jueves, 28 de septiembre de 2017

A MITAD DEL PARQUE




Dicen que Donato Joiyville (famoso escritor del siglo no sé cuántos) dijo que él no quería ser célebre, para que no le hicieran una estatua.
Mientras muchos buscan con afán la fama, Joiyville caminaba por las orillas del río de la celebridad. Sus obras alcanzaron la fama, pero, por fortuna, su deseo se cumplió. La historia cuenta que en su pueblo natal un grupo de personas, admiradoras de su trabajo, lanzó la iniciativa de hacerle un homenaje y una mujer se levantó y dijo: “Le hagamos una estatua”.
La celebridad está por encima del área de influencia del artista. Es algo que no puede controlar, porque (como en el caso que nos ocupa) la obra literaria de Joiyville tuvo gran recepción entre sus lectores y éstos lo convirtieron en una celebridad.
Por fortuna, la iniciativa lanzada por la mujer de que se le erigiera una estatua no tuvo eco y el escritor puede estar satisfecho (en su tumba) de que no hay plaza del mundo que tenga una estatua suya.
Azucena me contó que una noche de bohemia, en el patio de una casa tuxtleca, varios amigos rodeaban al gran poeta chiapaneco: Jaime Sabines. El poeta se había quitado la camisa por el calor y vestía una camiseta sin mangas que se le pegaba al cuerpo. Alguien del grupo de jóvenes (Azucena cree que fue Violeta) contó la anécdota de Joiyville y cuando terminó le lanzó la pregunta a Sabines: “¿Te gustaría tener una estatua?”. Sabines tiró el cigarro que fumaba, tomó el último trago de ron que tenía en el vaso, rio y dijo: “¡Qué pregunta tan pendeja!” y se hizo tacuatz porque habló de un poema de Rosario que recién había leído. Azucena contó que José se acercó a ella y le preguntó si era una pregunta pendeja porque la respuesta era: ¡Claro que sí!, o porque la respuesta era: ¡Claro que no! Ya nadie supo la opinión de Sabines, porque todo mundo entendió que a una pregunta pendeja sólo responden los pendejos.
Muchos años después (Azucena contó) que aquella noche, Sabines, ya medio borracho, se había levantado, apoyándose en una jardinera, y había dicho de memoria uno de sus versos: “Muero de ti, amor, de amor de ti / de urgencia mía de mi piel de ti…”, y Vicente había dicho que esa era la respuesta a la pregunta pendeja. Un poco como si el poeta dijera que la vida era de piel y no de bronce, algo así.
Jaime nunca negó la posibilidad. ¡Qué bueno! Qué bueno, porque todo mundo sabe que en Tuxtla, cuando menos, hay dos bronces que celebran la obra del poeta: un busto en el frente del centro cultural que lleva su nombre, y una escultura donde el poeta está sentado en una banca, en el mirador “Los amorosos”.
Hay espíritus mediocres que sueñan con tener una estatua. Muchos políticos sueñan con ella. En Ciudad Universitaria, de la UNAM, Miguel Alemán mandó a colocar una estatua suya. Los alumnos, en algún momento de la historia, la tiraron. La historia del mundo recoge testimonios gráficos donde el pueblo tira estatuas de dictadores. Ahí está la enseñanza que Donato nos legó: el bronce de la fama se quiebra ante la rotundez del piso.
El mayor reconocimiento que Sabines tiene es, más que esos dos bronces, la lectura de su obra. Muchos jóvenes aman su poesía. En lugar que su figura esté a mitad del parque, su permanencia está en las mentes de los jóvenes que abren sus libros y, en voz alta, dicen: “Muero de ti, amor, de amor de ti…”.
Tenía razón Joiyville. Las estatuas permanecen solas en las plazas, olvidadas del mundo. Sólo, en algún aniversario, se acuerdan de ellas y les colocan una corona de flores. Por lo regular permanecen sucias, cagadas por palomas u orinadas en sus bases por algún perro.
En Comitán hay un busto de Benito Juárez en el parque central (que se llama Benito Juárez). Juárez tiene un doble homenaje en Comitán, pero cuando el parque se llena de carpas donde venden artesanías o carne asada, el busto de Juárez queda detrás de las lonas. Olvidado, como por lo regular permanece, salvo el día en que las autoridades “deben” hacer un homenaje en su memoria, porque es aniversario de su nacimiento o de su muerte. Con excepción de esas dos fechas, durante todo el año el busto permanece cagado por las palomas que se dan gusto parándose en su cabeza.
Donato pidió no ser célebre para que no le hicieran estatuas. El destino no le concedió el primer deseo, porque su obra fue muy celebrada, pero sí logro su segundo deseo. ¡Qué bueno!