lunes, 24 de abril de 2017

DE VIDAS A TRAVÉS DE LA LUZ




¿Por qué casi no te dejás ver? Porque estoy escribiendo. ¿Y a qué hora vivís, entonces?
Cuentan que, una vez, a la escritora Josefina Vicens le preguntaron: ¿Por qué no escribes más, peque?, y ella respondió: “Porque estoy muy ocupada ¡viviendo!”.
Otro escritor dijo que mientras los demás vivían él se encargaba de consignar esas vidas; es decir, pareciera que en los diálogos anteriores hay una coincidencia: los escritores casi no tienen vida.
¿En qué momento aparecen los escritores que, como respuesta, dicen: “Mi vida es la escritura”?
En periodo de vacaciones, medio mundo va a las playas, a las montañas, a otras ciudades. Los que se quedan en casa, en sus ciudades, gimen la mala fortuna por no poder salir. En muchos de los que se quedan hay algo como un lamento, como si, en lo íntimo, dijeran: ¡Los otros sí están viviendo!
¿Es así? Josefina no escribió más, porque se empeñó en vivir. Bueno, ni mucha falta le hizo. Amiga íntima de Juan Rulfo, igual que éste, la Vicens no necesitó más que dos novelas para tener un lugar de privilegio en la literatura mexicana. Los críticos dicen que es una pena que sus libros no tengan más difusión; es una lástima que estén encaramados en estantes de bibliotecas y no haya reimpresiones para que el público masivo pueda acceder a ellos.
En la declaración de Josefina hay una certeza: Quienes están en la tertulia (como ella lo estuvo en los últimos años de su vida) no puede concentrarse en la escritura, porque la escritura exige una disciplina. ¿A qué hora se escribe una novela si esa hora se destina al jolgorio? Josefina escribió dos novelas, para poder hacerlo tuvo que disciplinarse, alejarse del “mundanal ruido” y concentrase en el acto creativo. Después de esto decidió abandonar la escritura y ponerse a vivir, según su dicho; es decir, a vivir con otro estilo, con otra pasión.
Tampoco es justo encasillar la vida a una forma de disfrutarla. La vida tiene múltiples opciones. Lo que la vida no permite es que alguien se vea forzado a vivir una vida que no desea. La vida, dicen los sabios, debe vivirse a plenitud, porque la sabiduría popular señala que la vida no retoña y es única e individual. Nadie puede vivir la vida de otro.
¿Por qué casi no te dejás ver?, me preguntó Pepe. Yo coloqué mi mano sobre su hombro izquierdo, en señal de afecto, y respondí: “Porque estoy escribiendo”. Pepe sonrió y, con malicia de gato sobre una cómoda, preguntó: “¿Y a qué hora vivís, entonces?”. Lo dijo en broma, pero en serio. Porque mucha gente cree que no puede ser una vida digna estar encerrado en una habitación escribiendo, día y noche. Pareciera que la etiqueta de vida está en aquél que sale a la calle, que va al café, que acude a bailes y a fiestas de cumpleaños; pareciera que la vida está colocada en toboganes gigantescos en albercas, en restaurantes llenos de bebidas con hielo y orquestas al aire libre. La vida, pareciera, exige el viento del exterior, el agua del mar, el aire de la montaña sobre los pinos, el fuego de las fogatas en las lunadas del bosque.
¿Qué hace el que se queda en su casa y ve la televisión o lee o escribe? ¿Acaso este individuo no vive? Si este anacoreta se queda en casa contra toda su voluntad y deseara estar en la playa o en la montaña, vive, pero de manera equivocada. Lo mismo sucede con aquél que está en un parque de juegos y deseara mejor estar en su casa. Todo mundo vive, pero hay algunos que eligen mal.
Josefina Vicens escribió dos espléndidas novelas y luego ya no escribió más porque, así lo dijo, estaba muy ocupada ¡viviendo! Viviendo no la escritura, sino lo que la vida ofrece a quien no lo destina a la disciplina de la literatura. Tal vez no escribió más, porque decidió, igual que Rulfo, que ya había dicho todo, y lo había dicho de manera espléndida, de acuerdo con lo que dicen los críticos. Yo apenas he leído fragmentos de su obra, fragmentos que me han parecido brillantes.
Así pues, cuando Pepe me preguntó: “¿Y a qué hora vivís, entonces?”, yo respondí que a toda hora, porque la escritura, así como la lectura, son la médula de mi vida. Por decisión elijo estar en mi casa ¡viviendo la escritura! Si voy al bosque, vivo el bosque, pero, también ¡leo y escribo! Si voy a otra ciudad, la camino y la bebo, pero no dejo de escribir. En un parque o en un café al aire libre saco mi moleskine y dibujo bocetos y escribo borradores de textos. Mi vida es la escritura y la lectura. Vivo mi vida a plenitud, con la misma emoción con la que lo hacen quienes van a la montaña o a la playa o al antro o al museo.
¿Por qué casi no te dejás ver? Porque estoy escribiendo, porque estoy leyendo, porque, igual que vos, le dije a Pepe, ¡estoy viviendo!