martes, 26 de septiembre de 2017

CINCUENTA Y CINCUENTA (SIN CUENTA)




Los lectores sabemos que hay una ley tontita, la de Equidad de Género. La ley debería ser por Equidad de Inteligencia; es decir, que los diputados y senadores, por ejemplo, accedieran por neuronas y no por gónadas. Es casi una ofensa al razonamiento el hecho de que el cincuenta por ciento sea para mujeres y el otro cincuenta por ciento para hombres. Esta disposición garantiza la paridad de sexos, pero no garantiza la eficiencia de la institución. Y esto queda demostrado en los hechos: Hay equidad, pero no hay eficacia; es decir, de nada sirve ese equilibrio que justifica lo injustificable, porque pareciera que quienes aprobaron la ley no pensaron con la mente sino con otro órgano.
Y digo esto, porque la naturaleza sí es sabia. Si ponemos atención a los actos mínimos vemos que todo está exento de tal clasificación absurda. Hay millones de personas que creen en un Dios y conceden a éste el origen del universo. El nombre de Dios es un nombre genérico, porque si las feministas (debe haber dos o tres que son creyentes) insisten en llamarla Diosa, ¿cuál es el inconveniente? No hay problema, porque esa entidad divina, así como el universo (su máxima creación), está fuera de toda clasificación sexista. El universo no tiene sexo.
Los tontitos creen que la luna hembra sale por las noches, porque el sol varón lo hace las mañanas. ¡Ahí está la equidad!, dicen. ¡Tontitos! En realidad es lo contrario, porque la luna es un satélite (varón) y el sol es una estrella.
Pero, sólo como mero juego, ¿han pensado lo que sucede en Júpiter? Y Júpiter está a la vuelta de la esquina del universo, universo que tiene millones y millones de esquinas. Los científicos aseguran que Júpiter tiene más de sesenta lunas (¡sesenta!) y un solo sol, el mismo que acompaña a la Tierra. ¿Cuál equidad? ¡Ah!, ya imagino a los legisladores mexicanos exigiendo equidad para Júpiter, proponiendo treinta lunas y treinta “asteroipernotenos”.
Es una bobera lo que diré, pero el universo demuestra que la paridad no es lo ideal. Si el universo es infinito es gracias a su armonía perfecta que nada tiene que ver con cuestiones de equidad. Ya imagino a los legisladores mexicanos decretando una ley que solicitara equidad universal: La mitad de estrellas y la mitad de satélites; la mitad de galaxias y la mitad de agujeros negros.
Por ello, de todas las actividades humanas a mí me encanta la de lector. Los lectores (inteligentes por naturaleza y cultivados por práctica constante) no aplican criterios absurdos. ¿Equidad de género? ¡No, por favor! Los lectores siempre aplican el criterio del buen gusto y de la propuesta talentosa. Sería ilógico y lamentable que los lectores (igual que en las Cámaras Legislativas) aplicaran criterios de equidad de género. Después de leer un libro escrito por un autor ahora toca un libro escrito por una autora. ¡Qué estupidez! Como estupidez el criterio que pone etiquetas de literatura femenina o el de libros especiales para niños. (Luisito fue feliz viendo las ilustraciones que Doré realizó para “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, a pesar de que al principio la tía Eugenia se opuso a que viera el libro; y la abuela Josefina era feliz viendo las ilustraciones de “Alicia en el País de Las Maravillas”) .
Los lectores se mueven en un terreno donde lo que impera son propuestas plenas de imaginación y de seducción. El lector sabe que el conocimiento y la creatividad son características de seres humanos y no tienen distingos entre hombres y mujeres.
Ya pronto comenzaremos a escuchar los nombres de los candidatos a obtener el Premio Nobel de Literatura. A pesar de que este premio está sujeto a veleidades de tipo económico, político y social, cuando menos (hasta hoy) no tiene el corsé de la equidad de género. Sería lamentable que un año fuera para una escritora y otro año para un autor. ¡No! Los lectores no lo permitiríamos porque sería etiquetar la creatividad y el intelecto, sería establecer criterios de selección con base en penes y vaginas, en lugar de privilegiar la mente.
Por esto, admiro a los lectores del mundo y descreo de los otros, de los que promueven leyes que no son las más adecuadas, como la comentada o aquella donde prohibieron animales en los circos, para evitar el maltrato de ellos, y que al final cerraron fuentes de empleo y los animales fueron abandonados y muchos de ellos murieron. Los que decretan las leyes no son lectores. ¡Qué pena! (Por equidad de palabra diríamos ¡Qué pena y qué pene!).