viernes, 21 de marzo de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA CERCA DEL CIELO





El dicho era muy simple. Una canción lo rescataba: para subir al cielo, bastaba “una escalera grande y otra chiquita”. Los niños la cantábamos, sin pensar muy bien en lo que ello significaba. Un día, Martha preguntó cómo se agregaba la chiquita a la grande. Y todo mundo comenzó a hacer bocetos del diseño. ¿Cómo se agregaba la pequeña a la mayor? ¿Qué tan grande la grande y qué tan chiquita la chiquita? Después de mucho tiempo todos dejaron el lápiz y el papel y mejor se pusieron a hablar de otras cosas. Martha concluyó que para subir al cielo era preciso otro objeto. No era tan fácil subir al cielo.
Acá, en esta fotografía, se observa a una niña que toca marimba. La pequeña marimbista es tan pequeña que no alcanza la marimba. Ha sido necesario que alguien (¿su mamá o ella misma?) coloque una pequeña silla para que suba. Esta imagen no es cotidiana, pero tampoco es inusual. Don Cliserio Molina, destacado marimbista chiapaneco, también usó un banquito para alcanzar la marimba cuando inició el aprendizaje, siendo muy pequeño.
Ahora que Martha vio esta fotografía dijo que, tal vez, es la forma más conveniente de subir al cielo. ¡Basta una marimba y una silla pequeña! Para subir al cielo basta “una marimba grande y una silla chiquita”. Martha dijo más, dijo que cada país tiene su forma de trepar al cielo. A veces (dijo) no hay necesidad de la silla pequeña. En Francia conoció a una niña de siete años que tocaba el acordeón de manera sublime. Cargaba el instrumento con dificultad, pero lo ejecutaba con una gran destreza. Martha dice que esa niña, cada vez que tocaba el acordeón, tocaba el cielo. Así que, según Martha, para subir al cielo basta ¡tocar un instrumento musical!
Acá, la niña (trepada sobre una sillita) está en total armonía. La silla permite que su cuerpo tenga el equilibrio perfecto. Sus manos se deslizan tenues, como dedos de viento, sobre las teclas de madera de hormiguillo. Ella no deja de ver las teclas de madera. Su concentración es total. Dicen los que saben que éste es el secreto: quienes desean conocer el cielo deben concentrarse, antes que en las nubes, en el suelo. Los que alcanzan a levitar no piensan en el cielo, se concentran en la posibilidad de despegarse del suelo. Luis Felipe me enseñó que el maratonista no piensa en la meta. El maratonista se concentra en un punto cercano: un poste, un árbol, un señalamiento. El corredor se impone metas a plazo cercano, piensa en llegar lo más pronto a ese objetivo que está a cien metros, cuando lo alcanza se fija otra meta. Así, cuando viene a ver, ya alcanzó el final. Luis Felipe dice que siempre aplica la teoría del maratonista en los actos de su vida: se fija metas a corto plazo, cuando consigue su objetivo, piensa en ir más adelante. Tal vez éste, también, es un método práctico de alcanzar el cielo.
Esta niña bonita ya comenzó a subir. Primero tuvo que aprender a subir a la sillita; ahora debe aprender a levitar. Para lograr esto ya tiene dos instrumentos en las manos: dos bolillos; ya tiene una senda, donde no hay piedras, sólo cantos de mirlos y de cenzontles. Algún día, esta niña volará muy alto, tan alto que no habrá cielo que la detenga. Volará con las alas de la marimba, las alas que tienen la pluma del quetzal y la del águila.