viernes, 17 de octubre de 2025
CARTA A MARIANA, CON JOSÉ AGUSTÍN
Querida Mariana: fui a la librería Porrúa a buscar un libro del Premio Nobel de Literatura 2025. Pensé que la mercadotecnia ya funcionaría en pleno siglo XXI. No fue así. Casi casi escuché la voz de Doña Lolita Albores cuando la chica me dijo que no tenía (‘caso hay, decía Doña Lolita). Me quedé con las ganas, con el billete en mi bolsa, agarrado con una mano, como si fuera yo muchachito.
Vi los enormes libreros que tiene la librería, de piso a techo (la altura es considerable en el Centro Cultural Rosario Castellanos) y en un entrepaño vi un libro de mi admirado José Agustín. El billete pareció tomar vida, retorcerse, como si quisiera volar o reptar, pero mi mano se engarrotó, como ahorcándolo para que no tuviera malos pensamientos. Dios mío, por esta ocasión, mi espíritu sosegó, porque casi siempre pienso que la mejor inversión que puedo hacer es la compra de un libro y cuando vengo a ver, el billete saca su cabeza de la bolsa y, ya emocionado, abandona mi territorio y se va al bolsillo de los grandes editores.
“¿Qué ganas botando tu dinero en libros?”, decía mi padrino Armando, pero no necesitaba responder, porque mi madrina Amanda, su esposa, de inmediato lo callaba, diciéndole que se callara, que él no tenía cara de decirme eso, que mirara la viga que cargaba en su ojo, “vos -decía mi madrina- quemás toda tu paga en putas y en trago”. El padrino tosía, se hacía tacuatz, salía al patio y se ponía a regar las plantas en los corredores. Yo sonreía en lo más íntimo, mi cara mostraba la seriedad de piedra que siempre tengo, pero en mi alma había un Alejandro pichito que corría, trepaba a un columpio y gritaba.
“Éste, qué se está creyendo”, decía mi madrina y concluía: “si él te diera el dinero podría meterse en su vida, pero caso te mantiene. No le hagás caso, vos seguí con tu pasión de los libros, sé que eso no te hace daño, como al bobo de Armando le hace daño el trago y sus amigotas huilas”, ya para entonces, ella había puesto dos tazas de chocolate en la mesa y un platón de pan comiteco. Le entrábamos con fe y corazón. Mi madrina siempre fue muy cariñosa, mi padrino también, jugaba a ser muy estricto, pero, en realidad era un chimbo, tomaba su trago, pero nunca lo vi tatarateando de bolo, se ponía sarazo, lo que sí le ganaba eran las muchachas, pero no tenía querida, contaba sus aventuras en los burdeles en muchas partes de la república y lo contaba con tal gracia y emoción que uno pensaba que se la pasaba bien, que era su manera de botar su dinero que bien le costaba ganar, porque era muy trabajador.
A propósito de suripantas, el otro día recibí un mensaje de mi compa Javier, me preguntó si haré un libro donde el tema principal sean las niñas malcriadas, bien criadas, las putitas. Recordé a mi padrino, Javier también ha sido parte del grupo de muchachos traviesos, de los que aman esos espacios, que se mueven como peces en el agua contraria de lo que contó Gabriel García Márquez. El querido Gabo escribió “Memoria de mis putas tristes”. Ya te conté que es una de sus peores novelitas, él intentó hacer un homenaje al gran escritor japonés, quien escribió “La casa de las bellas durmientes”, que ésta sí es una obra de arte insuperable. No sé si a Javier le gustara, porque en esa casa llegan viejos que no pueden tocar a las chicas narcotizadas que están en las camas; los viejos pagan y con el pago tienen derecho a acostarse al lado de las chicas, tienen prohibido tocarlas, la excitación aparece precisamente con esa prohibición, con la emoción de estar al lado de una chica que no tiene idea de quién está acostado a su lado. ¡Ay, el Javier, no podría resistir la tentación! Ya estoy viendo lo que sucedería en la casa, él trataría de abusar de la bella durmiente y tendrían que echarlo a la calle...
Pensé que el título de Gabo era muy lamentable, como de piedra con filo, la imagen de la puta triste es común, casi casi camina por la orilla de las telenovelas baratas (ahora que escribí barata pienso que la palabra es sinónimo, en este caso, de triste). Pienso que mi padrino jamás tuvo esa imagen de las casas de citas, ¡no!, al contrario, el lupanar era un lugar de deleite, de goce, de alegría; pienso que Javier también es cófrade de Jaime Sabines, quien en un poema pidió que canonizáramos a las putas. ¿Lo imaginás? Sabines era también un gran amante del acantilado. ¿Recordás algún verso del poema de Sabines? Ahora busqué en Internet y hallé esta joyita: “Canonicemos a las putas. Santoral del sábado: Bety, Lola, Margot, vírgenes perpetuas, reconstruidas, mártires provisorias llenas de gracia, manantiales de generosidad”.
Posdata: ¿escribiré acerca de las chicas de Tía Lola, de Tía Maty? Lo haré algún día, después que Javier diga los nombres de las putas que recuerda, las que lo recibieron en su manantial y le entregaron lo mejor de ellas. Lo haré, después que mi amado Gutmita, viejazo maravilloso, también me comparta sus recuerdos, me cuente cómo eran los burdeles comitecos en los años sesenta, años en que Javier jugaba carritos, porque aún no sabía de ese dulce río donde metería sus pies para que lo besaran los peces.
Pero ya sé que cuando el libro esté listo, el Javier no irá a la presentación ni comprará un ejemplar. ¡Codo! ¡Ingrato! Él nunca será canonizado.
Mientras escribo esta carta, querida mía, presentan en el canal 9 de la televisión la película “5 de chocolate y 1 de fresa”, con la novia de México: Angélica María, que en realidad fue novia de millones de fanáticos y quien la probó fue José Agustín, terminó separándose de su esposa, de apellido Bermúdez. Tiempo después, la actriz y el escritor tronaron y José Agustín regresó con la mamá de sus hijos.
Vi un libro de José Agustín en la librería y en la tarde vi la película con guion de él.
¡Tzatz Comitán!