domingo, 8 de febrero de 2015

HACE DIEZ (parte VI)




Hace diez años escribí un libro que se llama “Crónica de un viaje a Comitán”. En ese tiempo vivía en Puebla. La edición fue de apenas 200 ejemplares. La edición está agotada. ¿Cómo fue mi mirada en ese tiempo? Hablé del viaje, de la ciudad y de los amigos. Todo mundo sabe que quien entra a la dinámica del viaje entra a otra dimensión del tiempo. La realidad del viajero posibilita ver el entorno de manera diferente, porque no hay la premura de la vida rutinaria. Paso copia de un capítulo de dicho librincillo. Es sólo para compartir, después de diez años.
EL CIELO
De niño jugaba con mi papá. Él ponía sobre la mesa un cartón. Cartón de unos treinta centímetros por lado. Yo me sentaba frente a él. Mi papá colocaba cualquier objeto adelante del cartón (una corcholata, un palillo, un tornillo, un carrito o cualquiera de mil chunches más). ¡Y el juego comenzaba! “¿Qué ves, qué ves?”, decía mi papá. Yo contestaba: “¡Veo, veo, un soldadito de plomo!” Y luego, de nuevo, mi papá: “¿Qué no ves, qué no ves?” Entonces, yo debía adivinar el chunche que estaba detrás del cartón.
El seis de diciembre, por la mañana, hubo un homenaje frente al busto de Mariano N. Ruiz. El busto está colocado en una esquina del parque central, casi casi enfrente de la Casa de la Cultura. Al lado del busto se eleva un árbol que da unas flores blancas y moradas. Esa mañana el árbol estaba lleno de esos colores. En el evento estaba el sobrino del sabio chiapaneco y el profesor Jorge Gordillo Mandujano; por supuesto también estaban el Presidente Municipal, miembros de la Asociación Civil del Colegio Mariano y, como se estila decir, otras distinguidas personalidades. Cerraron la calle y colocaron unas sillas plegables. Veinte o treinta personas muy formalitas escucharon los discursos y la tradicional pieza de marimba. El evento fue para recordar un aniversario del natalicio de don Mariano. Cuando el evento terminó, el maestro Jorge me llamó para la foto del recuerdo. Alguien se acercó y comentó acerca del clima (¡qué original!) y el maestro Jorge alzó la vista, señaló al cielo y dijo: “Ni una sola nube. Todo azul.” Yo elevé la vista y mis ojos se llenaron de ese azul apenas interrumpido por el vuelo de un pájaro.
Después del evento, mi afecto Felipe me acompañó al Teatro de la Ciudad y ahí me dejó. Una vez que saludé a Óscar Bonifaz, salí y caminé sin rumbo fijo. Subí por unas calles y bajé por otras y cuando vine a darme cuenta estaba frente al Panteón Municipal. “Ya me lo cambiaron”, pensé. La fachada tenía cambios. Me di cuenta, entonces, que desde mi llegada tenía ese sentimiento. Muchas fachadas de casas, de edificios y de espacios retorcidos estaban modificados. Era un Comitán diferente al que había dejado.
“¿Qué no ves, qué no ves?”, repetía mi papá. El chunche que estaba detrás del cartón siempre tenía relación con el objeto que sí podía ver. Si lo que estaba al frente era un soldadito de plomo lo de atrás podía ser ¡una pistola de agua! ¡Y sí, esa vez mi papá con un movimiento rápido quitó el cartón y yo pude ver la pistola de plástico de color rojo! “¿Cómo le hiciste para adivinar?”, dijo y me abrazó. Así jugábamos. Yo tenía tres chances para adivinar. Si no lograba hacerlo, mi papá tomaba el lápiz y se anotaba un punto bueno. Esa ocasión el punto bueno fue para mí.
Ahí frente al panteón me pareció oír la voz de mi papá: “¿Qué ves, qué ves?” Y me bastó traspasar la puerta para encontrar detrás de la fachada el Comitán que yo dejé. Supe entonces que el juego se había modificado. Al frente de todas las fachadas estaba ahora el objeto escondido. Detrás de todas las fachadas estaba el Comitán que yo dejé. Detrás de las fachadas de todos mis amigos –fachadas modificadas por el tiempo– estaban intactos los mismos afectos. En la calzada del panteón estaba la misma fila de árboles, la sombra era la misma, la misma tranquilidad. Elevé la mirada y, por entre las ramas de los árboles, descubrí el intacto cielo azul de maestro Jorge, ¡de todos los comitecos de siempre! Ahí estaba ese intocado espejo, el mismo que dejé cuando partí de Comitán y viajé a Oaxaca y a Xalapa para terminar viviendo en Puebla. Supe entonces que el juego que jugaba con mi papá estaba de regreso. El cielo era el cartón y detrás de él estaba el chunche escondido. Oí la voz de mi papá: “¿Qué no ves, qué no ves?” Y como siempre, el chunche de atrás debía tener relación con el objeto mostrado. Entonces cerré los ojos, respiré y dije: “¡Dios! ¡Es Dios!” Y la mano de mi papá quitó el cartón, se levantó, me abrazó y dijo: “¿Cómo le hiciste para adivinar?”

(Nota del 2015: el cielo de Comitán es el mismo; mi sentimiento es el mismo. A veces, ahora, que mi papá ya no está físicamente, me paro frente al espejo y me pregunto: “¿Qué no ves, que no ves?”. Cierro los ojos y digo: “¡Dios, es Dios!” y, de nuevo, oigo la voz de mi papá que me dice: “¿Cómo le hiciste para adivinar?”)