viernes, 21 de abril de 2017

DEFINICIÓN DE GOLFO




Arturo no entendía por qué el Golfo de México se llamaba así. Siempre que el maestro Luis, con una regla de madera, señalaba esa región en el mapa, colgado a mitad del pizarrón, Arturo se volvía, colocaba el brazo en mi pupitre, y me decía que no entendía.
Creo que Arturo tenía razón. Era una mala señal la que el mapa enviaba. La maravillosa capacidad polisémica del lenguaje, en ocasiones, hace daño. La palabra golfo es una de ellas. Lo mismo se usa para designar una extensión de mar semi encerrada, que para nombrar a un granuja, a un muchacho que, como diría la abuela Jacinta, no tiene oficio ni beneficio.
En clase de geografía, el maestro Luis también había señalado, con su regla de madera, el Bolsón de Mapimí, una zona desértica que existe en el estado de Durango.
Cuando Arturo vio la gran región que constituía el Bolsón volvió a sorprenderse. Y esto fue así porque el tío Eulogio decía que su hermano Antonio era un bolsón y esto lo aplicaba como sinónimo de flojo, de “comecuandohay”.
Las dos palabras confundían a mi compañero, porque él había aprendido que bolsón era sinónimo de huevón y golfo era sinónimo de lo mismo. Entonces, ya jugando, decía que el tío Antonio era el golfo de México, porque tenía el primer lugar en hacerse tacuatz a la hora del trabajo, y cuando alguien, en la familia, hablaba del tío, Arturo, botándose de la risa, decía que estaban hablando del bolsón de Mapimí.
Arturo y yo crecimos. Una vez viajé a Veracruz y lo encontré en un restaurante. Yo estaba sentado adentro del restaurante y él se sentó en una mesa que estaba en un andador, debajo de una sombrilla. Había pedido una cerveza. Llamé al mesero que lo atendió y le pedí que le llevara una servilleta de papel al señor de la camisa a cuadros rojos y azules. El mesero tomó la servilleta y cumplió con mi petición. Arturo recibió la servilleta, la desdobló y leyó. Desde donde estaba (detrás de una vidriera) lo vi levantar la vista y mirar hacia todos lados, buscando al autor de la nota. Cuando se dio por vencido, llamó al mesero, yo me cambié de mesa, miré que el mesero señalaba mi mesa (ya vacía). Me paré y, a la distancia, grité su nombre, él sonrió, se paró y abrió sus brazos para recibirme, como si yo fuera un buque en alta mar y entrara al Golfo de México.
Después de ponernos al día acerca de lo que habíamos hecho en los últimos veinte o veinticinco años, desde que nos dejamos de ver, Arturo rio y desdobló la servilleta. Yo había escrito: “¿Hallaste, por fin, al Golfo de México?”. Arturo dijo que sí, parecía mentira, pero el salón de la primaria le había marcado su destino. Cuando estudiaba en la UNAM se apuntó para un proyecto ecológico en la zona y, desde entonces, se había enamorado del entorno y trabajaba en una empresa dedicada a la conservación del medio ambiente. Levantó la mano y le pidió al mesero que nos sirviera dos cervezas más. Dijo que ahí había hallado a la gente más trabajadora de toda la república. Bromeó: “Creo que para contrarrestar al mayor golfo de México se necesitan miles de manos trabajadoras”.
“¿Supiste que el Bolsón de Mapimí murió hace como dos años?”. No, dije, no sabía. Tomé un trago de cerveza. El viento de Veracruz a esa hora era como un aleteo fresco de gaviota. ¿De qué murió? Arturo rio, rio con libertad, dijo: “Pues de qué otra cosa, de lo que mueren los bolsones, ¡de orquitis!”. Era un chiste, por supuesto. Orquitis es la enfermedad que ocasiona la inflamación de los testículos. “Sí -dijo- se le hincharon de tanto rascárselos”. Volvió a reír. Pidió otra ronda de cervezas. Se puso serio. Se limpió la frente con su pañuelo de seda. Me vio y dijo: “El Golfo de México es maravilloso”. Sacó su celular y me enseñó algunas fotografías del mar, de cuando iba en barcos a realizar acciones en favor del medio ambiente, porque ahí hay constantes derrames petroleros que afectan a la fauna marina. Lo vi satisfecho. Al oírlo bromear supe que había vencido su confusión.