viernes, 14 de marzo de 2014

SENSACIÓN EXTRAÑA (I de II)





Mario levantó el tarro, bebió, se secó la boca con la manga de la camisa e insistió en la pregunta. Rosario (le molestaba que le dijeran Chayo) también tomó un sorbo de su cerveza y repitió la pregunta que Mario le había hecho a la hora que pidieron la primera ronda de cervezas: “¿Si nunca he tenido ganas de atropellar a alguien?”. “Sí -dijo Mario- es una sensación rara que a mí me persigue cuando voy en la carretera”. Y volvió a contarle. Le dijo que, con mucha frecuencia, cuando manejaba en la carretera y veía a grupos de personas caminando a contraflujo, de pronto le llegaban unas ganas de torcer tantito el volante y, como si fuesen bolos de boliche, empujarlos tantito y aventarlos sobre la cuneta. Era una sensación extraña y no sabía por qué aparecía. Rosario (siempre renegó del nombre y maldijo a sus papás por imponerle tal nombre) dijo que no, que nunca había tenido tal pensamiento. Mario terminó la cerveza y pidió otra, le dijo al mesero que le cambiara el tarro, porque ese ya estaba tibio. Rosario ya no quiso seguir bebiendo, pidió la cuenta. Cuando el mesero llevó la nota, Mario la arrebató, vio el total y sacó unos billetes de su cartera. Mario y Rosario se despidieron. Mario subió a su carro y Rosario caminó con dirección a su casa que estaba a dos cuadras de la cantina. Cuando entró vio a sus dos hijos en la mesa del comedor. Ya habían terminado de comer. Su mujer estaba de espaldas, preguntó si quería comer algo. No, dijo Rosario, comentó que había tomado unas botanas con el compadre Mario. Rosario no vio la mueca que hizo la mujer cuando oyó el nombre del compadre. Ella (también Rosario de nombre) pensaba que Mario era un tipo raro, siempre contando unas historias alucinadas. Varias veces le había preguntado a su esposo si Mario consumía drogas. Rosario no sabía, pero no creía que así fuera. Era un tipo raro, sí, pero no creía que se drogara. Rosario estuvo a punto de contarle a su esposa lo que Mario le había confesado, pero creyó que no era prudente. Imaginó la cara de su esposa cuando Rosario le contara esa historia tan rara. A él nunca le había pasado eso por la cabeza, ¡qué locura! ¿Por qué a Mario le atacaba esa sensación? Él mismo dijo que no tenía explicación, era algo que, de pronto, lo asaltaba, como si se tratase de un condicionamiento motivado por quién sabe qué y por quién sabe desde cuándo. Un poco como si un alcohólico sintiera deseos de beber al mirar una botella de ron. Pero, Mario nunca había techo tal cosa. Era una mera idea, pero Rosario tuvo miedo porque un día, quién sabe, Mario pasaría del mero hecho imaginativo al hecho real. ¡Qué fuerte, qué raro! Quiso desechar la idea, pero ésta se había instalado en su mente. ¿Qué pasaría si alguna tarde, conduciendo, le asaltara la misma idea? Su esposa dejó de lavar, se limpió las manos con un trapo y se volteó; vio a su esposo ensimismado. Le preguntó si le pasaba algo y entonces Rosario no pudo evitar que el agua de su dique rebosara. ¡Le contó! Ella dijo que no era extraño, ya le había dicho muchas veces que Mario era un tipo raro, un desadaptado, ¿no acaso era una rareza que tres mujeres lo hubiesen abandonado? ¿No era una rareza que saliera todas las noches en esa camioneta vieja? ¿Qué hacía a altas horas de la madrugada en las calles olvidadas de Dios? Rosario estaba de acuerdo con lo que su esposa decía. Sí, Mario, ¡no iba a saberlo él que llevaba tantos años de ser su amigo!, era un tipo raro.