miércoles, 25 de febrero de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UN CHAPULÍN




Es el corredor de la casa de la cultura. ¿Es el corredor? Uno no sabe si el escritor habla del espacio físico o del animal que acá se ve. El lector no puede saberlo, porque el animal está en posición de ¡en sus marcas, listos, fuera!
¿Es un chapulín? Es un chapulín de color de hoja seca, avejentado. Anita dice que le llaman mulitas. Mariana fue más allá, dice que a las mulitas cafés les llaman mulitas del diablo.
Cuando Mariana vio a la mulita café se tiró al piso y dijo que sí, que era la mulita de la leyenda. ¿Qué leyenda?, pregunté.
La leyenda cuenta que Arsenio, un campesino de la zona de Bajucú, despertó una mañana, abrió la ventana de su casa y dijo: “¡Ah, qué chingón está el día!”. Su mujer, quien ya preparaba el bastimento para que su esposo llevara a la milpa, se sorprendió. Su marido jamás usaba palabras altisonantes y aunque había sonado simpático porque refería a la belleza del día, no dejó de inquietarse. Pensó: “¿Qué le pasa al Arsenio?”. Arsenio se acercó a su mujer, le dio un beso y recibió el bastimento que consistía en una bola de pozol blanco, chile verde, tortillas y un puño de frijol molido, más un tecomate con agua de chía. “Ahora sí -dijo el campesino- es hora de ir a la labor” y dio una nalgada a la mujer que, de nuevo, se sorprendió, porque jamás lo había hecho. La mujer vio al esposo perderse por la vereda de tierra, se sentó en la piedra de la entrada y comenzó a desgranar el maíz. Hizo un recuento de los días pasados. ¿Arsenio había faltado a su casa? No, todo había sido como en los meses anteriores. Había salido temprano a la milpa y había regresado a la misma hora de siempre. ¿En dónde había aprendido esas palabras altisonantes? ¿En dónde esos modales para tratar a las mujeres? ¿Estaría yendo a esos lugares donde las mujeres se pintaban las bocas y abrían sus piernas para que los hombres metieran su cuenterete? No, se dijo. No era posible. A menos que, pensó, en lugar de ir a la labor fuera a esos lugares besados por el diablo. Entonces no esperó más, levantó el bote con el maíz desgranado y entró a su casa para ponerse el chal. ¡No! Su marido no estaba en lugares prohibidos. Desde la cerca con alambre de púas lo vio calzando la milpa, muy hacendoso. Regresó y volvió a desgranar. En los días subsecuentes hizo lo mismo, en cuanto su marido le daba una nalgada e iba a la labor, ella lo seguía. Nada extraño pasaba. Mas una noche, cuando ella lavaba los trastos sucios de la cena, escuchó que su esposo hablaba. ¡Se volvió loco!, pensó. Dejó la taza que lavaba y, en puntillas, caminó a la cama. Escuchó una voz como de silbato de olla exprés que decía: “…y le sobó las tetas una y otra vez…” Arsenio tenía un chapulín en sus manos y parecía contar una historia, como si fuese un papá contando un cuento a su hijo. ¿Qué hacés?, preguntó su mujer y Arsenio, ocultando lo que tenía en la mano, dijo que rezaba, que le pedía a San Caralampio la bendición de su milpa. La mujer olvidó su enojo ante la malcriadeza que había oído y la suplió por el enojo de que, por primera vez, su esposo le ocultara algo. Se aventó contra él para abrirle la mano. Arsenio hizo la mano hacia atrás para resguardar al animal. La mujer lo rasguñó y comenzó a subir sobre su cuerpo en intento de atrapar al chapulín. ¡Dame ese chapulín!, gritó ella. De nuevo se escuchó la voz de pito: “¡A la mierda!”. La mujer dudó si la voz provenía de su esposo o del animal. Su coraje, como serpiente, se enroscó más en ella y comenzó a golpear fuerte a su esposo, en el pecho, en la cara, mientras él levantaba más el brazo a fin de que la mujer no alcanzara la mano. “¡A la mierda!”, volvió a escuchar. La mujer buscó en el buró y halló la lámpara de mano, la tomó y con ella le pegó al hombre, en la cara, en el ojo. El hombre, con la otra mano, se cubrió la cara y le pidió a su esposa que dejara de golpearlo, pero ésta ya no escuchaba, seguía golpeando al hombre, mientras la voz continuaba con la cantaleta: “¡A la mierda, a la mierda!”. El hombre ya no soportó, hizo un movimiento con su cuerpo y tiró a la mujer de la cama. Ella se golpeó la cabeza contra el buró, quedó inmóvil. El esposo se hincó, puso su oído contra el pecho de la mujer y comprobó que el corazón de ella también estaba inmóvil.
Esa es la leyenda, me dijo Mariana y agregó: Al otro día, cuando descubrieron el cuerpo de Azucena, los pobladores vieron que sobre su pecho estaba una mulita con el color de rama seca. Doña María tomó una escoba y lo empujó hasta la majada de la casa, se persignó y dijo: “La mató la mula del diablo”.
El chapulín que se observa en esta fotografía tiene abiertas las patas delanteras, las tiene en posición de herradura, como si en lugar de ser un corredor a punto de iniciar la carrera, estuviese a punto de atrapar algo.