lunes, 10 de marzo de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DE UNA LUCHA SIN LÍMITE DE TIEMPO



Agradezco a Hiram el envío de la foto



“¡A dos de tres caídas sin límite de tiempo!”. Este fue el grito que escuché al pasar por la calle. Vi para arriba y vi los dos balcones y los dos luchadores. Cada uno de ellos estaba en su esquina. Deduje que era “máscara contra máscara”. No podía ser una lucha de máscara contra cabellera, porque ambos contendientes estaban pelones al rape. Ahora que escribí la palabra “contendientes” pensé que eso fue lo que me provocó nostalgia y tristeza a la hora que los vi. Era una pena que tuvieran que luchar para descubrir, al menos, uno de los rostros. Pensé que, tal vez, la lucha se debía a que nunca se habían visto el verdadero rostro, a que siempre habían permanecido cada uno en su balcón, como si dijésemos “cada uno en su mundo”.
El mundo sabe que toda relación implica tender puentes, hacer que la esquina no sea un refugio individual sino un nido para sembrar árboles y nubes que den sombra y lluvia a ambos.
Ver a la pareja separada por el vacío me provocó tristeza, los vi como canaritos sin la luz del canto. Me dio pena porque ambos eran muy bellos, casi podía decir que parecían ángeles a punto de iniciar el vuelo hacia la luz, pero, en realidad, eran dos seres vacíos, casi plásticos, casi inertes. Hay un instante de ruptura en que la sangre parece abandonar los ríos y todo se convierte en una transparencia estilo Drácula.
Si el lector observa con atención verá que hay una lámpara debajo del balcón de ella. Es una pena reconocer que la luz está en el subsuelo, que, como se sabe, es territorio de lo oscuro, de lo irremediable. Irremediable la relación, por esto, el hombre mira hacia el otro lado, un lado donde ella no es ni siquiera sombra. ¡Pobres! Los vi como dos margaritas sembradas en un desierto. Ellos no apreciaron aquella famosa frase de Saint Exupéry que, más o menos dice que los amantes no a la fuerza deben verse a los ojos, pero sí deben ver hacia un mismo punto. Bueno, si no es de Saint Exupéry, cuando menos habrá que reconocer que la frase tiene su lógica. El gran descubrimiento del Renacimiento fue la perspectiva, donde todas las líneas coinciden con un punto de fuga.
Vi a estos amantes del balcón y los vi adentro de jaulas. Ellos, con su indiferencia y por el rostro enmascarado, construyeron el complemento de los barrotes. Donde la mirada pareciera perderse en el horizonte tienen barrotes invisibles de aire que congelan su “perspectiva”.
Pobres, pudieron llegar a ser tanto. Si se hubiesen dado cuenta de la cercanía de sus balcones, hubiesen convertido ese vacío en un puente como el que tendieron los amantes del Callejón del Beso, en Guanajuato. Pero, pensándolo bien, tal vez conocieron la leyenda y optaron por la vida y no por la muerte. Tal vez (¡qué bobo soy!) esto es una mera apariencia. Tal vez salen al balcón para que uno crea que, en efecto, ellos son una pareja desavenida. Tal vez la verdad verdadera es que cuando ellos dejan el balcón y entran a la estancia se quitan las máscaras y se reconocen como amantes. Él, sin prisas, le quita la blusa, le besa las tetitas, que son como dos cervatillos a punto de saltar, y le dice lo que todos los amantes dicen: “te quiero, te emplumo el oxímoron, te apergujo la blondea, te garapasco la inertua”, y ella coloca sus manos en la tendorera y le afrexia el doscorte y la inezca, y se tienden sobre la cama como si fuesen pájaros tendiéndose en el aire y ríen como si fuesen mamuts sobre cables y saben que el Everest no es más que un pretexto para subir, siempre subir para ver el horizonte.
Caminaba y los vi, solos, cada uno en su balcón. Los vi cerca del barandal, a punto de reclinarse, a punto de ver el vacío. Los vi indiferentes, con el rostro cubierto y sentí pena. Ahora sé que sentí pena, no por ellos, sino por nosotros, los que caminábamos muy lejos de esas alturas. Yo iba con mi “ella” y no nos tomábamos de la mano y no mirábamos hacia el mismo punto. ¡Qué pena!