sábado, 23 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, CON RECETA INCLUIDA




Querida Mariana: Hugo dice que los seres humanos están bien cuando no sienten su cuerpo, cuando viven sin conciencia del cuerpo. Margot dice lo mismo y agrega que los seres humanos están bien cuando no sienten su espíritu. Esto último ya es más complejo, pero basta darle tantita vuelta para entenderlo: El espíritu está en armonía cuando tiene suficiente transparencia, cuando no hay grietas. Lo que Hugo comenta es lo mismo que Lucero decía, allá en Puebla: “Estoy muy bien, ¡nada me duele!”. ¿Qué pasa -pregunto- con respecto a las sociedades? Tal vez es algo similar, porque las sociedades son cuerpos físicos con espíritu. ¿Estás de acuerdo?
Una vez, hace tiempo, escribí acerca de una amiga a quien no había visto en años. Cuando volví a verla (en Comitán) la vi radiante, diferente. Transmitía mucha paz, como si ella estuviera parada en un bosque lleno de eucaliptos y el aroma fuera delicado, sublime. Cuando me acerqué a ella y la saludé, le comenté esto. Ella me dijo que era cierto, se sentía muy bien. Un año antes había concluido con una relación muy desgastante, luego viajó a Guadalajara donde recibió un curso de yoga y de meditación trascendental. Me dijo que, gracias a ello, su vida se había transformado. Su cuerpo había sanado de dolencias que la aquejaban y su espíritu era como un lago de Montebello. Eso fue lo que dijo y yo entendí, porque era obvio, que estaba en completa armonía.
Eso que dijo del lago de Montebello fue porque, hace años, los lagos eran radiantes. Hacer un viajecito a los Lagos de Montebello era una experiencia sensacional: el color de los lagos, la transparencia de sus aguas, el verdor de sus árboles y la fragancia sutil del aroma de los pinos otorgaba tranquilidad, era como cuando uno, en el jardín, descubre un colibrí en vuelo sorprendente. Ahora, mi amiga no se atrevería a usar esa imagen como símil de su transparencia de espíritu. Ahora, medio mundo lo sabe, los Lagos de Montebello han perdido su color, su aroma, su armonía; es decir, ahora ese cuerpo, que antes fue lozano, está en plena decadencia. Antes todo fluía de manera cadenciosa, ahora todo es como un alud de piedras que provoca un ruido ensordecedor.
Así como se deterioran los ecosistemas y acusan enfermedades, pienso que ocurre lo mismo con las sociedades. Hoy mismo todo México sabe que nuestro país tiene muchas fracturas, está cojeando después de la caída brutal que sufrió. El cuerpo de nuestra patria está resentido. ¿Qué sucede con su espíritu? ¿Un poco achicopalado? Los desastres naturales han sido devastadores, brutales. Cada mexicano cuenta su experiencia personal. Los temblores y los huracanes han ocasionado llagas en el cuerpo de México y también en su espíritu.
Las sociedades tienen cuerpo y espíritu. Tratando de hacer una comparación podríamos decir que el cuerpo es el territorio: sus montañas, sus mares, sus ríos, sus planicies, sus volcanes (son como barros enormes), sus mesetas, sus lagunas y demás cadenas montañosas y bosques. Lo físico es más tangible. ¿Y el espíritu de una sociedad? ¡Ah, eso está hecho por la gente que la conforma! Por cada uno de los integrantes de los pueblos. Si se dice que Comitán tiene, más o menos, ciento veinte mil habitantes, decimos que estos ciento veinte mil “ectoplasmas” conforman el espíritu de Comitán. ¿Mirás? Por esto, cuando falla una de estas células, si me permitís el término y esperando que ningún científico se moleste por esta descripción tan de kínder, algo le pasa al espíritu de Comitán. Para que nuestra sociedad esté sana al ciento por ciento es deseable que no exista ninguna fractura, que su suelo y su espíritu estén armoniosos.
El otro día platiqué con Luis Aguilar, el escultor de dos de las esculturas que están en el parque central de Comitán: Día marcado (Las dos Lolas) y el busto de Rosario Castellanos. Y le dije que pocas cosas me han impactado tanto como una historia que me contó una mañana de hace varios años. La historia es sencilla pero como zarpa de tigre. Me contó que, siendo niño, se enteró que habría pachanga en una casa de su barrio. Ya no recuerdo el motivo, pudo ser quince años o una boda. El patio de la casa ya estaba adornado con festones de juncia y un manteado. Las mesas tenían manteles blanquísimos y la comida y bebida estaban al toque, como al toque estaba el grupo de marimbistas. Todo presagiaba un guateque de lujo. Pero (nunca falta) en casa había una persona mayor que tenía una dolencia grave. Horas antes que el festejo iniciara, una sirvienta se acercó a la dueña de casa y avisó que la enfermita tenía algo raro, estaba como pálida, como fría. “¿Muerta?”, preguntó la dueña de casa. La sirvienta se cubrió el rostro con su chal y se echó a llorar. La dueña de casa corrió al cuarto de la enferma (con parentesco cercanísimo, tal vez abuela o madre), entró, se hincó ante la cama y colocó un espejo en el rostro para ver si aún se empañaba. ¡No! La madre o abuela ya era difunta. La dueña de casa salió de la recámara, cerró la puerta, echó candado y ordenó a la sirvienta que nada dijera, ¡nada! Sólo eso faltaba, la muerta no iba a echar a perder el festejo, ya todo estaba listo. Fue a la cocina y, cantando, como si nada hubiera ocurrido, comenzó a dar órdenes para que prepararan la pierna mechada y que no olvidaran limpiar bien las copitas donde se iba a servir el comiteco, y salió al patio y pidió a los marimbistas que comenzaran a tocar. Predijo que la fiesta sería un éxito y así fue. Todo mundo llegó, se sentó, se paró, bailó, platicó, bebió, hasta altas horas de la noche. Al día siguiente, como a las diez de la mañana, la dueña de casa abrió el ropero de cedro y eligió una blusa blanca, un vestido negro, salió al patio y fue a quitar el candado al cuarto de la difunta. Abrió las puertas de par en par y comenzó a llorar, a gritar, a correr, a tocar de puerta en puerta avisando que la enfermita había muerto.
Mientras Luis me lo contaba yo estaba pasmado, como si fuera uno de esos pájaros que esperan enjaulados sin recibir ni una pizca de alpiste. ¿De veras?, pregunté a Luis al final del relato. Luis sonrió y me dijo que sí, que todo era cierto, que la dueña de casa había ignorado el cadáver de su pariente cercanísimo (abuela o madre) para que este infortunio no modificara los planes originales de la celebración.
¿Moraleja? No sé. El día que Luis me lo contó me quedé pasmado. Como pasmado sigo ahora y seguiré siempre. ¿Qué hubieras hecho vos ante una situación similar? A mí ni me quedés viendo, ya dije que no podría decir. Como dice don Arsenio: “Sólo cuando estás trepado en el cuaco es que sabés si camina derecho o se va de lado”.
Y digo esto porque ahora, en la casa de todos, en el hogar común, en la patria, estábamos a punto del festejo cuando apareció la tragedia. Nuestro cuerpo sufrió heridas y el espíritu, por consiguiente, se apachurró tantito. Ya los analistas y las personas de a pie han manifestado que México tiene una luz indecible. La sociedad civil se moviliza en forma solidaria. Mientras los gobernantes titubean, porque no saben cómo actuar, porque no les interesa la tragedia, porque ellos están interesados en cómo acceder al poder en 2018, la gente de a pie forma brigadas, levanta escombros, salva vidas, reparte agua y tortas, enciende la luz de la lámpara maravillosa que se llama esperanza.
El espíritu (nos han enseñado los sabios) se fortalece cuando hay un rasguño en el cuerpo, cuando hay una herida que tarda en cicatrizar.
Te conté la historia que Luis me confió porque encuentro similitudes en lo sucedido. Nos preparábamos para el festejo y apareció la tragedia. ¿Qué hacer? ¿Cerrar el cuarto y seguir con la pachanga? ¿Hacer como que nada ocurrió? Pues, resulta ilógico, pero eso fue lo que los gobernantes hicieron, lo que hacen siempre. Cierran con candado la puerta y dejan al muerto adentro y hacen como que nada pasa. Su incapacidad de acción y su pobreza espiritual así se los ordena. ¡Qué pena! Como todo mundo, he visto al pueblo movilizándose, aportando su fuerza de espíritu porque el cuerpo de la patria está dañado. Alguien, en las redes sociales, escribió un mensaje donde le decía al gobernador que ahora sí eran necesarias sus despensas, pero esas despensas no las sacan, porque esas servirán para los intereses partidarios del 2018. ¡Qué pena! Y digo que es una pena, porque para que el cuerpo y el espíritu de la patria funcionen al ciento por ciento es requisito que cada célula aporte su fuerza en la misma dirección. Los gobernantes actúan en reversa, siempre están en dirección contraria de donde el pueblo camina.

Posdata: Emociona ver la solidaridad del pueblo mexicano. Enerva constatar los comportamientos tibios de los gobernantes endebles y mañosos.
Cuando, hace años, vi radiante a mi amiga, le pedí que me diera la receta para lograr la armonía. Ella sonrió, me tomó la mano, sentí su calor, su afecto. Me pidió que cerrara los ojos y luego que los abriera, me dijo que la receta era cerrar tantito los ojos y luego abrirlos para observar en dónde estaba la luz y dónde la sombra. Esa es la receta. México, qué lástima, a veces cierra la puerta, a veces cierra los ojos y continúa en la pachanga y sigue dándole el poder al inepto. ¡Hay que abrir los ojos!