sábado, 21 de febrero de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE MENCIONA A ÓSCAR BONIFAZ (parte V)




Querida Mariana: En el libro de “Una piedra en mi zapato”, un personaje dice que es como un alfabeto. No recuerdo bien quién lo dice (¿es acaso el tío Enrique, el tío loquito?). Ahí, en ese personaje está sintetizado el anhelo de Bonifaz, la vocación a la que le ha sido fiel toda la vida. Imagino a Óscar de niño, un niño que no tiene el mismo arrojo que sus hermanos Luis y Roberto. Óscar, al ser niño de papel, se muestra frágil, se lo lleva el viento. Anhela ser como un barquito, de esos que en las tardes de lluvia los niños comitecos sueltan en las corrientes que bajan por las calles, pero tiene temor, tiene temor porque puede humedecerse y hundirse. Una pregunta que siempre me he hecho y que jamás le he preguntado a él es: ¿por qué cuando fue a estudiar a la ciudad de México, teatro con Seki Sano, no se quedó allá, puesto que era el espacio idóneo para desarrollar sus capacidades? En ese tiempo (aún ahora) los que se empecinan en ser actores o escritores de renombre debían codearse en aquellos círculos centralistas. Recordamos que Irma Serrano soñó con ser actriz y se fue a la ciudad de México para cumplir sus sueños y no cejó hasta lograrlos. Se paró frente a la puerta de los Estudios Churubusco y a partir de ahí la historia se escribió. Lo mismo hizo una compañera mía de secundaria, Lety Pinto. Cothy Soto (la cantante) me cuenta que Lety y ella vivieron en el internado del Colegio Regina y Lety le decía a cada rato que sería actriz. Lety se fue y también, en escala menor, logró su sueño de aparecer en películas al lado de los hermanos Almada (¿quién no recuerda la película “La banda del carro rojo” donde aparece Lety bellísima también al lado del hijo de Pedro Infante?). ¿Por qué el maestro Óscar no insistió en sus sueños? ¿Por qué regresó al ambiente un tanto asfixiante de Comitán? En la ciudad de México, él pudo haber desarrollado todos sus talentos y vivido, tal vez, de manera más libre. Nunca se lo he preguntado. Alguien me contó en una ocasión (no sé si sea cierto al ciento por ciento) que un amigo generacional de Bonifaz, el maestro Güero (Javier Mandujano Solórzano) ya no continuó con sus estudios de pintura, en la academia, en la ciudad de México, porque su mamá se enfermó y él debió regresar para cuidarla. Te platico esto, porque, de igual manera que me pregunto por la vida de Óscar Bonifaz, una vez pregunté por qué un hombre con el talento del maestro Güero no lo amplificó de manera más exponencial. Hay miles y miles de hombres y mujeres que son conocidos como “las glorias locales”; es decir, son personajes de gran talento, pero cuya obra no alcanza a tener la difusión nacional que bien pudieran tener. Las glorias nacionales son Irma Serrano y Rosario Castellanos (no sólo nacionales sino ¡internacionales!). Estas dos mujeres lograron el deslumbre de los grandes reflectores porque tuvieron la difusión de las grandes instituciones. Lo cierto es que no es lo mismo que alguien aparezca en la prensa local que en el periódico “Reforma” de la ciudad de México. Los grandes medios nacionales impulsan las carreras de los grandes escritores y actores. Óscar Bonifaz, insisto, ha hecho una obra de relevancia para Chiapas y para la región del sureste, pero no tiene el reflector que él deseara a nivel nacional, a pesar de que sus estudios acerca de la vida y obra de Rosario Castellanos han sido publicados en Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo. ¿Por qué el maestro regresó a Comitán después de haber estado en los grandes escenarios de la ciudad de México, al lado de grandes directores y actores de teatro? Nunca se lo he preguntado.
¿Por qué, de todas las obras de Bonifaz, prefiero “Una piedra en mi zapato”? Porque es la visión de un niño. Los niños son los que están más cerca de la verdad. Si Bonifaz se ha pasado toda su vida pepenando palabras del piso y descolgando estrellas de las ramas más altas, fue en su infancia (infancia de un niño no temerario) cuando alcanzó a llenar sus bolsas. De ahí en adelante (como en la vida de cualquier ser humano) se ha dedicado a buscar esa región perdida para siempre. Por esto, a veces, Óscar Bonifaz se convierte en un ser temerario, en un gran aventurero, en el gran contador de historias, acaso para suplir las carencias de la infancia.
Un día abandoné la dirección del semanario “Ensayos” y la retomó el maestro Marco Tulio Guillén Barrios. Teníamos un suplemento satírico que se llamaba “El cositía”. Mientras estuve en la dirección de dicho semanario, debajo de la puerta de mi casa metieron más de dos anónimos donde me amenazaban y me mentaban la madre. El autor de dichos anónimos (debió ser el mismo) se decía ofendido por lo que ahí publicábamos y, sobre todo, por el nombre del suplemento. Decía que era una ofensa para todo Comitán el uso de esa palabra que denigraba a los comitecos. ¡Padre eterno! Paty, que estaba embarazada, me pidió que dejara ese periódico, me dijo que no valía la pena, que esos lectores parecían ser fundamentalistas y podrían provocarme un daño. En realidad dejé el periódico porque la paga ya no alcanzaba a cubrir los gastos semanales. El periódico lo maquilábamos en la imprenta de Amado Avendaño (el que un día llegó a ser Gobernador en rebeldía de Chiapas). Abandoné el periódico, pero no el periodismo. En el periódico de don Amado seguí publicando una columna que hablaba ya un poco de ese compromiso que había retomado de los textos del maestro Óscar: la defensa del lenguaje comiteco.
Dicen que nadie es indispensable, pero soy un convencido de que las acciones de las personas son únicas. El otro día vi una fotografía donde aparece doña Esperancita Solís, abuela de Manolo Nucamendi, y recordé cómo una vez me invitó a presenciar una pastorela que hacía año con año en el patio de su casa. Aún recuerdo la emoción de pasar por el zaguán de su casa, un zaguán generoso en anchura y luminosidad, y encontrar el patio, más ancho y luminoso. Ahí, un grupo de niños del barrio, amigos y parientes de doña Esperancita representaba una pastorela sencilla, pero llena de imágenes bellas. Sé que todos los niños de ese tiempo (hoy ya mayores) gozaban esas representaciones. El día que doña Esperancita murió no sólo se fue ella, también se fue la tradición que ella impulsaba. ¿Nadie es indispensable? Es cierto, pero cada persona tiene su particular forma de modelar el mundo. Hay personas, como doña Esperancita, que hacen cosas sensacionales, un poco como si dijéramos que sin ellas la vida no es tan bella. De igual manera, la obra de Óscar es única e invaluable. Si él no hubiese hecho lo que hizo y si no hiciera lo que hace nuestra sociedad no sería lo que es. Esas piedritas que él nos lega son piedras de valía para reconocer nuestra identidad. Por eso, algún día tendrá que hacerse una relación exhaustiva de sus obras y un pormenorizado estudio de lo que acá se vislumbra. Sin la piedra angular de Bonifaz, tal vez mi primo Pepe González no hubiese acometido la aventura de escribir “Glosario”. Sin la presencia de ambos, el futuro lingüista que aportará más datos para entender la importancia de nuestra lengua no tendría sustento. Todos nos basamos en la tradición. Bonifaz ha aprovechado la herencia de nuestro pueblo y la ha mostrado en todas partes.
En agosto de 2013, los amigos de la “Rial” Academia de la Lengua Frailescana visitaron Comitán. En el Teatro de la Ciudad se organizó un encuentro entre ellos y contadores de anécdotas de Comitán. Entre estos últimos estuvo el maestro Óscar, quien, con esa gracia única que posee, hizo las delicias de todos los que llenaron el teatro hasta el tope. Esa tarde, Óscar, minutos antes de que concluyera el acto se despidió. Los amigos de Villaflores dijeron que el maestro había aducido ser padrino de bautizo o de bodas y debía retirarse. El maestro se paró y todo mundo aplaudió. En ese aplauso iba el reconocimiento por su ingenio y gracia para narrar anécdotas. Si Tuxtla tiene a su Laco Zepeda, contador non de cuentos; Comitán tiene a su Óscar Bonifaz. Esa noche, ¿de verdad, el maestro era padrino? ¿Padrino a las nueve de la noche? ¡No! Esto es parte de su personalidad. Él no podía compartir el aplauso con los demás integrantes de la mesa, debía levantarse antes para que el aplauso no fuera repartido, fuera sólo para él. El maestro siempre ha sido así, le gusta estar en medio del reflector y que la luz lo “encandile” sólo a él. Cuentan que cuando en un guateque se encontraban el maestro Óscar y doña Lolita él duplicaba su gracia.
Pero si en “Una piedra en mi zapato” está la figura niña de Óscar, es en su poesía donde podemos hallar los rasgones y los vislumbres luminosos que han conformado su vida. En su poesía está la luz y la grieta. (continuará).