sábado, 14 de febrero de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE MENCIONA A ÓSCAR BONIFAZ (parte IV)



Querida Mariana, un día regresé a Comitán, después de estar varios años “estudiando” en la ciudad de México. Volví y mi papá me invitó a trabajar con él, en un negocio de venta de triplay que tenía. Me casé con Paty y, con un grupo de amigos iniciamos un semanario que se llamó “Ensayos”. ¿Cómo darle más prestigio a una publicación? Pues ¡sencillo! Invitando a plumas prestigiadas a colaborar. Así que un día, Roberto y yo fuimos a saludar al Maestro Óscar. Nos recibió en su casa, nos invitó a tomar café con pan (maravillosa costumbre comiteca) y dijo que sí cuando le pedimos un texto para publicar en el semanario. Ya para ese entonces él había publicado el libro “Semblanzas”, edición patrocinada por el Grupo Integrador del Patronato de la Cultura en Comitán. El libro tiene un prólogo escrito por doña Hermila Grajales de De la Vega, donde hace un lúcida reflexión acerca de que la modernidad no está reñida con la tradición y exhorta a los comitecos a que valoremos el legado arquitectónico que poseemos. Pone ejemplos de cómo Florencia en pleno siglo XX preserva las joyas arquitectónicas de siglos pasados. Hoy vemos el ejemplo maravilloso de la pirámide de cristal que el arquitecto Pei hizo en el patio del Palacio del Louvre, donde se ve cómo se respeta el entorno y se da una lección de aprecio por la cultura de siglos. La reflexión de doña Hermila aún es válida en nuestro Comitán.
Los libros de Óscar Bonifaz sembraron en mí la certeza del maravilloso legado que poseemos. La labor creativa y creadora de Bonifaz es importante para nuestro pueblo. ¿Qué me enseñó Óscar? Me enseñó que la lengua comiteca (nuestro dialecto) es el que define nuestra personalidad. Todo lo que se nombra es lo que existe. Lo que no es nombrado es inexistente. Todo lo que hay en el mundo tiene un nombre, y esto es así para que tenga peso y sustento. El libro de arcaísmos, regionalismos y modismos es un documento que preserva las voces que han dado luz a nuestra voz. Todo mundo alaba nuestro “modito” de hablar que incluye un cantadito que ya quisieran los argentinos para fin de fiesta. Esas palabras dicen mucho de nuestro carácter. A veces veo en el Facebook cómo las personas comienzan a jugar con esas palabras, los jóvenes las usan con placer. Como que entienden que esas palabras hacen la diferencia en estos tiempos de globalización. Será un mundo triste y soso el mundo que sólo hable de cosas chidas. Cada objeto y cada acción tienen un nombre y en Comitán tenemos la atingencia de nombrar al mundo de manera única y especial, por esto, los comitecos somos únicos y especiales. Años después que Bonifaz publicó su libro de modismos, un alumno suyo muy querido, José Luis González Córdova, publicó su libro “Glosario” que era la continuación de la labor iniciada por el Maestro. Falta que nuevos talentos comitecos continúen con dicho trabajo. Si se dice que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, también podemos decir que las sociedades tienen los intelectuales que se merecen y Comitán ha merecido gente de mucho valor que ha pensado en el bien común y ha invertido horas y horas de estudio y de investigación para dar al pueblo lo que el pueblo merece. ¿Qué fuéramos sin ese libro sencillo pero lleno de vitalidad que se llama “Así te recuerdo Comitán”, que nos regaló doña Lolita Albores, nuestra cronista eterna? ¿Qué seríamos sin la dedicación de Amín Guillén Flores que hurga en las raíces de nuestro árbol mayor? ¿Qué seríamos sin la serie de caricaturas de personajes populares que Raúl Espinosa ha realizado? ¿Qué seríamos sin los discos con música tojolabal de la Maestra Roselia Jiménez? ¿Qué, ¡Dios mío!, sería Comitán sin los libros de Armando Alfonzo Alfonzo? Gracias a éstos y a muchos más es que Comitán sigue teniendo la magia que lo hace, con mucho, un pueblo mágico.
Una tarde, Katina de la Vega con un grupo de comitecos comprometidos conformaron un patronato para restaurar el rostro original de Comitán. Así, en medio de pinturas con base de baba de nopal, el rostro de nuestra ciudad fue retocado con paciencia y cariño (si no hubiesen cometido el absurdo de “forrar” las banquetas con laja, ahora Katina tendría mayor reconocimiento). La labor de Katina estaba emparentada con el prólogo que su mamá había escrito años antes en el libro de Óscar Bonifaz, quien reunió una serie de fotografías antiguas del pueblo y las comparó con fotografías tomadas en el año de edición. Con ello, el maestro nos dijo que Comitán sufría transformaciones que quitaban el rostro auténtico de un pueblo auténtico. Alguna tarde, Katina deberá aceptar que las lajas fueron un equívoco y emprenderá (con la misma fe y cariño que la motivaron a la restauración) una acción que enmiende el error. Comitán no es un pueblo para diez o veinte años, Comitán es un pueblo que perdurará por los siglos de los siglos, así que toda acción que comience hoy para salvaguardar la integridad de sus habitantes se le reconocerá a quien la emprenda.
Los libros de Bonifaz, pues, señalaron caminos ciertos: preservar nuestra lengua y la arquitectura vernácula. Hoy, que está de moda nuestra ciudad por el nombramiento de Pueblo Mágico nos damos cuenta que dichos temas son prioritarios. Bonifaz me dijo que debía conocer esas ramas del árbol llamado Comitán, porque (todo mundo lo sabe) lo que no se conoce no puede ser amado. Bonifaz, a su manera, ama a Comitán desde sus raíces. Tal vez el librincillo que más me gusta de Óscar es “Una piedra en mi zapato”, porque ahí está sintetizada la búsqueda permanente del Maestro con respecto a las palabras. En este libro las palabras son como nubes que descuelga, como piedritas que pepena. Ahí aparecen personajes entrañables y anécdotas que nos hablan de ese amor que oscila entre la pasión y el odio. Todo amor real y honesto está plagado de los extremos de la vida. Los grandes amores de la humanidad son historias que fluctúan entre la altura de la luz y la oscuridad del pozo. El amor de Bonifaz por Comitán está inmerso en esos extremos, de manera semejante Comitán le paga igual. Una tarde, Bonifaz llegó a la casa, le ofrecí una silla y mientras veíamos el jardín que brillaba con las rosas sembradas por mi mamá, el maestro me dijo que me invitaba a ser presentador de su libro, en la sala de actos de la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. Recuerdo que Manolo Pulido fue otro de los presentadores. ¿Alguien más? Él, por supuesto. Esa noche estuvieron presentes mis hijos, que tenían diez u once años. Cuando leí mi texto, reproduje una de las anécdotas que ahí vienen. Mis hijos recuerdan bien la anécdota, porque, a partir de ahí, cuando nos topábamos con Bonifaz en las calles, ellos me decían en voz baja: es el maestro del eco. Mis niños no sabían lo que decían, ellos celebraban la picardía de la anécdota que cuenta cómo alguien se asoma a un pozo y espera que el eco asome, pero, en realidad, asoma la voz de alguien que está abajo y responde con una majadería simpática. Pero ahora que lo pienso, mis hijos tenían razón: el maestro es el maestro del eco. Todo escritor recrea la realidad, nunca la presenta tal como es. Bonifaz ha mostrado un reflejo y un eco de la sociedad comiteca. Ha pepenado las anécdotas, las ha decantado y las ofrece igual que Juan Diego (ahora santo) ofreció las rosas a la virgen de Guadalupe. Porque Óscar insiste en que todas las anécdotas que cuenta y que escribe son reales. Jura que nada inventa. Dice que una vez se encontró con un ex alumno que sí tiene propensión a inventar cosas, lo llamó y le dijo, en tono de confesionario: “Maestro, le quiero revelar un secreto: soy Juan Diego”, Óscar no se inmutó y, también en voz bajísima, le dijo: “No te preocupés, yo soy La Virgen de Guadalupe y vos sos el más pequeño de mis hijos”. Cuando el maestro cuenta esta anécdota, todo mundo que está a su alrededor se bota de la risa. El maestro es implacable, como si fuese uno de esos muchachos maldosos que ya tiene en el suelo a su oponente y no deja que se pare, sigue golpeando con el “buril de su palabra”. Cuando mira que ya la gente disfruta sus cuentos y dichos, como si metiese un uppercut (gancho, decimos en Comitán), suelta la otra anécdota que hace que sus oyentes se doblen más de la risa. Una de las principales herramientas del maestro es la anécdota graciosa. Él posee el secreto y lo usa en todos los espacios. Cuenta anécdotas frente a la gente común y frente a los gobernantes. Así desarma a éstos. A cada rato cuenta un poema-anécdota: el del zancudo. Dice que una vez, doña Patricia, esposa del gobernador Patrocinio González, se botó de la risa cuando la escuchó y dijo que iba a colocar una placa en Casa de Gobierno para que la leyera todo mundo. Saber si es cierto. Porque, la verdad, es que el maestro también tiene propensión a inventar, es su oficio. (continuará).