lunes, 19 de enero de 2015
POR EL RÍO SENA
En su discurso de recepción del Premio Chiapas, el Doctor Heberto Morales Constantino dijo que se hizo el propósito de escribir “solamente sobre Chiapas” aunque ello condenara a su obra a “no pasar una brazada más allá de las fronteras” del estado. Así como hay obras literarias que trascienden fronteras, hay espacios que tienen aprecio en lugares distantes. Digo esto, porque hoy en la mañana (no sé por qué) pensé en el río Grande, de Comitán. Este nombre no tiene referencia alguna para gente que vive en Guatemala, por ejemplo; sin embargo, si menciono el río Sena, medio mundo, de inmediato, acciona su chip y éste toca el corazón del hombre.
Hay ríos cuyas aguas (virtuales) inundan las mentes de miles y miles de personas, cuando ven una fotografía. Son ríos de gran importancia no sólo para el entorno sino para el colectivo en general. No sé, no puedo imaginar cómo será el Sena, pero sí veo cómo es nuestro río Grande. El otro día me bajé del auto y caminé varios metros por la orilla del río Grande, la que corresponde a la vera de La Ciénega. Vi, asombrado, que hay viveros donde cultivan jitomates (como lo hacen en El Triunfo) y mi acompañante dijo que eso provocaría más contaminación por gramoxone. Se sabe que los cultivadores le agregan esos químicos que contaminarán más el agua del río. ¿Qué se puede hacer? Los expertos dijeron que nada. Y, como dicen los clásicos, ahora ya ni siquiera está vivo El chapulín Colorado, para salvarnos.
No sé cómo sean las aguas del Sena. Ya no hay ríos de aguas cristalinas, intocadas por la imprudencia del hombre, pero no creo que sus aguas estén tan contaminadas como están las del río Grande, de Comitán. Algo estamos haciendo mal y propiciando la degradación de nuestro entorno, de nuestra casa. No nos damos cuenta que es como levantar la cara y aventar un escupitajo, la saliva cae a nuestro propio rostro.
En el trayecto del río Sena hay una isla que, en francés, se llama Ile de Puteaux. Ay, ay. Acá en Comitán, en nuestro río hay manchones como islotes y uno de éstos bien puede llamarse Islote de la puteaux (cada lector puede hacer la traducción más cercana a nuestra realidad).
La ventaja del Sena es que, cuando menos, sus orillas son como pétalos de una rosa. Veo parejas que caminan, tomados de la mano, mientras el sol derrama oro sobre el agua. El Sena es ancho como la esperanza y largo como el deseo. El río Grande, de Comitán, es largo como una cadena perpetua y ancho como un hilo. No hay comparación. Históricamente, el Sena está vinculado al espíritu del hombre. ¿Cuántas historias están relacionadas con esas aguas? ¿Cuántas películas tienen como escenario esa aorta? ¿Cuántas novelas famosas? ¿Y el río nuestro, el Grande? ¡Ay, prenda! Nuestro río sólo toca los corazones de la gente de este entorno. Pero, ahí está la reflexión: el Sena es un río importante para el mundo; no obstante, nuestro río, tilibrís, apenas gusano entelerido, es más importante que el Sena para quienes vivimos acá.
¿Cómo cuidar nuestro río? ¿Cómo evitar que se llene de mierda y recupere su transparencia de espejo de sirvienta en día domingo?
El Sena tiene puentes proverbiales, puentes que son referente para el espíritu. Esos puentes fabulosos son como hilos amarrados al dedo que nos recuerdan que París es la rama más tenue de este árbol maravilloso que se llama mundo. ¿Y nuestro río? ¿Rama de qué árbol?
En París, los muchachos se sientan en la rive droite (margen derecha) y ven pasar los barcos atascados de turistas. ¿Y en nuestro río? ¿Qué vemos pasar? ¿Qué es eso pequeño, maloliente, con forma de cerote, que se traba en medio de los lirios?
Nuestro río conlleva la sentencia del doctor Heberto, es un río cuyo nombre está condenado a no pasar una brazada más allá de las fronteras. Es un río que nunca será tan famoso como sí lo es el río Sena. Treinta y cinco puentes cruzan el Sena. Ah, el mítico Pont des Arts que se menciona en las páginas de Rayuela, de Cortázar. ¿Cuántos puentes cruzan nuestro río? ¿Tiene nombres? No, no los tiene, porque se nos hacen puentes mínimos, casi despreciables.
Hay ríos cuyas aguas están condenadas a ser como flor marchita y ríos cuyas aguas son el espejo del cielo. Hay ríos que están condenados a estar muy lejos de nuestras manos y ríos cuyas aguas nos sirven para lavar las piedras que cargamos.