sábado, 7 de febrero de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE MENCIONA A ÓSCAR BONIFAZ (parte III)




Querida Mariana: Tuve mi primer acercamiento con la obra de Óscar Bonifaz ya en la universidad. Dije que mientras estuve como su alumno en la prepa nunca supe que él escribía. Sólo lo conocí como maestro de Literatura y como director de obras de teatro. En 1974 concluí el bachillerato y viajé a la Ciudad de México para estudiar. Primero me inscribí en la UAM, Unidad Iztapalapa; luego presenté examen de admisión y entré a la Facultad de Ingeniería, de la UNAM, donde permanecí cinco años, sin concluir la carrera. Una tarde recibí una caja que me entregó mi tía Alicia, quien viajó a la Ciudad de México. Mi tía pasó a ver a mi mamá y preguntó si se le ofrecía algo para su Alejandrito. Abrí la caja de cartón y encontré tostadas, butifarras, chorizos, un queso de doble crema y un ejemplar de un libro de cuentos de Óscar Bonifaz: “La noche de los girasoles”. Con los compas compramos unas cervezas, pusimos un mantel en la mesa de centro y botaneamos el queso, las tostadas y las butifarras. Jorge, quien era el que más le sabía a esa cosa de la cocina, preparó una salsa con cebolla, jitomate y chile. ¡Ah, esas delicias nos hacían menos distante a nuestro amado pueblo! En la noche, ya en el cuarto que compartía con Quique, comencé a leer el libro de Bonifaz. ¿Así que mi maestro de literatura también escribía? Entendí que su literatura, igual que la butifarra y el tzizim, nos acercaba a Comitán. Cada palabra era como un colconabe, como un chimbo o como un chile siete caldos. Recuerdo que ese libro está conformado por una serie de cuentos y una especie de crónica histórica. Entre los cuentos (parece que es el que le da título al libro, no lo recuerdo bien) aparece la historia de Nacho Loco, el hombre que alguna vez, mientras yo iba en auto a San Cristóbal, vi caminando a la orilla de la carretera. Esa vez, alguien que iba en el auto mencionó que era Nacho Loco, el loco que caminaba sin descanso de una ciudad a otra, el hombre que terminó loco porque su mujer “petateó” con otro. Como aparece en el dibujo de Armando Alfonzo Alfonzo, Nacho cargaba un petate enrollado en la espalda. ¿Lo usaba para dormir? ¿En dónde descansaba? Una vez, ya mucho tiempo después, cuando vi la película Forrest Gump y el personaje dice: “Cuando corro soy como el viento”, pensé en Nacho, pensé en el aire de los Altos de Chiapas, aire enredado en los pinos y en las columnas de humo que salen de las chozas de los indígenas. ¿Por qué Nacho caminaba sin parar de uno a otro lado? Y pensé que la vida, tal vez, también es algo como ese caminar infinito que Nacho hacía. A final de cuentas, Nacho, en su comportamiento ilógico e irracional, nos dejó una lección; una lección que retomó Bonifaz para que no se perdiera en el aire. Y comencé a entender lo que Bonifaz hacía con lo nuestro, lo pepenaba (igual que Cervantes pepenaba los pedazos de papel tirados en las calles), lo pulía y lo daba para que quedara, eterno, en las páginas de sus libros. Entonces descubrí, en el México de los años setenta, que la clase que más me había gustado en la prepa de Comitán había sido la clase de literatura, con Óscar Bonifaz, y entonces, ya en contacto con los grandes maestros de México, en la Universidad, supe que había sido un privilegio haber recibido clases de ese hombre que caminaba como si fuese más liviano que el propio aire. Y entonces lamenté no haber estado más cerca de él, pensé que pude haber aprendido a caminar con paso más firme en los caminos difíciles y maravillosos de la literatura, porque en ese entonces, ya sobre la mesa de trabajo, al lado del libro de Matemáticas II, y una novela de Ibargüengoitia, aparecía un cuaderno donde hacía mis primeros pinitos literarios, mis primeros intentos de cuentos. En la confusión de mi decisión vocacional ¡ya había encontrado mi camino!
El apellido Bonifaz, en Comitán, es un apellido enredado en las ramas más altas. Cuando estudié en la prepa, cuatro Bonifaz aparecieron: Marirrós, mi compañera en el área de Físico Matemático, quien siempre sacó diez en todas las materias, era la aplicadita del grupo; Don Luis, hermano de Óscar, quien una tarde, molesto, realmente molesto, porque alumnos del grupo huelguista habían colocado la bandera rojinegra en el asta de la escuela, llegó, sacó la pistola y exigió que quitaran esa bandera de ahí; el maestro Roberto, el otro hermano del maestro Óscar, quien se distinguió por ser un exigentísimo maestro de Educación Física y sembró el orgullo de pertenecer a la Escuela Preparatoria en el corazón de cada uno de los alumnos; y el cuarto Bonifaz fue el propio Óscar. Hay algo de genio e ingenio en el gene Bonifaz, que se ha manifestado en diversos oficios y profesiones. Marirrós, quien ahora es Directora del IMPLAN, de Comitán, es Premio Nacional de Poesía. Ella también es una mujer con alas de papel, que vuela por cielos muy altos.
Recuerdo al maestro Roberto, quien dirigió a un grupo de niñas y muchachas y las convirtió en un referente histórico para la historia del básquetbol: “La prepita”. Éste es un nombre que sólo pudo darse en Comitán. Tiene relación directa con nuestro modo de ser y con el trato afectuoso que siempre damos. Las muchachas de “La prepita” hicieron historia, porque el juego, bajo la orden del maestro, no era un simple juego, era la vida y el orgullo.
Escribo algunas anécdotas que he presenciado para ver las ramas del árbol de donde proviene el genio e ingenio del maestro Óscar. En una ocasión (tarde de un treinta y uno de diciembre del siglo pasado) estaba con unos amigos tomando unas cervezas en el restaurante “El portón”, en la Colonia Miguel Alemán (no sé si aún sigue funcionando). Como a las seis de la tarde me despedí de los amigos, me levanté de la mesa; en ese mismo instante, Cuauhtémoc Bonifaz (el famoso Cuati), que estaba sentado en otra mesa, se levantó y me llamó. “Alejandro -me dijo- quiero pedirte un favor muy grande.” Me lo dijo con una cara de cierto apremio y angustia, tanto que pensé en algo urgente. Yo contesté que sí, en qué podía servirle. Él me abrazó y con un tono teatral imponente dijo: “Que seas feliz este próximo año”. El otro día me topé con Gaby (hija del maestro Óscar) en la cafetería de la Universidad y me contó que su tío Luis tenía una vinatería (“El Cairo”) y que un día llegó un agente viajero y, en forma de presentación, le extendió la mano y dijo: “Moreno Delgado”, y don Luis, detrás del mostrador, correspondió al saludo y dijo: “Flaco y de bigotitos”. Guayo, un hijo de don Luis, de igual manera, tiene una forma singular de contar anécdotas graciosas.
Dije que no recuerdo algo más del maestro Óscar en clases de preparatoria, pero sé que, sin duda, su clase estuvo matizada con anécdotas, porque, todo mundo que lo conoce sabe que así es, el maestro siempre tiene mil anécdotas graciosas en sus manos y las comparte como el jardinero comparte las flores recién cortadas del jardín. La anécdota en la voz de Bonifaz no pierde su brillo, siempre está fresca, como rosa recién regada. Algún día, lo sé, aparecerá un libro que contendrá testimonios de cientos de ex alumnos. La vida de un personaje tan emblemático de Comitán no estará completa hasta que cada uno cuente su propio testimonio. Habrá de todo, porque Óscar Bonifaz es un personaje polémico. Hay cientos de personas que reconocen su genialidad, pero también hay personas que lo ignoran. Es un poco como el fenómeno que sucede con Rosario Castellanos, de quien Bonifaz fue amigo. Hay comitecos que ya “alucinan” a Rosario y no la pueden ver ni en pintura. Dicho nombre se ha desgastado. Doña Lolita Albores (otro personaje al que hace falta completar su verdadero rostro) levantó la voz en contra de la decisión de ponerle el nombre de Rosario Castellanos a un gimnasio dedicado a la práctica del básquetbol. Alguna autoridad valoró la petición de doña Lolita y cambió el nombre por uno más acorde (Gimnasio Municipal Roberto Bonifaz Caballero). Nadie repela el nombre de Rosario para la Biblioteca Municipal, pero el hecho de que una Central de Taxis o una Unidad Habitacional lleven el nombre de Rosario Castellanos se nota como un acto irreflexivo, por no decir bobo.
Una tarde, dos o tres años después de haber recibido el libro de cuentos, mi mamá me envió otra cajita con butifarras, chile en vinagre, un pomito con mistela de nanche y otro libro de Bonifaz: “Arcaísmos, regionalismos y modismos de Comitán”, editado por la UNACH. Recuerdo que reímos cuando vimos que en portada decía Universidad Nacional Autónoma de Chiapas. Tremendo gazapo. En ese tiempo, mis compas y yo, estudiábamos en la UAM y en la UNAM, universidades de prestigio. Nos burlamos de que la UNACH “soñara” con ser ¡nacional! Sólo eso nos faltaba. (continuará).