viernes, 15 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN NIÑO SE ASOMA DETRÁS DE UN MOSTRADOR




Querida Mariana: Te anexo una fotografía. La foto, como mirás, es muy sencilla. Está tomada en el parque central de Comitán. Ahí se aprecia parte de la escultura que los comitecos bautizaron como “Las Lolas”, un hombre que sube la escalinata y la presidencia municipal (ya con adornos de las fiestas patrias y, como señaló una amiga en el Facebook, “el reloj que tiene cuatro días que marca dos minutos antes de las doce”, porque no le dan mantenimiento).
La foto es sencilla. La mañana es fresca (si observás con atención, en la base de la escultura se distinguen reflejos provocados por la escarcha matutina).
La foto podría pasar como un mero testimonio, a manera de postal del centro de Comitán. Pero si te digo que es un momento afortunado y único por el hombre que aparece ahí, la foto toma una relevancia especial. ¿Sabes quién es ese hombre? Es Luis Aguilar, el escultor de “Las Lolas” (que en realidad se llama “Día Marcado”, y es una obra en bronce que fue premiada en Japón). ¿Mirás en dónde? ¡En Japón! ¡Un comiteco premiado en la tierra del escritor que tanto te gusta leer: Yasunari Kawabata, premio Nobel de Literatura!
Ahora que sabemos que el escultor Luis Aguilar es quien aparece en la fotografía ¡todo cambia! Cambia porque el artista pareciera seguir a las canasteras que ahí están representadas y que él concibió en su mente, en su corazón, y le dio forma con sus manos. Es Luis (con barba, con chamarra por el frío, sonriente) que, como niño asombrado, va detrás de esas mujeres que cargan canastos tejidos con palma y ofrecen su mercancía en las calles del pueblo.
Un día Luis me regaló una vez una imagen sublime: Me contó que sus papás tenían una tienda, una tienda de aquellas que en los años sesenta tenían un mostrador de madera que era como una aduana, porque de un lado permanecía el propietario que atendía al cliente que estaba del otro lado. El mostrador era una barrera, pero permitía el intercambio, no sólo de mercancías sino también de afectos. Ahí, el niño Luis, pequeño, permanecía de un lado del mostrador, escuchaba lo que los mayores platicaban; oía a la canastera que ofrecía chayotíos o manía; escuchaba a la comadre que llegaba a platicar lo que en la tarde previa había sucedido en casa de doña Tencha. Pero Luisito fue creciendo y una mañana, ¡prodigiosa!, colocó sus manos en el mostrador, se paró en puntas y logró ver, por encima de la tabla que era su línea del horizonte, a la mujer que cargaba el canasto y supo que esa imagen era un símbolo de identidad. La mujer llevaba sobre su cabeza un yagual y sobre éste un canasto con su mercancía. La mujer sostenía el canasto con una mano.
Amín Guillén recuerda, siempre, que su abuela fue una canastera que, desde su comunidad, llegaba a ofrecer su mercancía a las personas del pueblo. Amín la ha rememorado caminando por la subida de La Pila, Amín caminó con ella y ha seguido a su lado en el recuerdo, en el orgullo. Lo mismo ha hecho el escultor Luis Aguilar. Él no tuvo necesidad de salir de casa, él, como si fuese visitado por el Ángel Gabriel, recibió la visita de las mujeres que ofrecen los duraznos que crecen en los sitios de Yalumá. Ahí, la sensibilidad del niño Luis recibió la luz y, desde entonces, su asombro no ha tenido sosiego.
Luis, como antes se sorprendió con el azul del cielo comiteco, ahora se sorprende con el azul del Caribe. Radica en Ciudad del Carmen, Campeche. Ahora, su línea del horizonte ya no es la cubierta del mostrador de madera (un poco apolillada), su línea del horizonte ahora es la del mar infinito, ahí donde los caribeños buscan las gaviotas en el cielo como si fueran comas o puntos de un texto supremo.
Una vez, querida mía, un adolescente, ferviente lector, me preguntó cómo se escribía una novela. Si ahora algún comiteco preguntara cómo se hace una escultura, como las que Luis hace, le diría lo que Luis me confío una mañana: Un niño se paró en puntas y alcanzó a ver, por encima del mostrador, a una canastera. Ese es el principio de todo. Lo mismo se aplica para la vocación literaria; es decir, el creador debe pepenar lo que vivió de niño.
¿De dónde los huecos que son propuesta estética en las esculturas de Luis? ¡Del aire comiteco! ¡De los papalotes! ¡De las rejas de papel de china! ¡De las celosías triangulares que los albañiles comitecos colocaban en las bardas! Del mismo aire que respiró Sabines cuando escribió ese poema tan bonito que, en algunas líneas dice: “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? / ¿En mayo, en la quietud, en la frescura, en el aire? / ¿Cómo amanecer en el aire? / ¿Qué es el aire?”.
¿Qué es el aire?, se pregunta el poeta. Y, sin duda, en ese instante de escribir la línea, al momento que tomaba un trago de su trago y fumaba su cigarro, aspiraba la humedad del cuarto y vislumbraba el aleteo de una mariposa llamada Comitán. Porque Sabines, igual que Amín, igual que Luis, caminó el pueblo en la mañana fría y húmeda, en una mañana similar a aquella en donde me topé con Luis en el parque central del pueblo. Sabines, desde lo alto de Guadalupe, vislumbró el valle y se lo bebió, mientras el aire acariciaba su cuerpo y le decía: “Siéntete vivo, Jaime, ¡vive!, ¡vive!”.
La vida está envuelta en las esculturas de Luis. Por ahí juega el viento, como si el aire fuera el papalote, como si fuera el hueco de la ventana, como si fuera el intersticio entre los dedos, como si fuera el caracol de mar que espera el divino soplido.
¿Cómo se escribe una novela? ¿Cómo se hace una escultura? ¿Cómo se pinta un cuadro? Parándose en puntas y viendo el entorno; cerrando los ojos y escuchando los sonidos que hacen los talabarteros, los que rezan en los templos, los que corren en los patios, las que besan a sus amados, los que beben en las cantinas, los que se acuestan en las camas de burdeles, los que corren y gritan en los campos mientras patean una pelota.
¿Cómo se invoca el acto creativo? Yendo al parque central de Comitán y parándose frente a Las Lolas o frente al busto de Rosario (obra también de Luis) o saltándose la minúscula reja que resguarda el arriate para ver de cerca los árboles que tienen manchas de humedad que son como huecos invisibles en los troncos. Ahí en esa pátina de la naturaleza está sugerida la pátina del bronce de la creación.
Por eso digo que esta fotografía es como un instante único, un instante que registra el momento en que el autor va detrás de las imágenes que creó y que comparte con todo el mundo. Porque esto y no otra cosa es lo que hace el artista: compartir una mirada que está un poco más arriba de la línea del horizonte que vemos los mortales comunes y corrientes. Acá Luis es un niño, tiene una mirada pícara, como si al llegar con las canasteras fuera a hacer una travesura. Debe ser la emoción de volverlas a ver, porque en Ciudad del Carmen, ahora se topa con otros personajes. Ahora su mirada abarca el mar infinito, la mano que lleva el hato de pescados y de piguas, el brazo que se extiende para aventar la red, para tomar el remo del cayuco. Pero, así lo advertí esa mañana que me topé con él en Comitán, su corazón sigue latiendo al son de esa canción que dice: “Comitán, Comitán de las flores, donde están mis amores…”
¿Qué pensará Luis al observar que el parque central de Comitán está modificado por su mano y por su talento? ¿Qué pensará cuando camina por el corredor que contiene en una esquina a Las Lolas y en la otra el busto de La Chayo? Ahí, en el parque, también hay esculturas que realizaron diversos artistas del mundo en los simposios que él alentó.

Posdata: ¿Cómo se escribe una novela? ¿Cómo se hace una escultura? ¿Cómo se pinta un cuadro? ¿Cómo se realiza una partitura? ¿Cómo se educa un actor? ¿Cómo se convierte uno en un bailarín como el mexicano Isaac Hernández, quien es primer bailarín del Ballet Nacional del Reino Unido? Se para uno de puntas y mira por encima de la línea del horizonte. Pepena todo lo que los sentidos pueden abarcar y más allá. Luego, se hace lo que el maravilloso flautista mexicano, Horacio Franco, recomienda: “Con pasión y talento no se hace nada. Hay que ponerse a trabajar”.
Caminaba muy temprano por el parque central de Comitán cuando me topé con Luis. Fuimos al mercado Primero de Mayo, pedimos dos vasos de atol, él pidió de granillo y yo pedí un jocoatol. Vimos, asombrados, cómo la mujer metía el cucharón en la gran olla, lo sacaba y luego, en movimiento prodigioso con el brazo y la mano dejaba caer el líquido sobre el vaso. Luis dijo que ese movimiento era muy parecido al que realiza el escultor a la hora de manejar el cincel. Yo pensé que también tenía mucha semejanza con el que realiza la pintora. Primero ver sobre el mostrador de madera y luego ¡ponerse a trabajar!