domingo, 1 de febrero de 2015

HACE DIEZ (parte II)




Hace diez años escribí un libro que se llama “Crónica de un viaje a Comitán”. En ese tiempo vivía en Puebla. La edición fue de apenas 200 ejemplares. La edición está agotada. ¿Cómo fue mi mirada en ese tiempo? Hablé del viaje, de la ciudad y de los amigos. Todo mundo sabe que quien entra a la dinámica del viaje entra a otra dimensión del tiempo. La realidad del viajero posibilita ver el entorno de manera diferente, porque no hay la premura de la vida rutinaria. Paso copia de un capítulo de dicho librincillo. Es sólo para compartir, después de diez años.
NIEBLA
Detrás de toda cortina hay un misterio. Basta colgar una simple cortina de baño para encerrar un misterio. La primera maravilla del teatro es la cortina del escenario. Al inicio todo se reduce a ver una cortina. ¿Qué hay detrás? Cuando asoma el anuncio de: “¡Tercera llamada, tercera llamada, comenzamos!”, la cortina se abre y el misterio que guardaba aparece. ¡Ese instante es mágico! La naturaleza también tiene sus cortinas, una de éstas es la niebla. La niebla asomó en mi viaje. Sin previo aviso, como es su costumbre, apareció en la carretera. Yo viajaba en compañía de mi mamá y de mi hijo mayor. Antes de llegar a Las Choapas nos detuvimos a tomar un jugo de piña. El vendedor tenía mesas y letreros de “Jugo de piña natural” en ambos lados de la autopista. Mientras estuvimos ahí el vendedor corrió dos veces para atender a los automovilistas que se detenían en el otro lado de la autopista. La mañana era clara, llena de sol y la vida se mostraba desnuda: montañas, árboles, cielo azul, plantíos de piña y ríos, muchos ríos; pero, bastó que entráramos a la autopista con rumbo al Puente Chiapas para que la niebla apareciera. Todo se cubrió de misterio. Prendí las luces del auto y oí una voz que dijo: “¡Tercera llamada, comenzamos!” No veía más allá de diez o quince metros. Mi mamá me habló, la vi por el retrovisor, desvié la mirada de nuevo y vi dos gigantescas luciérnagas a punto de impactarse contra el parabrisas del carro. Pisé el freno, mi mamá se precipitó contra el asiento delantero. Las luciérnagas estaban a dos metros de nosotros: eran las luces traseras de un camión que llevaba muebles de madera. La niebla tiene el poder de transformar los objetos y las personas. Adentro de la niebla todo caballo se convierte en fantástico unicornio. Claro, cuando un hombre logra ver al animal ya la niebla dejó de envolverlo y por eso sólo ve un simple caballo. Yo vi, en ambos lados de la carretera, ogros que luego se convirtieron en simples árboles. Yo sé que El paraíso no existe en un lugar determinado, está en todo lugar que es envuelto por la niebla, es como una esencia que flota, una cortina viajera. Por eso los chiapanecos no aceptan el aeropuerto que mandó a construir el doctor Velasco Suárez. ¡Claro, el problema no es que aterricen o no los aviones, el problema es que se profanó ese espacio sagrado! Llano San Juan es un espacio en donde la niebla tiene su santuario. Ahí los ángeles se convierten en aves. En el mundo sobran lugares donde se puede construir un aeropuerto, por ejemplo algún llano de Chiapa de Corzo. Lo que en el mundo no sobra son espacios sagrados donde juega la niebla.
Como apareció se fue. La niebla quedó atrás y la carretera tomó su rutinaria máscara. Los faros traseros de los camiones fueron eso y nada más; los árboles fueron eso y nada más. Todo volvió a ser ¡tan real!, ¡tan sin novedad! Vi a un campesino apurar a su mula con un fuete, era una escena tan normal; mas el campesino se dirigía a un espacio de niebla. Él no lo sabía pero estaba a punto de transformarse; su mula, también, estaba a punto de convertirse en un mitológico animal.
Dejé de ver por el espejo retrovisor y miré al frente. A la distancia un espejo de agua entre las montañas. Supe que era el Puente Chiapas. En cuanto lo crucé advertí que también la realidad puede ser novedosa. Yo cruzaba de una orilla a otra por encima del lomo de un animal fantástico que tiene más de mil metros de longitud. ¡Ah, bruto, qué prodigio! En cuanto crucé sentí que estaba ya mucho más cerca de mi Comitán y hacia allá me dirigí. “¡Tercera llamada, comenzamos, comenzamos!”.

(Nota del 2015: No sé para qué sirve ahora el Aeropuerto Llano San Juan. Su sala de espera debe ser un cascarón vacío. Tal vez su pista sirve para que echen competencias los ángeles que revolotean siempre en medio de la niebla. Ahora el aeropuerto está en un valle cercano a Chiapa de Corzo.)