domingo, 16 de marzo de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DE A PAISAJITO





El fotógrafo no podía creerlo. Tenía en sus manos la primicia. Nunca imaginó que podría ver el instante de la inauguración de esta nueva posada. Un día, el fotógrafo, caminó por esta misma calle, lo hizo a la hora en que los niños y niñas salían de la escuela. En medio de la algazara vio el letrero pegado en esta estructura de metal. El fotógrafo iba acompañado por una muchacha bonita que comía unos esquites en un vaso de unisel. Platicaban, el fotógrafo y la muchacha bonita, platicaban del libro más reciente de Vila-Matas. Cuando ambos leyeron el letrero de “Se rentan cuartos” rieron. Ella dijo que eso podía ser motivo para que Vila-Matas escribiera un cuento, él dijo que sí. Todo era tan irreal. Al final, ambos aterrizaron la idea y estuvieron de acuerdo en que alguien (listo) había usado la estructura para hacer promoción de los cuartos que renta en alguna otra parte. Había un número teléfono, entonces ella propuso hablar y preguntar. A él se le ocurrió bromear. Marcaron el número y preguntaron acerca de los cuartos. “¿Por día o por mes?”, preguntó la voz femenina del otro lado. Se escuchaba una voz gruesa y cansada, como de una mujer que a la hora de recibir la llamada estaba viendo su telenovela favorita y quisiera colgar de inmediato. Por hora, dijo el fotógrafo. “Cómo se atreve, cochino”, dijo la mujer del otro lado y colgó. Ella rió (la muchacha bonita) y él también rió. Caminaron y siguieron platicando acerca de la novela de Vila-Matas.
Por eso, el fotógrafo no podía creer lo que miraba cuando vio al hombre durmiendo sobre la estructura metálica. Tomó la foto (esta foto), sacó el teléfono y le habló a ella, le habló para decirle que lo anterior había sido un equívoco. La realidad es que la posada no existía en otra parte. El cuarto era al aire libre y costaba nada el alquiler, porque el fotógrafo vio a la hora que el hombre, tembloroso y mareado, colocaba sus manos sobre la estructura, levantaba una pierna y hacía el esfuerzo de subir una pierna y luego la otra hasta acostarse y recostarse de un lado, no del lado de la pared, sino del lado de la calle, como si quisiera que a la hora de despertar tuviese a la vista el paisaje de una calle y de una banqueta. La calle llena de autos estacionados y la banqueta llena de muchachos y muchachas que, con mochilas en las manos o en las espaldas, regresaban a casa después de clases.
El fotógrafo se sintió bendecido porque vio cómo el hombre se recostó y se cubrió el cuerpo con la sábana del aire. A veces hay noches y días en que cualquier espacio puede ser un cuarto; a veces hay tardes en que cualquier espacio puede ser un sanitario, porque al hombre ya le gana hacer del uno; a veces hay instantes en que cualquier banqueta se convierte en el mejor restaurante y el hombre come de pie. A veces, lo he visto, hay tardes en que una nube es un espejo y un gato es la sombra del hombre. Hay veces en que la calle se convierte en el mejor lugar para jugar. Hay veces.