viernes, 28 de abril de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE VISLUMBRA LA LUZ DEL CREDO




Querida Mariana: Mario me dijo: “Vos, mudo, que dividís el mundo en dos, ¿sabés que hay creyentes y no creyentes y punto?”.
Un día escuché Exa radio y oí el slogan que dice: “Yo creo en la radio”. Me acordé de Mario.
Yo soy creyente. Igual que Exa ¡creo en la radio! Pero no creo en cualquier radio. No creo en esa radio que, a cada rato, me avienta cubetadas de música de Arjona. No, yo creo en la radio que produce programas perspicaces. Cuando estudiaba en Tuxtla, la carrera de literatura, mi maestro Enrique García Cuéllar, me invitaba a un programa de radio que producía. Yo me sentía chento, porque ahí se hablaba de temas trascendentes. Yo aprendía. Creo en la radio inteligente, propositiva.
Soy integrante del club de los creyentes. Así como creo en la radio que difunde programas creativos, creo en la literatura que ilumina la mente y el espíritu. No creo en la poeta Elsa Cross, porque sus poemas son tan precisos y cuidadosos que nada me trasmiten. Creo, por el contrario, en la poeta Wislawa Szymborska. Cuando leo su poema “Instante” mi espíritu se ilumina. No sé cómo sonará en polaco, pero hallé una traducción que, creo, se acerca mucho a la esencia del original. ¿Qué puedo pensar cuando la palabra es como un altísimo árbol que siembra nubes? Te comparto un cachito del poema: “Todo está en su sitio en ordenada armonía. / En el valle un pequeño arroyo cual pequeño arroyo. / Un sendero en forma de sendero desde siempre hasta siempre. / Un bosque que aparenta un bosque por los siglos de los siglos, amén, / y en lo alto unos pájaros que vuelan en su papel de pájaros que vuelan.”
Creo en Dios. Por supuesto que sí. Dios es el aire infinito, la mínima piedra, el aliento indecible. Creo en el mismo Dios en el que creyó Sabines (el poeta, el poeta, no el otro).
Creo en mi credo personal. No creo en el otro. Creo en la palabra que nombra cada objeto y cada pensamiento, la palabra que es como una semilla que germina en el corazón de los niños.
Creo en el cielo que se desgaja a la hora de la lluvia, en la tierra que sueña en ser cielo y creo en el cielo que sabe que está por encima del suelo.
Creo en los creyentes y en los no creyentes. Creo en lo que el creyente cree y en lo que el no creyente cree, porque éste último se alía al grupo de los primeros a la hora que grita que no cree. Esta convicción lo hace creyente de su pensamiento.
Creo en la magia de lo natural, en el amanecer, en el pájaro que se columpia en la rama, en la rana que retoza en el estanque, en el tanque lleno de agua y no de lodo en los campos minados de la guerra. Creo en la píldora que calma el dolor y en el dolor que calma la tormenta. Creo en el viento, en la mujer que amamanta a su crío.
Creo en el gato que, sobre el tejado, no hace más que mirar la luna; creo en la mirada que se extravía en los pechos de las muchachas bonitas; creo en la muchacha bonita que se sabe flor para la abeja del deseo.
Creo en la arruga del sol y en la garra del tigre. Creo en la oreja del aire y en el labio del sueño.
Soy del club de los creyentes, de los ingenuos, de los que piensan que aún, después de todo, hay esperanza, porque hay más gente que cree, que cree en la mano que, generosa, se tiende.
Hay muchos de esos instantes que anuncia la poeta polaca; hay burbujas en que, como ella enuncia al final de su poema, “reina el instante”. Y esos “instantes terrenales” hacen que uno, simple mortal, pida a algo supremo, no se evapore, que dure.
Posdata: Creo en vos, porque en vos está sembrada mi fe. Esa fe que hace eterno el instante, “el instante terrenal”.