miércoles, 19 de marzo de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ CUNJAMÁ





Digo Cunjamá como decir Picasso. Si hablo de Pablo digo ¡Picasso!; si hablo de su obra digo ¡es un Picasso! Así cuando veo la obra de Cunjamá digo ¡es un Cunjamá! (Mireya dice ¡uta ma!, porque a ella le gustan los cuadros de Cunjamá y con esa eufonía demuestra su admiración). Ella, ¡qué atrevida!, dice uta ma, como quien dice Cunjamá.
Un viernes, por la tarde, el artista estuvo en Comitán. Acudió a la inauguración de una exposición de pinturas donde hay obras de él. Igual que Picasso, Cunjamá es un niño travieso, su mirada de danta emocionada así lo demuestra. Por esto, sólo como un mero juego, el artista se colocó delante del cuadro y jugó al espejo invertido e imitó al modelo del cuadro, el artista que está sentado sobre una piedra y hace un apunte. ¿Un apunte del águila arpía? ¿Un apunte del entorno? ¿De la luz que se desprende del acantilado? ¿Cómo puede hacerse un apunte de un pozo de luz? Cunjamá jugó. La mano izquierda la colocó como si fuese un cuaderno o un papel e imaginó que, con la mano derecha, hacía un apunte. ¿Un apunte de qué? Sólo el artista sabe qué vio en ese instante en que la tarde asomaba en el parque central de Comitán. Tal vez vio un zanate buscando la fronda para descansar. Un zanate. ¡Qué simpático! El Cunjamá del cuadro miraba de reojo a un águila y el Cunjamá de la realidad miraba, de frente, a un zanate. Aunque, tal vez, él no veía al zanate. Tal vez veía una muchacha bonita que por ahí caminaba. Tal vez, en su imaginación la “apuntó” y, en alguna obra posterior, aparecerá al lado de una línea de luz. Porque (Mireya insiste), la obra de Cunjamá está llena de líneas de luz. La sombra, ¡qué prodigio!, aparece como mero pretexto para dar balance al Universo. El color es el pie que camina sobre el agua. Ahora sé de dónde toma la madeja: ¡del pozo de luz que se ve a mitad de este cuadro! De ahí salió el blanco del águila, el amarillo de farallón extraviado, el reflejo de plata del agua, el oro de su mirada.
El artista estuvo apenas medio minuto delante de su obra. Cuando vine a ver ya había desaparecido entre la multitud que veía la exposición. Quise detenerlo para ver qué había dibujado sobre la palma de su mano izquierda, pero él ya estaba en otro lado. Entonces regresé a donde estaba el cuadro. Tuve un instante de alucinación. ¿Y si todo había sido un mero juego de percepción? ¿Y si, en realidad, Manuel no había estado ahí? ¿Era posible que Manuel hubiese “bajado” del cuadro y, un minuto después, hubiese regresado? ¿Acaso el cuadro era su lugar original? ¡No! Dije que no. La prueba de que Manuel estuvo, de carne y hueso, en Comitán es esta fotografía. Acá están ambos. Uno hace un boceto dentro del cuadro y el otro bocetea en el aire. ¿Es posible hacer esto? No lo sé. Si al menos me hubiera quedado con el boceto que dibujó en la palma de su mano ¡no dudaría! Dudo, dudo porque veo que el águila mira a Manuel, como si el pintor del cuadro (¿quién de los dos?) hubiese intuido que una tarde, en Comitán, el otro iba a estar ahí, al alcance de su mirada, de su garra.
¿De verdad Manuel desapareció en medio de la multitud? ¿Ya llegó a su casa? ¿No el águila levantó el vuelo y con sus garras, como si atrapara a un lince, lo llevó al pozo de luz? ¡Dios mío, estoy a punto de enloquecer! Todo en la vida inicia como un juego, pero luego toma avenidas insospechadas. Estoy a punto de remedar al autor de El Principito y decir a los lectores: “si algún día, viajando por Comitán, cruzan por el parque central, no se apresuren y deténganse un poco. Si un artista llega hasta ustedes y juega como si tomara un apunte sobre la palma de su mano izquierda, sean amables con él y comuníquenme que ha regresado, porque Mireya está muy triste, y enojada conmigo, porque no le avisé que Manuel Cunjamá iba a estar en Comitán”.