lunes, 25 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA QUE NO SE PUBLICARÁ JAMÁS




Querida Mariana: ¿Y este bolso? Estaba olvidado. Una tarde de éstas caminaba por el corredor de la Casa de la Cultura. Me dirigía a la Librería Porrúa, para husmear en la mesa de novedades. Caminaba tranquilo cuando me topé con lo que acá ves: un bolso, como si fuera un perrito abandonado. Este tipo de escenas me aterra. Siempre pido al destino que me evite pasar por lugares donde hay objetos o personas o animales olvidados. Una vez me tocó, en un parque, mirar a un niño que parecía perdido. La persona que me acompañaba en ese momento me preguntó qué debíamos hacer. La jalé, caminamos hasta donde estaba una pareja y pregunté si ese niño no era su familiar. ¡No!, dijeron. Sin dar tiempo a más les dije que el niño parecía perdido. Sí, es cierto, dijo la mujer y jaló a su compañero para acercarse al niño. Yo, a mi vez, jalé a mi amiga y le dije que eso era lo que podíamos hacer, no más. Ella quiso protestar, pero yo la apuré, le dije que ya venía el transporte urbano; ella quiso protestar, quiso decir que habíamos quedado de sentarnos y tomar un helado en el parque, pero yo dije que mejor tomáramos un café.
Como ya advertiste yo deseaba salir de ese entorno, en donde el destino me había colocado frente a un niño que parecía perdido.
Siempre pido, a todos los dioses, apartarme de lugares donde hay objetos perdidos, animales perdidos, personas perdidas.
Pido no toparme con fajos de billetes, con anillos de oro tirados en el piso, con carteras repletas de dinero, con bolsos, como este bolso rojo. ¿Alguien dejó este bolso ahí? Sin duda, pero la pregunta que me hice fue la siguiente: ¿Tuvo un propósito o fue un olvido?
He visto en ese corredor a parejas de muchachos que, sentados en el piso, platican y se acarician. Pienso que este bolso era propiedad de una muchacha bonita que, por la emoción de estar con el novio, tomó su mochila, abrazó al muchacho y olvidó levantar el bolso y éste se quedó ahí como si fuese uno de esos planetas solitarios.
¿Y si no fue un olvido y alguien lo dejó a propósito para tender una trampa? Conozco historias donde alguien se acerca a ver un objeto olvidado en alguna banca de parque y en cuanto lo levanta, un tipo se acerca, lo encara y dice que ese bolso es de él, lo abre y exige, con un puño cerrado, a que el incauto le entregue el dinero que contenía. ¿Qué puede decir el incauto ante tal reclamo?
Caminaba tranquilo cuando vi el bolso olvidado. Llamó mi atención el color y tomé la fotografía, porque era como un auto solitario en una autopista de muchos carriles. Imaginé que Julio Cortázar podría escribir un cuento fantástico con tal imagen: un auto solitario en una autopista de decenas de carriles; en contraposición con aquel fabuloso texto que escribió donde hay un gigantesco atasco de autos.
¿Qué harías vos ante el bolso? ¿Seguir tu camino como si nada? ¿Acercarte, levantarlo y ver si existe alguna identificación del propietario y poner un aviso en las redes sociales para que la persona recupere sus pertenencias? ¿Y si era una trampa y no un olvido? ¿Y si era un olvido pero el propietario inventa pertenencias y demanda al acomedido?
Yo siempre pido a todos los dioses que me evite estas encrucijadas. Me encanta caminar sin que algo altere mi plan original. Esa tarde iba a la Librería Porrúa y, por desgracia, me topé con este bolso olvidado. Lo vi desamparado, pero no podés imaginar que su desamparo no era nada comparado con el mío. ¿Por qué, Dios mío, el destino me ponía en esta encrucijada? Tomé la foto, porque el bolso era como un vagón en medio del desierto. Me dio la impresión de un pozo vacío. Pensé que podía escribir una Arenilla, una de esas que acostumbro y llamo “Lectura de una fotografía”. Guardé mi cámara y entré a la librería. Ahí olvidé el bolso, porque ante mí estaban torres de libros, como si éstos formaran una ciudad de rascacielos como Nueva York. No llevaba intención de comprar. Era un atrevimiento de niño de pararse frente a la vidriera y ver los pasteles exhibidos. Tomé un libro de un librero, leí la contraportada y luego lo regresé a su lugar original, al hueco. En el momento de colocarlo pensé que la vida debía ser así de sencilla: Que todo tuviera su acomodo natural.
Sin comprar algo ¡salí! Lo primero que noté fue que el bolso ya no estaba. ¿Qué había sucedido? Lamenté la decisión de entrar. Pensé que hubiera sido buena idea ocultarme para ver quién se acercaba al bolso y se atrevía a levantarlo. No había duda: Alguien había levantado el bolso. ¿Quién? ¿Un ajeno y lo había guardado en su mochila y esperó llegar a su casa para revisar el contenido? ¿Llamó al propietario o se quedó con los billetes que había y quemó las credenciales para borrar rastros? ¿O fue algún incauto que cayó en la trampa que le puso el individuo que, a propósito, dejó ese bolso ahí para que alguien cediera a la tentación? ¿O el destino hizo el prodigio y el propietario regresó corriendo y, aliviado, vio su bolso? ¡Ahí estaba! ¡Nadie lo había tocado! Su pareja lo abrazó, lo besó y luego, como si fuera una madre, con el dedo índice le “recordó” que no debía dejar olvidados los objetos.

Posdata: Al llegar a casa descargué la fotografía y la vi. Sí, podría servir como ilustración para una Arenilla. Pero luego pensé que no. ¡No! No la usaría porque el propietario (en caso de que hubiese sido un olvido) podría pensar que yo levanté el bolso. Hay tantas historias en el mundo que comienzan con jalar un simple hilo sin saber qué tiene amarrado en el otro lado. No, esta Arenilla nunca será publicada.