domingo, 18 de enero de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DE LA PARED DE UN BAÑO




El baño es pequeño. La casa es antigua, del siglo pasado. El hombre que se para frente a la taza para orinar mira lo que acá se ve: una mancha causada por la humedad. Se alcanza a ver la división entre la pared (blanca) y el zoclo de azulejos; estos mosaicos son de fabricación comiteca. Sus diseños son sencillos, casi simples: formas geométricas matizadas en tonos azules, verdes y blancos. Esa línea del horizonte divide el territorio del Sur (“azulejado”) y el territorio del Norte (“emparedado”).
Los baños son los espacios más húmedos de las casas. Ahí todo tiene que ver con el agua, por esto las paredes se humedecen. Los baños más antiguos no tenían problemas de humedad porque estaban instalados a mitad del patio o en el sitio. El aire fluía de manera libre, sin algún impedimento; el aire volaba como pato. Esto permitía que las tablas de madera (con que estaba hecho el baño) no se humedecieran; al mismo tiempo impedía, también, que las nalgas de los usuarios tuvieran hongos. El aire vivifica y evita que la humedad carcoma el espíritu de los espacios. Pero vientos de modernidad llegaron a Comitán y alguien dijo que los baños debían estar integrados a las casas, era un problema que alguien con urgencia tuviese que salir a las dos de la madrugada, con un quinqué, cubierto con una chamarra que protegiera la cabeza, caminar por el sitio para llegar al sanitario, porque estaba flojo del estómago. Así, el baño se integró al conjunto de la casa. Con ello se logró que para ir al “común” no hubiera necesidad de salir al exterior, pero el baño (en penumbras) acumuló hongos, porque las paredes, como muchacha adolescente, se cubrieron de humedades.
El baño que acá se muestra es de esos tiempos. El techo es de vigas de madera apolilladas y las paredes están llenas de manchas húmedas. La muchacha que entra apresurada porque ya le ganan las ganas de hacer pis no alcanza a ver esta mancha, ella se baja el pantalón y la pantaleta, de manera apresurada, se sienta y hace lo que tiene qué hacer. El ¡ah!, de satisfacción, lo hace mientras está sentada (habrá que decir que como es un sanitario antiguo, la taza está descuidada y no tiene aro protector).
Pero, a diferencia de la muchacha, cuando el muchacho entra a este baño porque ya le gana las ganas, se para frente a la taza, baja el cierre de su pantalón, saca lo que tiene que sacar y suelta el chorro. Suelta el ¡ah!, de satisfacción, frente a la pared. En cuanto termina la urgencia deja que el chorro siga fluyendo y, entonces, mira al frente y se topa con lo que acá se muestra: ¡una mancha prodigiosa! Mancha húmeda hecha por la naturaleza, por el tiempo, y el orinón, como si estuviese frente a una pared de museo, comienza a hacer una lectura y juega a encontrarle forma a esta forma informe. Y así, este baño triste se convierte en una ventana llena de alegría. Es tan sugerente la mancha que el muchacho la sigue viendo aun cuando ya terminó de hacer pis. La primera imagen que se le aparece es la de un árbol que se inclina frente al río, un río de leche que se desparrama sobre el vaso de la presa cuyo límite está contenido por esos mosaicos. Pero, una vez agotada la primera imagen aparecen más propuestas y esta simple mancha se convierte en el pájaro blanco (mezcla de búho con chinchibul) que se abre paso entre la mancha oscura que atrapa toda la luz con sus patas de cucaracha. Vean cómo las hojas secas y pálidas son poco a poco tragadas por esa mancha voraz.
Entre amigos se dice: “Más de tres sacudidas ya es chaqueta”, por eso el muchacho que hizo pis ya guarda lo que tiene que guardar, sube el cierre y sale. Sale ya tranquilo, porque las ganas de orinar lo mortificaban y debió entrar a ese baño sucio y maloliente con el pago de cuatro pesos. Ahora ya camina sin apuros, camina sosegado en una banqueta llena de luz y de sol. Pero, tal vez, ya nunca olvidará la mancha de esa pared, ni ese árbol que parecía moverse con el aire a mitad del desierto. Hay baños limpios, pulcros, impolutos; baños a los que da gusto entrar, pero estos baños, en su inmaculada belleza, no poseen la magia de esos baños asquerosos donde las manchas hablan de que la vida también es lo otro, el prodigio de la herrumbre; es decir, la luz en medio de la sombra o lo contrario: la sombra en medio de la luz.