lunes, 16 de febrero de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE CÓMO EL ARENILLERO SIEMPRE HA VIVIDO EN LA CONFUSIÓN




La fotografía corresponde a la década del setenta, del siglo pasado. Si el lector ve con atención observará que la lancha tiene pintado el nombre de Santa Rosalía, Baja California. La foto tiene pocos elementos (fue tomada por mi tío Mario): el mar, al fondo; en primer plano la lancha con algunas cuerdas, maderas, remos (del mismo material), una sombra (sólo una) sobre la arena.
Ah, perdón, también aparece el arenillero, quien es el que toma el remo con ambas manos. Viste una camisa a cuadros y un pantalón blanco (tal vez contagiado con la cercanía del mar).
¿Qué hace el joven sobre la lancha? Sí, el lector atinó. El joven (llamémosle B) mueve el remo como si estuviese a mitad del mar y el aire fuese el agua. ¿Dónde se ha visto que alguien reme en el agua del aire? B pareciera torcer todas las leyes físicas y superar a aquel valiente que “rema contra corriente”. Todo mundo recomienda dejar fluir y remar a favor de la corriente, pero acá se ve que B hace un esfuerzo supremo porque, tal vez, el viento está en contra y él rema porque, no se sabe bien a bien, desea ponerse a salvo. Porque, se sabe, B no sabe nadar y tal vez alguien ya lo alertó acerca de que el mar está picado y el oleaje alcanza alturas de varios metros sobre el nivel del suelo. Pocas ocasiones tiene B de estar a nivel de mar y ahora rema y rema por alcanzar otro nivel del suelo.
Pero lo sorprendente de la fotografía es la sombra que el remo de B proyecta sobre la arena. La lancha está a resguardo de las fauces del mar (B no puede saberlo, él es un tipo que ha crecido en tierra firme). El remo de B se mueve a través del oleaje del aire, pero por el prodigio de la vida, proyecta una sombra en el fondo. B no lo sabe, pero lo intuye. Si la barca fuese echada al mar, él no podría proyectar sombra alguna sobre el mar siempre en movimiento. La arena permanece estática, para darle protección a B que no sabe nadar y para que su movimiento proyecte una sombra sobre su piel cálida. La arena sabe que B rema, rema intensamente; sabe que ese movimiento provoca una sombra que se mueve sobre su rostro. Esa sombra se mueve al ritmo del movimiento del remo y éste se mueve al ritmo vertiginoso que le imprime el movimiento de los brazos de B. Esta sombra se dibuja sobre la arena. El dibujo lo provoca B. ¿Sabe que algún día, en tierra firme, dibujará sombras de letras y de palabras sobre la arenilla del corazón de sus lectores? Porque, lo que el arenillero hace todos los días no es más que dibujar una sombra en el espíritu de los lectores. Sigue (¡ah, qué tonto!) remando en el mar del aire. Por esto, a veces, se le ve en el parque central de Comitán con los brazos abiertos como si nadara (no sabe nadar), como si remara (no sabe remar), como si navegara (tampoco sabe hacerlo). Mueve los brazos en intento de vuelo (no tiene alas ni vocación de gaviota).
Aquella mañana, en Santa Rosalía, se subió a la barca y soñó que estaba a mitad del mar y debía remar, remar mucho para alcanzar la orilla. Tal vez la vida no ha sido más que eso: remar, remar, para alcanzar la orilla. Algunos reman en aguas dulces, otros lo hacen a través de feroces tormentas y hay otros (tontitos) que imaginan que reman y siguen en el mismo lugar. La orilla siempre es su orilla. Llegaron desde hace mucho y, tal vez, no se han dado cuenta. Remar en el aire (¿es esto posible?)