jueves, 29 de junio de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE LAS CUATRO NO SON LAS DIEZ




Querida Mariana: Samy compartió un enlace con una entrevista a la escritora Amélie Nothomb. La ficha de esta escritora dice que es una escritora belga, miembro de la Real Academia de la Lengua y de la Literatura Francesas de Bélgica. En realidad, dicen otras notas informativas, Amélie nació en Japón, porque su papá (el mismo caso de Carlos Fuentes, el mismo caso de Julio Cortázar) andaba en ese país por cuestiones de labor diplomática cuando ella nació.
Confieso que no he leído algún libro de la tal Amélie, pero se antoja. Es una escritora muy prolífica. Cada año escribe de dos a tres novelas y, cerca del final del año, discrimina. Las coloca sobre la mesa, como si colocara naipes, las relee y elige la que publicará, las otras las elimina (de manera literal, pero virtual. No las quema sino que las avienta a un baúl como si fueran basura. En su testamento dicta que esas novelas no deben publicarse de manera póstuma. Esa es su voluntad. Voluntad que parece parte del mito, porque si no deseara que se publicaran debía mandarlas a la guillotina de la lengua del fuego). Así pues, resulta que en veintiséis años de labor profesional ha publicado veinticinco novelas (una por año), pero (de acuerdo con lo que confiesa) ha escrito más de cincuenta o sesenta o setenta. ¡Uf! Es una escritora muy disciplinada, muy exigente. ¿Cuál es la razón? En la entrevista mencionó que su interior es como un infierno y debe escribir. Escribe para “soportar la vida. Para soportarse”.
Sea la razón que sea, ella es disciplinada. Hemos platicado en muchas ocasiones que el acto de creación narrativo exige un cuidadoso y metódico cumplimiento del oficio. ¡Escribir todos los días! Grandes escritores lo han hecho. El mencionado Carlos Fuentes (escritor que, según yo, estuvo medio inflado, porque su extensa obra no es tan sublime) era muy disciplinado. Escribía todas las mañanas. Las mañanas de Carlos comenzaban un poco tarde, digamos a las nueve. De nueve a dos no hacía más cosa que estar en su estudio escribiendo, redactando notas, revisando apuntes, bajando libros para investigar. Luego ya podía reunirse con sus amigos (que eran la crema y nata de la intelectualidad y del poder), comía, iba a museos, o al teatro, o al cine (era experto en cine mexicano), o a la ópera o saber a qué. Carlos era un bon vivant. Espíritu selecto y fino. Chambeador. Obrero intelectual de primera. Por eso, igual que la tal Amélie, escribió una obra muy extensa y variada. Trabajar con denuedo es la fórmula para crear.
¿Qué hace Amélie? Ella (mirá qué prodigio) hace lo mismo que hago yo (¿o yo hago lo mismo que ella?). ¡Escribe a las cuatro de la madrugada! Descubrió, después de muchos intentos, que ese instante divino es la mejor hora para su acto creativo. Se prepara un termo con té y escribe, escribe sus novelas y cartas. Sí, no es broma, así lo dijo: novelas y cartas. Es su manera de expiar los demonios. Yo también (claro, salvadas las distancias) escribo novelillas y cartas.
Ahora que te escribo esta carta hago una pausa y escucho. Son las cuatro de la madrugada. En la calle apenas hay un rumor como de viento caminando en puntillas. ¿En el interior de la casa? ¡Nada se escucha! Sólo un ligero sonido que proviene de la computadora porque algo en su interior, como tren, camina sin descanso. La jaula donde está el Guazú permanece callada. El gato está durmiendo, lo mismo sucede con la Pigosa (ella, ahora, está sobre el sofá, tiene la cabeza recostada sobre un cojín, está con los ojos cerrados, toda despeinada, es como un bebé). Todo descansa. Yo, al escribirte, hago lo mismo: descanso. A diferencia de Amélie, no cargo infiernos, yo, gracias a Dios, cargo nubes livianas, cajas de aire, gotas de cristal con forma de algodones de París.
Amélie, igual que Carlos, no hace otra cosa más que escribir. Dichosos ellos. Ella, igual que Carlos, vende muchos libros en Francia, en Bélgica y en el mundo entero. Vive de su escritura. Yo (¡ay, prenda!) cada vez que publico una novela breve, si mucho, alcanzo a vender cuarenta o cincuenta libros. Por esto, para sobrevivir, destino mi tiempo a un trabajo sucedáneo. ¿Por qué escribo novelas y cartas, igual que Amélie, a las cuatro de la madrugada? Porque es mi manera de robarle tiempo a la vida, de arañarle un cuerito de su piel. Lo que sí sé es que mi espíritu tiene una similitud con los espíritus de Carlos y de Amélie: se ilumina cada vez que escribe. Y como a mí no me gusta la oscuridad de los infiernos que poseen a Amélie ¡escribo diario, con disciplina, para que mi espíritu se ilumine!
Posdata: ¿Cómo mirás si leemos algo de la tal Amélie?