sábado, 15 de abril de 2017

CINCUENTA Y CINCUENTA




Ronaldo, el caperuza, no podía creer lo que leía. El titular del periódico deportivo decía que, por equidad de género, los equipos de fútbol, a partir del siguiente torneo, debían integrarse por un cincuenta por ciento de hombres y un cincuenta por ciento de mujeres. Ronaldo dejó el ejemplar sobre la mesa de centro, echó limón en el bote de cerveza y tomó un sorbo. Pensó que era una estupidez. Llamó a su esposa a gritos, ella sacó la cabeza por la puerta de la cocina y preguntó qué quería, en el mismo tono que su esposo había hablado. “Vení, vení”, dijo Ronaldo. Ronaldiña, con cara de “¿No mirás que tengo que preparar las mamilas de tus hijos?”, salió de la cocina, con una mamila entre las manos y preguntó qué quería (en el mismo tono con que el marido le había dicho Vení, vení).
Cuando Ronaldiña leyó el titular del periódico, se sentó, arrebató el ejemplar a Ronaldo y leyó la nota completa, cosa que su esposo no había hecho, porque en cuanto leyó la noticia de ocho columnas pensó que no podía creer tal determinación de la Federación Nacional de Fútbol Soccer.
Ronaldiña y Ronaldo siempre habían discutido acerca del tema de cincuenta y cincuenta, ella decía que estaba bien ese equilibrio, y que poco a poco las mujeres lograrían mayor porcentaje hasta ocupar los más altos puestos de la industria, de la política y (esto lo remarcaba) los primeros lugares en los podios deportivos. Ronaldo respondía a Ronaldiña (cuando se molestaba le decía Roñaldina y ésta se vengaba diciéndole Roñaldo) que el cincuenta y cincuenta impulsado por las leyes era una estupidez ya que los cargos de cualquier índole debían repartirse por capacidades y no para cumplir un absurdo equilibrio.
Habían decidido no tener más hijos. Al principio, cuando supieron que Ronaldiña esperaba gemelos le pidieron al médico que no les dijera el sexo de ambos. Que la naturaleza obrara. El día del parto programado, cuando la enfermera buscó en la sala de espera al señor Ronaldo Dos Santos López para decirle que todos estaban bien y supo que los gemelos eran varones no cupo en su alegría, dio saltos de canguro por todo el pasillo y repartió los puros que, de manera subrepticia, había escondido en su saco. “¡Soy papá, soy papá de dos varoncitos!”, gritaba, mientras abría la ventana que daba a la calle y, desde el quinto piso del sanatorio, repetía que era papá de dos gemelitos varones.
La naturaleza nada sabe de decisiones tontas de equidad. Si así fuese todo mundo tendría hijos al cincuenta y cincuenta.
Ronaldiña dejó el periódico sobre los muslos de su esposo, sonrió, tomó un sorbo de la cerveza y dijo: “Me da gusto. Será muy lindo ver cómo se llevan a la hora de los partidos.” ¡No!, dijo Ronaldo, ¡será un desmadre! Y lanzó la pregunta que se había trabado en su mente y en su garganta: “Cinco y cinco hacen diez, ¿quién será el onceavo jugador?” Ronaldiña tomó otro sorbo de cerveza, dejó el bote ya vacío. Ronaldo se paró, abrió la ventana de la sala que daba a la calle y dijo: “No pueden jugarlo a un volado, porque se rompería el equilibrio”.
Ronaldiña se puso a su lado, lo abrazó y dijo que eso no lo decía la nota del periódico. ¿Quién iba a ser el onceavo jugador? Sin decirlo, los dos pensaron lo mismo: Tendría que ser alguien del llamado tercer sexo.
“¿Tenés alguna objeción de ver partidos donde los de uno y otro equipo sean mujeres y hombres?”. Ronaldo dijo que no, que, después de todo, podían ser partidos interesantes. Pero, dijo, la bronca estará en las concentraciones. “¿Por qué?”, preguntó Ronaldiña, yendo a la cocina para sacar dos cervezas del refrigerador. Ronaldo la siguió: “Si debe cumplirse lo de cincuenta y cincuenta debe cumplirse con rigor”, dijo Ronaldo, mientras recibía la cerveza que le ofrecía su esposa y abría el bote para darle un trago sostenido. “En los cuartos del hotel deben dormir uno y una en cada recámara”. Ronaldiña abrió su cerveza y sonrió.
“¿Tenés alguna objeción de que duerman mujer y hombre en una habitación?”. No, yo no, dijo Ronaldo. Pero ambos guardaron silencio, porque en sus mentes asomó la pregunta: “¿Y qué pasa con el portero?”. Ronaldiña dijo que tal vez la Federación debía ir más allá y cambiar las reglas y, en lugar de once, debían integrarse los equipos con doce jugadores, para cumplir con cabalidad lo de cincuenta y cincuenta. Pero Ronaldo no estuvo de acuerdo, porque ello abría la puerta para rechazar al jugador número once (el del tercer sexo que ya habían incluido ellos).
“Es complicado”, dijo ella. “Te digo que eso del cincuenta y cincuenta es una pendejada”, dijo él. Alzaron las cervezas y dijeron ¡Salud!
Ella caminó hacia la mesa de la cocina y siguió preparando las mamilas para sus gemelos. Él fue al cuarto para preparar la bañera de sus varones.