miércoles, 5 de abril de 2017

MUROS




Cuando Pau miró estas huellas se asombró. Alabó el ingenio, dijo que era una genialidad colocar estas suelas en el piso para indicar la entrada al negocio. Al ver la pluma dijo que era de un pato que calzaba tenis y sonrió, dijo que era un pato futbolista, un pato tenista.
Pero, luego, se puso triste. Mi Paty le preguntó qué le ocurría. El pato no pudo entrar, dijo. La cortina estaba cerrada. Siguiendo con el juego, dijo que había sido un recorrido infructuoso, venir de tan lejos, dijo, y hallar que la cortina está cerrada, que no hay entrada franca. Y dijo que, muchas veces, en la vida ocurren cosas similares. Ah, pensé, ya comenzará con sus rollos filosóficos y, como si fuera un personaje de Derbez, dije: ¿Por qué no será una niña normal?
¿De qué sirven unas huellas que te llevan a lugares con cortinas cerradas, con bardas altísimas, con cercas electrificadas, con muros?
Pau dijo que, si imaginábamos tantito, lo mismo debió ocurrir cuando construyeron el Muro de Berlín. Los expulsados dejaron sus huellas, los de Oriente sabían que siguiendo los pasos de sus familiares, que eran sus hijos o padres o abuelos, podían llegar hasta donde estaban ellos, pero no podían verse, tocarse, abrazarse, porque cuando llegaban al lugar donde faltaba tan poco, el muro les impedía cruzar.
Mi Paty preguntó entonces: ¿Y el vuelo? Claro, si eran patos podían volar. Bueno, la historia cuenta de algunos casos donde los berlineses lograron su intento y pasaron del otro lado. Pero, en el caso de la fotografía, al pato (imaginario, por supuesto, porque tal vez la pluma que acá se ve fue de una paloma que andaba revoloteando por ahí como lo hace cada mañana) de nada le valió llegar hasta el límite, porque en este caso de nada sirve el vuelo. Cuando los cielos están abiertos los que vuelan logran llegar hasta donde quieren, pero cuando los cielos están techados, el vuelo es una mera utopía. La reflexión de Pau tenía pilón: Los que vuelan deben romper los techos.
Pau dijo entonces que los propios hombres (todos) se imponen trabas. En los cielos abiertos todo mundo puede llegar hasta el límite y más allá.
Pau colocó su pie izquierdo (que llevaba calzado con unos zapatos de tela, de color verde y rosado fluorescentes) sobre la primera huella, levantó el pie derecho y lo colocó al lado de la huella que tenía la pluma. Dijo que esa “ingeniosidad” no era tan ingenua. El propietario del local trató de llamar la atención del caminante (lo logra, porque nosotros tres andábamos fascinados jugando con las suelas de esos zapatos viejos pegadas a la banqueta), pero si esto lo trasladábamos al plano de la situación política encontramos que muchas estrategias tienen el mismo truco: Los políticos nos marcan el camino que, al final, va a dar contra un gran muro. Todas las esperanzas de un país mejor chocan contra pared.
La ingeniosidad de este local de servicios es que lo que ofrecen tiene relación directa con las suelas. Pau dice que ahí venden productos para calzado. Luego dijo que no todas las profesiones permiten este tipo de “ingeniosidad”. ¿Qué ponés al frente de una carnicería? ¿Un montón de huesos pegados al piso? Los carniceros, si quieren una buena estrategia publicitaria, deben ser aún más ingeniosos. En el caso de las vinaterías sí es más sencillo. Pueden hacer uso de la misma estrategia y colocar algo relacionado con botellas en la entrada o en la propia banqueta. ¿Qué estrategia utilizan los políticos para llamar nuestra atención? ¿Qué pegan en la banqueta de nuestro camino?
Hay muchas estrategias que nos despluman, que nos impiden volar, que hacen que nuestro espíritu pato choque contra los muros.
Muchas veces seguimos estas huellas pegadas en el suelo. Los sabios recomiendan que, de preferencia, para ser libres, para ser auténticos, somos nosotros quienes debemos sembrar nuestras propias huellas, como decía el poeta: “Hacer camino al andar”.