domingo, 11 de enero de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VISLUMBRA EL PRINCIPIO DE LA CONSTRUCCIÓN




Es algo como un bosque. Los bosques, se sabe, están ausentes de construcciones. Su esencia radica en los cielos, árboles y pájaros que le dan oxígeno a su aire. Los edificios (bloques de varilla y hormigón) echan a perder los bosques.
Acá todo es plácido, porque los bosques son el útero del Universo. Pero, ¡un momento! No todo es tan sencillo. Si el lector ve con atención observará que en este árbol hay una rama que tiene una forma diferente a sus demás hermanas. Esta rama es escuálida y tiene una forma rectangular “ramificada”; además se observa que no es de madera. Pareciera una rama adoptada. Se sabe que en la vida hay muchos niños y niñas sin padre ni madre. Los orfanatorios están llenos de pichitos y pichitas abandonados.
Esta rama pareciera de esas que fueron abandonadas por sus madres. Algunas madres envuelven en una sábana al bebé recién nacido y lo echan en el tambo de basura (cuando va bien) o avientan el paquete al río. Estas madres actúan de noche. Salen de sus departamentos con la cabeza cubierta con un chal o con la capucha de una chamarra y llevan el envoltorio adentro de la chamarra. Vuelven la mirada y ven de uno a otro lado y cuando están seguras de que nadie las ve avientan el bulto y regresan. Creen que huyen. No saben que, a partir de ese instante, ese pichito lo llevarán como se llevan los clavos que los médicos injertan en las piernas fracturadas.
Este árbol tiene un injerto que pareciera hecho de varillas. ¡Qué tristeza! Los árboles crecen con sus brazos de madera inocente; se abren como se abren los abrazos de los nietos cuando llegan a casa de los abuelos. Qué pena que este árbol (tan joven, tan gajo de luz) tenga ese tiempo de injertos que tienen parecido a esas columnas de huesos que siembran los albañiles cuando comienzan una construcción. Estas estructuras están diseñadas para ser “ahogadas” en cemento. Las ramas naturales, por el contrario, respiran la misma esencia que respira la juncia cuando se columpia en el árbol.
Por fortuna, parece que esta invasión de ramas metálicas no ha proliferado. Parece que los demás árboles aún no sufren el contagio. Los demás árboles se veían puros, intocados. Se elevaban con la misma libertad con que los niños se paran en puntas para mirar la calle.
Esta imagen produce dolor y nostalgia. Lo contrario ¡no! Cuando en una ciudad se ven edificios con injertos de árbol la emoción aparece. Esos pequeños injertos huelen a luz. Acá, al contrario, el aire lleva un aroma de óxido, de alambre lleno de herrumbre. Y, se sabe, el hedor que se filtra de las coladeras siempre anuda el mismo hueco que asfixia al alambre de amarre.
Esa tarde, por fortuna, el aro de juncia y cielo canceló el ardor del fierro, la podredumbre del óxido. Ojalá que en los tiempos por venir menos alambres de amarre y más hilos de luz. ¡Ojalá!