lunes, 9 de febrero de 2015

HACE DIEZ (parte VII)




Hace diez años escribí un libro que se llama “Crónica de un viaje a Comitán”. En ese tiempo vivía en Puebla. La edición fue de apenas 200 ejemplares. La edición está agotada. ¿Cómo fue mi mirada en ese tiempo? Hablé del viaje, de la ciudad y de los amigos. Todo mundo sabe que quien entra a la dinámica del viaje entra a otra dimensión del tiempo. La realidad del viajero posibilita ver el entorno de manera diferente, porque no hay la premura de la vida rutinaria. Paso copia de un capítulo de dicho librincillo. Es sólo para compartir, después de diez años.
CORTÁZAR
Dicen que Cortázar –Julio, ¿quién más?– anduvo por Chiapas en el viaje que hizo a México en el año de mil novecientos y tantos. Debe existir en alguna gaveta o en algún registro de hotel un dato que hable de la estancia en Palenque del famoso escritor. ¿Conoció Agua Azul? ¿Tomó una horchata de coco? Lo que sí es seguro es que por Comitán no anduvo; es decir, no conoció Montebello, no tuvo la suerte de ir al mercado primero de mayo a tomar un vaso de jocoatol; es decir, no conoció a la señora que a la entrada vende tamales de bola, ni vio las ensartas de butifarras que cuelgan en los puestos donde venden cremas, quesos y embutidos.
Ahora que estuve en mi tierra me topé con Julio. Juro, ¡de veras lo juro!, que hace tiempo no aparecía Cortázar por mi vida. Hace varios ayeres dejé sobre un librero las antologías de sus cuentos. Julio me perdonará, lo sé, si digo que lo cambié por leer La Biblia. Por el momento estoy fascinado con Los Salmos y, a ratos, con El Cantar de los Cantares. Sé que uno de estos días “volveré como el cordero fiel de la leyenda”, ahora ando en los “verdes pastos” donde me conduce “mi pastor”. Pero, decía, ahora que fui a Comitán me topé con Julio. Diez o más libros de él estaban dispuestos sobre un estante de la Biblioteca Pública Rosario Castellanos; era como un pedestal adonde uno puede mirar hacia arriba y toparse con el rostro en bronce del héroe. Bueno, ese es privilegio de los escritores. Estoy seguro que también Rosario Castellanos debe andar trepada en algún estante de una biblioteca que se llama Julio Cortázar. Los escritores están en los estantes de todo el mundo, claro, el chiste está en que no sean como flores secas en medio de los libros. Yo conozco escritores que se ufanan de estar en muchas bibliotecas, pero cuando me topo con ellos, pobrecitos, los encuentro llenos de telarañas. Por eso, ahora que Cortázar me recibió en la biblioteca de mi pueblo, pensé en cuántos lectores, en realidad, le hicieron caso al letrero que decía: Sugerencia del mes. El Director de la Biblioteca, Raúl Espinosa, colocó los libros de Cortázar en un estante, lo adornó con una caricatura del escritor que él mismo hizo y con ello tendió la mano de Julio para todo aquel que quisiera hacerla suya. Es tan fácil, basta estirar el brazo, tomar cualquier libro y volar junto a la imaginación. Julio no es sólo un mes, Julio bien puede ser todo un año, toda una vida.
Toparme con sus libros fue toparme con su figura, fue casi como si lo viera ahí sentado con sus enormes manos y sus enormes ojos de gato inquieto. Fue como si, con el carácter reservado que era propio de él, hubiera buscado un refugio. Afuera, en la calle, estaba el bullicio, el puesto de tacos de tripa, los bocinazos de los automovilistas que tratan de espantar el rojo del semáforo. Adentro de la biblioteca sólo Julio, encaramado en un estante metálico de color naranja. A pesar de todo y de todos ¡se veía bien!, como si su esposa Aurora Bernárdez hubiera ido al mercado y él mirara el cielo de París, que, en días claros, se parece tanto al de Buenos Aires y que tiene el mismo tono de algunos días nublados de Comitán. Ningún muchacho le extendía una libreta para que estampara su autógrafo. Era un mes olvidado en una esquina de la biblioteca de Comitán. Yo, a manera de saludo, tomé uno de sus libros, fue mi manera de rozar su camisa. ¡Ah, mi fiel amigo, escritor que permaneces arrumbado en un estante de mi casa en Puebla! Hoy La Biblia acompaña mis tardes, mis estancias. Pero algo de Julio me llevé: su cielo. Sólo mi afecto Felipe fue testigo del hecho. Los policías que cuidaban la entrada no se enteraron. Los policías de todo el mundo nunca advierten los objetos importantes, ellos siempre cuidan que la gente no robe un cuadro, un libro, un ánfora griega o una olla de las ruinas del Junchavín. Los policías no advierten cuando alguien se lleva algo verdaderamente valioso; bueno, a veces ni los propietarios de las casas advierten el hoyo en la pared. ¿Nunca se han dado cuenta que a la casa le falta algo cuando un amigo que llegó de vacaciones la abandona? ¿Verdad que sí? Ese amigo, ¡segurísimo!, tal vez sin mala intención, lleva adentro de la maleta el cielo de la casa. Así me pasó. Estoy seguro que quien entró a la biblioteca después de mí, ya no encontró ningún fulgor en el estante de Cortázar. Algún día volveré a Comitán y regresaré lo que me llevé. Algún día, tal vez.
(Nota del 2015: ahora escribo desde mi casa ¡en Comitán! He vuelto a releer a Cortázar, he vuelto a sentir su mano sobre mi hombro, como cuando un amigo abraza al otro y caminan, juntos, por una calle llena de luz. El cielo que robé aquella mañana no lo he devuelto, nunca lo haré.)