lunes, 23 de febrero de 2015

HACE UN CUARTO DE SIGLO




Querido papá, el 19 de febrero de 2015 hallé una carta que le escribiste a tu mamá (mi abuelita María a quien ya no conocí, porque murió meses después que yo nací). La hallé justo veinticinco años después de tu muerte. Es una hoja que ya acusa el paso del tiempo porque la escribiste el 18 de diciembre de 1921. ¡Dios mío, qué frágil es la vida! La escribiste sobre una hoja de esas que se llamaban hojas para carta. Hoy, ya escribimos las cartas en la pantalla de una computadora. Estimo que tenías ocho años cuando la escribiste. Te juro que me he conmovido ante tus palabras sencillas. Tal vez todos los niños le escriben así a su mamá, pero al saber que estas líneas las escribiste vos me he conmovido de más. ¿Qué le decías a tu mamá ese 18 de diciembre? Le mandás esas líneas para saludarla cariñosamente; le preguntás si ya sanó tu hermanita de los granos que tenía; le decís que le mandarás tus cuadernos, tus calificaciones y tus trabajos manuales; le pedís que te mande un portarretrato que hiciste allá en Tuxtla, junto con el retrato de tu papá; volvés a preguntar por tu hermanita, querés saber si ya anda; enviás saludos a todos los asilados (recuerdo que mi abuelita María fue Rectora del Asilo de Niños, en Tuxtla Gutiérrez); le decís que a don Toribio le mandás un muñequito que sacaste en una tómbola; le contás que de vez en cuando te jalan las orejas porque te portás mal; y le preguntás cuándo va a llegar a San Cristóbal; “en fin, querida mamacita, me despido de usted, enviándole muchos besos y un abrazo fuerte. Su hijo que la quiere y que no se olvida nunca”.
Me conmoví. Nada pediste para vos, sólo el portarretrato que hiciste porque ahí está la foto de tu papá. Tus líneas te retratan de cuerpo entero. Como fuiste de hijo ¡fuiste de padre! Siempre dando, dando muñequitos a don Toribio; siempre preguntando por los demás. Cuando fuiste mi papá ya nadie te jaló las orejas, porque te portabas bien, a veces exagerabas y cuando yo necesitaba que me jalaras las orejas porque me portaba requetemal, vos decías que todo estaba bien y me duplicabas tu abrazo.
Ya pasó un cuarto de siglo desde tu muerte y digo que la vida es muy frágil y es un suspiro. Igual que todos mis amigos que ya perdieron a su padre, en la muerte, yo también te extraño mucho. Mis amigos me dicen que les hace mucha falta su papá y que, a veces, en las tardes de lluvia, como si fuese un viento inesperado, el recuerdo de su papá abre la ventana de golpe y se les mete en los huesos y en el alma. Aseguran que extrañan mucho a sus papás, incluso, a veces, me dicen que sueltan alguna lágrima que está enredada en sus ojos y en su espíritu quién sabe desde cuándo.
Me conmovió tu carta, tu letra, tu firma. Me conmovió pensarte escribiéndola al amparo de un quinqué y firmando Agusto, en lugar de Augusto. Me emocionó ver cómo al finalizar tu apellido hiciste un intento de firma y jalaste la colita de la i hasta dibujar algo como un tiburón por debajo de tu nombre, como si tu nombre fuese la superficie del mar y todo lo demás el fondo.
Me conmueve saber que después de veinticinco años de tu partida seguís eterno, inmutable, en mi horizonte. Cuando estoy a punto de caer te invoco y tus benditas manos me sostienen y no caigo. Seguís a mi lado, sigo siendo la niña de tus ojos, por eso, ahora, igual que vos, hace noventa y cuatro años, cuando le dijiste a tu mamá que la querías y no la olvidabas nunca, yo te mando muchos besos y un abrazo fuerte, muy fuerte, fortísimo, hasta topar con pared, con la pared del cielo, con la pared de tu corazón, querido padre.