viernes, 16 de enero de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY DOS PÁJAROS SUSPENDIDOS EN EL AIRE




“Zapatito blanco, zapatito azul, dime cuántos años tienes tú”. Esta era la ronda que se escuchaba mientras dos adolescentes jugaban en el parque. Un parque desierto a esa hora, porque era muy temprano, hora en que la gente se prepara para ir a la escuela o a la oficina. Hora en que las mamás visten a sus hijos y los apuran para tomar un licuado; hora en que el sol apenas se despereza, abre los brazos en intento de activar su calor.
Era una imagen no común. Los adolescentes habían unido la punta de sus zapatos, estaban frente a frente y cantaban, como niños: “zapatito blanco, zapatito azul, dime cuántos años tienes tú”. Si alguien se hubiese acercado antes sabría que jugaban esta ronda porque hacían un juego memorioso acerca de los juegos infantiles que habían jugado en el jardín de niños. Recordaron que el juego del zapatito blanco y del zapatito azul consistía en pasar el dedo sobre todos los zapatos y al terminar la canción preguntar la edad. Uno de ellos, el de camisa azul a cuadros, recordó que este juego lo había jugado, ya mayor, ya adolescente, apenas unos días antes de esta mañana, con un grupo de amigos y amigas. Estaban en una sala, tomaban cervezas y todos se pararon, unieron las puntas de sus zapatos y cantaron: “zapatito blanco, zapatito azul, dime cuántos deseos tienes tú”. Y entonces, quien perdía decía su deseo más íntimo. Recuerda que Alicia, la muchacha bonita que estaba a su lado, en el instante que perdió volvió la mirada hacia donde él estaba y dijo que su deseo era besar al hombre de sus sueños. Rosa, ya media borracha, exigió, riéndose a carcajadas, que Alicia dijera el nombre del elegido, pero Alicia sólo sonrió mientras dijo: él sabe quién es y le guiñó un ojo. El muchacho supo que era él y pensó que era un milagro coincidir en sueños y deseos.
¿Qué otro juego habían jugado?, preguntó el de camisa roja. Iba a responderse cuando vio que su amigo le tocaba el hombro y le hacía una seña con el dedo para que hiciera silencio. Lo llevó hasta el poste y le señaló el lugar donde, como palomas levitando, dos pies jugaban en el aire. Los dos zapatos eran negros, como alas de cuervo; eran como fornituras para dos pies, alas de paloma. El muchacho de camisa azul pensó en el juego que había jugado con Alicia y Rosa y pensó que su deseo era la muchacha del zapato con el moño, porque, sin dudar, los dos zapatos pertenecían a los pies izquierdos de dos muchachas que estaban sentadas en un espacio remetido. Ellas, muchachas bellas, tenían la pierna cruzada, por eso sólo aparecían sus pies izquierdos, que parecían mariposas suspendidas en el vuelo.
El muchacho de camisa roja preguntó, en voz baja, si se acercaban a las muchachas y les proponían el juego del zapatito blanco, zapatito azul. El otro muchacho dijo que sí, que ellas parecían estar solas, tal vez dispuestas al juego. Mientras se acercaban a donde estaban ellas, los dos muchachos iban pensando qué variante tendría el juego del zapatito. Uno de ellos, el de camisa azul a cuadros, pensó que la canción del juego debería ser: “zapatito blanco, zapatito azul, dime cuántos sueños tienes tú”.