lunes, 24 de marzo de 2014

NOVEL-ANDO





Me gusta conocer títulos de novelas. A veces entro al Internet y veo las portadas de las novelas y me sorprendo ante algunos títulos. Imagino a los escritores en el instante en que deciden bautizar a sus libros. Es uno de los momentos más sublimes de la creación. No sé qué pensó Dios cuando terminó su obra. ¿Pensó intitular su máxima obra? ¿Han pensado los buscadores de Grandes Misterios del Universo en dilucidar cuál es el título de la más grande novela que Dios escribió? Si algún día un sabio llegara a descubrir tal enigma eso sería el primer dato para descubrir, a la vez, el motivo y el objetivo de la Creación.
Los padres de familia (los menos imaginativos) compran libros donde aparece una relación extensa de nombres para hijos. Sabemos la importancia que tiene el hecho de nombrar a un hijo. La responsabilidad del escritor ¡es mayor! No existen catálogos que ayuden a imponer el nombre a una novela. Aunque no estaría mal que, como un mero ejercicio juguetón, a un escritor se le ocurriera escribir un libro que se intitulara: “Sugerencias para intitular novelas”. Así, como una mera sugerencia, a fin de no herir susceptibilidades. Se sabe que los escritores son como tacitas de porcelana y les provoca rasquiña el simple hecho de ver su nombre en la relación de mortales, ya que la mayoría se cree digna heredera de Zeus.
Me gusta conocer títulos de novelas. Hay algunos que son medio albureros; otros son románticos; hay algunos que son filosóficos; muchos que son como simples lugares comunes elevados a lugares no frecuentes. Me gusta el título de una novela de Juan Carlos Estrada: “Pájaros a la hora de comer papaya” (no es alburero, es casi pornográfico por lo explícito). Claro, cuando ya mi mente cochambrosa hizo su labor, me doy cuenta que el título alude a una novela juvenil y trata de simples pajaritos y de frutas, sin alusiones albureras.
Algún día, a alguien debiera ocurrírsele hacer un concurso del mejor título de novela. En una ocasión, en España, hicieron un concurso de la palabra más bella. A mí me sorprendió que la palabra Comitán no ganara. Esta palabra es tan bonita, tan eufónica, tan tan tan. Si el Concurso del Mejor Título de Novela se hiciera yo votaría por “Si una noche de invierno un viajero”, novela de Ítalo Calvino. ¡Dice tanto ese título! ¡Abre tantas puertas y ventanas que el aire se desenreda como si fuese un bollo de hilo de oro!
Me gusta conocer títulos de novelas. A veces entro al Internet y busco títulos. Como si fuese un coleccionista de mariposas prendo los papeles con alfileres. Los prendo en un enorme mural que tengo en casa. Cada mañana, al levantarme entro al cuarto de los títulos de novelas, prendo la luz, cierro los ojos y, tentaleando la pared, avanzo hasta el muro, abro los ojos y leo el primer título que se me aparece. Esa es como mi oración matutina, como mi amuleto para comenzar el día. En cuanto salgo del cuarto, entra Mario y mueve los papelitos, como si fuesen fichas de dominó, para que al otro día yo me sorprenda con un nuevo título. A veces me toca un título que linda lo erótico y sé que el día me deparara una sorpresa cachonda; a veces me toca un título triste y descuelgo las nubes grises que penden sobre mí. A veces el título es como una carcajada y me lleno de luz, por “si una noche de invierno un viajero”.