sábado, 10 de enero de 2015

CARTA A MARIANA, PARA REGAR UNA PLANTITA




Querida Mariana: el acto de regar plantas es un acto sencillo y sublime. El otro día vi a mi mamá en el patio de la casa. El patio funciona como cochera, es un patio breve. Mi mamá ha colocado a los lados de las paredes colindantes macetas con flores, muchas flores: orquídeas, margaritas, azucenas y enredaderas que suben en las contraventanas. Gracias a esas plantas, la entrada de casa es una entrada luminosa, cantarina. ¿Qué logra el prodigio? La mano de mi mamá que las riega. Por esto, digo, niña mía, que el acto de regar es un acto casi simple pero que da vida.
¿Sólo las plantas se riegan? No, parece que el acto de regar es un acto que va más allá del jardín. Porque no sólo se riega agua. Hay algunos ingratos (Dios mío) que son como mi primo Alfonso, de quien su mamá decía que la vivía “regando”.
Yo tuve cierta confusión al escuchar lo que decía la mamá de Alfonso, porque siempre pensé que el acto de regar era como una bendición. ¿Por qué se enojaba mi tía? ¿No le gustaban las bendiciones? Fue necesario que tío Romualdo me explicara. El tío, primero, me dio una regañada: “¿Cómo no vas a saber qué significa regarla? Adió’jodido ni que fueras europeo”; ya luego explicó que en nuestro país regarla es sinónimo de arruinar algo. Entendí y me callé. Desde entonces, en forma frecuente, escucho que alguien “la regó”. Ya sé a qué se refiere y lo lamento. No lamento que la gente arruine algo, esto es parte de la vida; lamento el uso del verbo que debiera emplearse sólo para nombrar actos bordados con luz. Es una pena que el verbo regar se emplee para nombrar una “metida de pata”.
Cuando leo, no sé por qué pienso en el acto como una ligera lluvia, como si hojas transparentes cayeran sobre mi espíritu. Algo que no puedo explicar sucede cuando leo. Pero es algo que pareciera caer como lluvia. No sé, como si yo fuese una pequeña y frágil planta y esa nube generosa humedeciera mi alma y la imprimiera con el renuevo que da vida.
¿Qué hacen los hombres y mujeres que la viven “regando”? Hacen lo contrario que mi mamá hace. Mi mamá coloca la regadera debajo de la llave, abre el grifo, espera que el depósito se llene de agua, cierra la llave y luego camina hasta el pequeño jardín que ha improvisado. El jardín de la casa es un jardín un poco al estilo de los hombres que van de feria en feria: ambulante. Todo está por encima de la plancha de cemento. Ahí mi mamá se la pasa “regando”. Dosifica, al estilo de los viejos boticarios, la cantidad exacta que necesita cada planta. Éstas parecieran recibir con gusto el agua, porque apenas mi mamá termina su labor ellas olvidan el polvo que acumularon en la tarde anterior y sus hojas toman el mismo brillo que tienen las muchachas bonitas cuando su amado las besa. ¡Sí! Esto es lo que hace mi mamá, besa las plantas a través del agua. Porque eso mismo es lo que hace la naturaleza cuando besa el pasto a la hora que el sol sale.
El movimiento es casi simple. Mi mamá, con un ligero movimiento de mano, como si imitara el movimiento que hacen las palomas a la hora que levantan los granos de maíz, deja caer el agua. La regadera es un objeto sabio: no deja caer el agua como si fuese una cascada, esparce el agua para que caiga como cae la lluvia fina, la lluvia que es como una mano que saluda.
Cuando camino por las calles de Comitán hurgo por las casas. Me da cierta pena, porque los propietarios siempre tienen recelo de quienes, como yo, andan fisgoneando. De niño entré a muchas casas. Iba a casas de amigos y entraba a casas tradicionales. Muchas de esas casas tenían hermosos jardines comitecos. Ya hemos platicado cómo los jardines comitecos son juguetones y no tienen la sobriedad y perfección de los franceses o japoneses. El jardín comiteco se da con la misma naturalidad con que crecen los frutos en los árboles. Esto le va muy bien al carácter del pueblo. ¿Quién le pone medida al afecto?
Cuando mi mamá riega sus plantas me sorprende el movimiento que hace con sus manos y me asombro ante el sonido del agua al caer. Tal prodigio comienza desde el momento en que abre la llave y el chorro de agua comienza a llenar la regadera. El chorro, potente, es como si un alud de miles de cabras se despeñara y cayeran al vacío hasta chocar con un lago. El agua forma su propia alfombra. Cuando mi mamá suelta el agua sobre las plantas el sonido me remite a las procesiones del silencio donde sólo se escucha el repiqueteo de miles de pies contra el suelo. A la hora que leo, también el sonido se presenta. No hablo del sonido de mis dedos al repasar las hojas de papel; hablo del sonido que como agua comienza a desparramarse en mi ánimo.
He dicho que no me gusta mojarme. Sin embargo, a la hora que leo algo como una lluvia de pétalos y de luz me moja y, a veces, termino como zanate después de una tormenta. Porque, vos lo sabés, el acto de leer es tan sencillo como el movimiento que hace mi mamá cada vez que riega sus plantas.
El otro día, Pepe, en nombre de su familia, Contreras Porras, me obsequió un libro. Vos sabés que a mí me produce urticaria recibir obsequios. El mundo bien puede ignorarme y yo soy feliz. ¿Qué mejor obsequio que el que Dios me prodiga día a día? Pero cuando de libros se trata me hago tacuatz y hago como que si la Virgen me hablara. Pepe sabe que aprecio la obra de Fabio Morábito, así que el obsequio fue un libro de él: “El idioma materno”. Libro al que, después de sacarlo de su envoltura, le entré con la avidez de un niño ante su dulce favorito. Cuando Pepe me dio el libro comencé a tener la misma emoción que tuvo mi sobrina Karen ahora que abrió sus regalos de navidad. Desde siempre he tenido cara de piedra, pero, a veces, esa piedra toma la forma de un canario o de un avestruz revoloteando por la pradera. Cuando tengo un libro en mis manos ¡me transformo! La gente sigue viendo mi cara de piedra, ¡ah, pero si viera mi espíritu! Vería que me transformo en pluma de guacamaya, en ojo de tortuga a punto de cumplir cien años de edad. Me transformo en lluvia y lluevo sobre mí y un arco iris asoma en mi ventana.
El movimiento que hace un lector a la hora de abrir el libro casi es el mismo que hace una persona a la hora que riega las plantas. Antes del acto todo es como esos campos donde el sol arde como si fuese un pozo de lava. Todo es como un desierto donde las biznagas sufren de asfixia. Pero, cuando la mano de alguien riega agua sobre la planta o toma un libro ¡una flor se abre! Imagino que los amantes sienten la misma emoción cuando se abren a la caricia. En ese instante se siembra vida, porque vida es lo que trasfunde el agua a la planta; vida la mano al pecho que nombra con sus dedos; vida es lo que injerta el lector a la hora que comienza a dialogar. En todos los actos mínimos hay un diálogo; un diálogo entre el agua y la planta; un diálogo entre el labio y el cuerpo de la amada; un diálogo entre el lector y el autor del libro.
El otro día, David Esponda lamentó la carencia de una librería en Comitán. Comentamos que está La Proveedora Cultural, librería que desde los años cincuenta del siglo pasado alimenta el espíritu de los lectores comitecos. Ah, quisiéramos una librería como la que recientemente se abrió en la capital de Chiapas, en los campos de la UNACH. El Fondo de Cultura abrió la librería “José Emilio Pacheco”. Una mañana de diciembre di una vueltita por la librería que dirige, atinadamente, José Luis Ruiz Abreu y hallé cientos, miles de volúmenes dispuestos para comenzar a llover. Es difícil que en Comitán exista una oferta editorial de tal magnitud, pero sé, de buena fuente (dijeran los clásicos del periodismo), que muy pronto dos jóvenes talentosos y amantes de la literatura abrirán una librería en Comitán. Muy pronto. Cuando comience a circular la invitación para la inauguración la compartiré con vos. Ojalá podás acompañarme y, juntos, le demos una vuelta al catálogo, tal vez no extenso pero sí muy sugerente y atractivo. De igual manera, más temprano que tarde, el día que se inaugure el Museo Rosario Castellanos, los comitecos dispondremos, de acuerdo con el proyecto original, de una librería en el interior. Vos sabés que ahora está de moda el concepto de Cafebrería; es decir, la conjunción de librería con cafetería. Muy pronto, en nuestro amado pueblo, tendremos estos conceptos que son ventanas para oxigenar los aires de la inteligencia.

Posdata: si mi mamá no regara las plantas, éstas se secarían. Ella destina un tiempo de su vida a regarlas. Ella es sabia, nunca la ha “regado”. Ella es sabia, porque cuando entramos a la casa la vemos llena de vida. Las plantas de mi mamá son un abrazo cotidiano. Por esto, ahora, te abrazo a vos, pero abrazo a mi mamá con todo mi cariño y con toda mi emoción. ¡Que llueva! Que llueva para que crezcan plantas y libros.