos les ocurría lo mismo y me acariciaba y me besaba; cuando vine a ver ya estaba dentro de ella y ella sonreía y yo me sentía el hombre más feliz del mundo. Porque, tal vez, la pena más grande es que el pene no se haga ídem. “Ay, pena, penita mía”, dice la canción. “Ay, pene, penito mío”, dice la oración del que no puede. Y es que en eso de las vocaciones, entendí que no sólo se manifiesta en barrios y ciudades, sino, sobre todo, en los humanos. Hay compas que nacieron con la vocación de tener su primera vez en un burdel, hay otros que nacieron con la vocación de hacerlo con muchachas bonitas. ¡Dios mío, hasta la fecha me da calosfrío cada vez que me acuerdo de aquella vez! Esa chaparrita era una soberana desconocida para mí. ¿Cómo podía hacer un acto tan íntimo, tan cachondo y tan bello con ella? Así, como dijera el del chiste: “sin un besito”. Porque, has de saber, mi niña bonita, las prostitutas no besan ni se dejan besar. Me cuentan que con ello evitan enamorarse. Es comprensible, ellas están en su negocio. ¿Mirás qué cosa tan simpática y rara? Las muchachas de allá por La Pila no besaban, pero sin ningún empacho “bajaban el calzón para los compadres”. Era más íntimo el beso que el acto sexual.
Ya en una ocasión te conté que la noche de mi “Waterloo Pileño” fuimos luego a una cantina que se llamaba “El Camechín” (nunca he sabido qué significa Camechín), porque más noche, Javier llevó serenata a su muchacha bonita. Yo que andaba todo gütz renové mi espíritu a la hora que el camión de Manuel Hijo se paró frente a la ventana de la muchacha y oí el latido de la marimba: el desplazar de colibrí de los bolillos de un marimbista que, como quien camina de puntillas, comprueba la afinación; el ruido seco del plug a la hora que conectan el bajo con el combo; el leve sonido metálico de una tarola. Todo preparado para que Javier se acercara y diera a conocer la relación de trece melodías que los marimbistas debían ejecutar. Ya no sé qué canciones Javier dedicó aquella noche, solo recuerdo una, “celos”. Tal vez esta melodía estaba de moda. Ahora, me cuentan, los jóvenes ya no llevan serenatas con marimba, ahora todo es más simple. Los compas se suben a un carro, llegan a la casa de la novia, abren las puertas del auto y ponen el estéreo a todo volumen. Los chavos ya ni siquiera se bajan del carro. El copiloto hace el asiento para atrás, estira las piernas y coloca la botella sobre el tablero. En mis tiempos, nos sentábamos en la banqueta y colocábamos la botella en el piso, al lado. Desde ahí oíamos la serenata. Los vecinos no se molestaban (apenas, tantito), porque despertar a las dos de la madrugada con el suave sonido de la marimba no es una afrenta. ¿Pero ahora? No sé. Doy gracias a Dios por no tener vecinas en edad de merecer. No sé qué haría siendo despertado por el tum tum tum de las bocinas a todo lo que dan. No sé qué haría a las dos de la madrugada oyendo a Alejandro Fernández decir: “qué será de mí cuando tus pasos atraviesen el umbral / qué será de mí cuando me llames y ya no me escuches más”. ¡Que el Padre Eterno nos dé su protección!
Ahora los jóvenes ya no llevan serenata con marimba a sus muchachas bonitas. ¡Es muy caro!, dicen algunos. ¡Ya no es la onda!, dicen otros. Siguen dando serenata (el mundo se acabará el día que el romanticismo sea un lago seco), pero lo hacen con el estéreo del auto o con un tecladista (¡es más bara!, dice la mayoría).
Y yo, que no estoy ya en edad de andar dando serenatas, no sabía que el tradicional barrio de la Cruz Grande cambió su vocación, de ser un barrio de matanceros de puerco se convirtió en el tradicional barrio de los “estudios musicales”. ¿Cómo?, le pregunté a Mario y éste me dijo: “Sí, ¿no sabés? Mudo, date una vueltecita por el barrio y verás”. Y eso hice, me despedí de Mario, lo dejé lustrándose los zapatos en el parque central y caminé, pasé por El Calvario, por la Ferretería de mis primos Bermúdez, por donde antes estaba la Tienda Tovar, por la casa de la difunta doña Lolita Albores, por el local de las Tortas Hipocampo, subí una esquina más y torcí a la izquierda y caminé por una calle pavimentada (ya no empedrada), llena de cuartos donde los músicos ensayan y ofrecen sus servicios musicales. Di gracias a Dios por no vivir en esa calle. No sé qué haría todo el día a la hora que los músicos ensayan y el cantante, una y otra vez, repite aquello de “¡cómo se mata el gusano! ¡Cómo se mata el gusano! El gusano se mata así”. No sé qué haría a la hora que el cantante estuviese, dale y dale, cantando una de Arjona o de Julión Álvarez.
Los tiempos han cambiado, así como los barrios y espacios han cambiado su vocación, la gente también ha cambiado. Dicen que nuestro pueblo ha cambiado mucho. Que ya no somos los de antes. Puede ser que esto sea cierto. Ahora ya no damos serenata con marimba. Es una pena. Las muchachas de estos tiempos se lo pierden. Ahora despiertan con tamborazos a diestra y siniestra, ya no despiertan con el suave murmullo de un teclado de madera. ¡Hay una gran diferencia entre somatar un teclado plástico o acariciar un teclado de madera de hormiguillo! Es como si tu novio, en lugar de acariciarte con su mano desnuda y seductora, te acariciara con un guante de esos que usan los electricistas.
Ya te dije que Tía Maty regenteaba muchachas humildes. Las muchachas de más caché las tenía Tía Lola. Pues resulta que el otro día pasé por la casa donde antes estaba el burdel de Tía Lola y hallé que la casa está convertida en un local de Alcohólicos Anónimos. ¿Cómo podés creer? En un lugar donde corrieron ríos de trago, ahora corren ríos de café y sirve para que la gente deje de beber trago. ¡Eso sí es un cambio brutal!

Posdata: son muchos los “estudios musicales”, muchos los nombres, muchas las ofertas, muchos los sueños. Porque, sin duda, esos muchachos tecladistas sueñan con llegar a ser famosos. Manuel Hijo nunca tuvo ese sueño. Los marimbistas siempre fueron más humildes en sus sueños, por esto Límbano Vidal llegó a ser tan grande. La relación de estudios musicales tiene de todo: “Viento Cálido”, Grupo Musical Caribe, Chaín y sus teclados, Grupo Musical Venus y su solista, el Komando norteño (así, con k) y muchos más. Quien se lleva las palmas de la semana es: Pichirilo y su sorpresa musical. Ya imagino la pregunta: “¿Y con quién te llevó serenata tu novio?”, y la respuesta: “Con Pichirilo y su sorpresa musical”. ¿Cuál será la sorpresa de Pichirilo? No puedo, ni quiero imaginarla.