viernes, 22 de septiembre de 2017

DEFINICIÓN DE TARDE




Si escucho: “Es muy tarde”, me preocupo; pero si escucho: “En la tarde”, me emociono. Me preocupo porque alguien ya no me deja entrar a la sala de conciertos: “Es muy tarde”; me emociono porque alguien promete que me verá “En la tarde”.
¿Cuántas palabras, como tarde, provocan estos sentimientos tan polarizados? Pienso que son pocas las palabras que tienen esta capacidad. Si pienso en la palabra “Mal”, cada vez que la escucho sé que nada “bueno” presagia; pero la palabra tarde puede significar tardanza o puede indicar el lapso después del mediodía hasta antes del anochecer.
Por fortuna, lo que nunca sucede es que la tarde llegue tarde o que alguien llegue tarde a la tarde. La tarde está por encima de la tardanza o de la puntualidad; es decir, la tarde siempre está lejana de las veleidades del tiempo. La tarde acude puntual todas las tardes.
Juan hizo una encuesta: ¿Cuál lapso te gusta más: la mañana, la tarde, la noche? ¡Ganó la tarde! Y esto fue así, porque sólo los jóvenes votaron arrolladoramente por la noche. Se entiende, cuando es viernes (y el cuerpo lo sabe) los chavos van al antro y beben y bailan y van al motel. Viven la noche de manera rotunda; en cambio, los viejos, las mamás y los niños votaron por la tarde, porque la tarde permite el juego infantil, la telenovela, el sentarse en la banca del parque para alimentar a las palomas.
Los niños aman la tarde, porque, después del fastidio de la tarea, pueden ver las caricaturas en televisión o jugar en el sitio de las casas. Lamentan el instante en que las mamás ordenan que se laven las manos y pasen a la mesa para la merienda; lo lamentan porque es el preludio para cancelar el día e ir a la cama. Los viejos aman la tarde, porque van a jugar dominó con los amigos, porque se sientan en las bancas del parque y recuerdan los tiempos en que eran jóvenes e iban a los bailes del Club de Leones o en los patios de las casas particulares; las mamás aman la tarde, porque les permite un poco de sosiego después del trajín matutino, cuando se levantan a las cinco de la mañana porque deben preparar los lonches de los hijos que llevarán a la escuela. En la tarde, las mamás pueden sentarse un rato frente al televisor y ver las telenovelas, donde mujeres glamorosas acuden a los antros y bailan y beben y van a los moteles, como si fuesen jovencitas sin obligación alguna.
Yo también amo las tardes. Me encanta ir al parque central para sentarme en una banca y (como si fuese un anciano) mirar las palomas y (como si fuese un adolescente) mirar los pechos de las muchachas bonitas que caminan como palomas inquietas frente a mí. Amo las tardes. Me encanta ir al parque central y abrir un libro y ponerme a leer, mientras los pájaros vuelan por encima de mí y hacen su pachanga en los árboles. Amo las tardes. Me encanta advertir cómo el cielo matiza su piel y la llena de naranjas, grises delicados y amarillos imperativos.
Hasta donde es posible procuro siempre llegar a tiempo a mis citas. Odio llegar tarde. A fin de que mi balanza de la palabra tarde se incline más a la definición de lapso que a la de tardanza. Me programo de tal manera que cuando escucho o pronuncio la palabra tarde siempre sea referido a esa cucharada en la que lo cotidiano tiene una cara de paleta de chimbo. Los mejores arcoíris que he visto en mi vida no los he visto en las mañanas, siempre ha sido en la tarde. Es posible que en la encuesta: “¿A qué hora te gusta salir?”, los arcoíris del mundo hayan contestado: “En la tarde, siempre en la tarde”.