miércoles, 1 de octubre de 2025
CARTA A MARIANA, CON FOTO POR ENCIMA DEL AIRE
Querida Mariana: no todo mundo ha estado en este espacio, acá están el arquitecto Iván y la licenciada Paty. ¿Qué espacio es? Es un lugar sensacional de Comitán, pero hay muchos comitecos y comitecas que no lo conocen. Paty no lo conocía, yo tampoco. Bueno, en mi caso se justifica porque así como no paso de Chacaljocom casi no salgo de casa. Pero sucede que la mañana del 30 de septiembre de 2025, Paty y yo conocimos la famosísima “Cueva del zopilote”. Es una hondonada donde los árboles son como niños felices jugando en la tierra. Iván nos llevó, porque él creció por ahí, su estudio y el restaurante “Tarima” están muy cerca de la cueva. Paty e Iván están parados a un metro del precipicio (yo vi la cueva más lejitos, porque el vacío es impresionante y como soy tutuldioso soy un fiel creyente que el vacío es llamador, como si una esencia natural jalara lo que está encima, siendo fiel demostración de la Ley de la Gravedad). Iván y Paty están parados sobre una enorme laja que tiene algunas demostraciones gráficas de que por ahí han estado también algunas otras personas, que no pudieron evitar recordar sus años escolares y usaron la piedra como un enorme pizarrón para grafitearlo, no son respetuosos con la naturaleza. Iván nos contó que el nombre proviene de la costumbre de antaño donde los comitecos llevaban a tirar animales muertos en esa hondonada, lo que provocaba que la cueva siempre estuviera visitada por zopilotes. Ahora los zopilotes ya no visitan la cueva. Los zopilotes de este siglo ya no guardan en su memoria genética dicha costumbre; pensé que si en lugar de ser la Cueva de los Zopilotes hubiese sido la Cueva de los Elefantes, éstos continuarían visitando el santuario.
Como mirás, el espacio es prodigioso, inmenso, ¿unos cien metros de profundidad?, la cercanía con el vacío y la inmensidad del lugar despierta emociones que no se dan cuando uno camina en terreno parejito. Cuando el arquitecto Iván sugirió la visita yo, haciéndome el machito, le dije que camináramos el trayecto a la cueva desde su estudio (donde también está el restaurante Tarima, que ya te conté es un espacio maravilloso donde se tiene a la mano una postal increíble de Comitán). Me vio y pienso que me escaneó con afecto e imaginó que el viejo Molinari no llegaría, propuso entonces que fuéramos en su camioneta, Paty (que bien me conoce) avaló la propuesta y así nos trepamos a la camioneta del arquitecto. A mitad del recorrido pensé que habían tenido razón, uf, la ruta es maravillosa, pero requiere cierto entrenamiento que yo, por supuesto, no tengo. Así que, sentado en la parte posterior, olvidé mi gana de querer ser lo que no soy y disfruté el ascenso, pasamos por el barrio de La Merced, hasta llegar a la tercera sección, lugares prodigiosos, que, sin duda, la mayoría de ciudadanos ignora su existencia. Por fin llegamos, la puerta trasera de la camioneta quedó justo frente a lo que llamaría el acceso principal (donde está la gran roca que sirve como mirador), quedé justo frente a la ventana que dio la bienvenida a mi mirada, que se derramaba como miel, que bailaba como niña ante un helado. Qué maravillosa sensación. Bajamos de la camioneta y nos acercamos a la orilla, ellos más cerca, yo más lejitos, porque no pude dejar de pensar que en ese momento podría aparecer el gran zopilote, el mayor, primo hermano del águila arpía, y con su aleteo propiciar un viento que fuera como una culebra de viento que empujaría a las personas que estaban cerca del vacío, sin posibilidades de cogerse de la rama de un árbol resistente. Ah, qué gran vista, pero vonós ya, dije; les tomo la foto y emprendamos la retirada. Todo ha sido maravilloso, que no se desvíe el destino del universo. Y subimos de nuevo a la camioneta y no volvimos por la ruta de ascenso sino que Iván tomó una ruta menos escabrosa y salimos a Quijá, muy cerca del templo, de la escuela.
Regresamos a Tarima, el restaurante del arquitecto Iván y, generoso, a pesar de que no está en el menú, nos prepararon unos chinculguajes, acompañados con salsa y dos limonadas sin azúcar. Compartimos mesa con Iván y su hermano Julio César, quienes son los socios fundadores de AECOR (empresa de proyectos, construcciones y desarrollos inmobiliarios). Los chinculguajes los prepararon Vero y María especialmente para nosotros. Ah, qué privilegio. Y todo esto teniendo frente a nosotros a Comitán, desde una vista espectacular. Te he dicho que debés invitar a tus familiares para que disfruten esa vista única, excepcional. No hay otro lugar tan sublime. Fue una mañana exquisita. Conocimos la Cueva del Zopilote.
Posdata: recuerdo que muchos de mis amigos, en la infancia, iban de excursión por esos lugares, lo disfrutaban. Yo, tutuldioso, me quedaba en casa. No me arrepentía, porque leía revistas de monitos y mientras ellos andaban con sus tiradoras matando pajaritos, metiéndose a los sitios a robar aguamiel, disfrutando de ese espacio lleno de aire, yo me llenaba con la lectura, que ha sido, desde siempre, el aire de mis cuevas.
¡Tzatz Comitán!