viernes, 10 de octubre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN DÍA ESPLÉNDIDO

Querida Mariana: a Roberto le conté que vendría mi hermana Esther Molinari, vendría (como vino) a ver a su hermanito. Roberto me preguntó: “¿a dónde la llevarás a pasear?” ¿Qué? A ningún lado. Volví a explicarle: ella viene a verme, yo soy el paseo, yo soy el motivo único de su visita (bueno, también mi Paty, porque ambas se quieren mucho). Sé que en el mundo hay muchas historias similares y otras distantes, hay historias de hermanos que se aman e historias de hermanos que, si no se odian, cuando menos pasan como gatos por los tejados de las ciudades; es decir, hay historias luminosas y otras que son oscuras, como callejones llenos de basura y cadáveres de perros muertos. La historia nuestra es como una catedral sublime, con luz que se cuela por vitrales. Vino mi hermana (ella nació en 1945, yo pienso que el año de su nacimiento fue augurio de la persona que sería, porque vino al mundo en el año que terminó la Segunda Guerra Mundial. Ella nació y días después Japón firmó la rendición con lo cual concluyó un periodo sangriento y comenzó un rayito de esperanza, liana que ahora ilumina mi espíritu). Vino mi hermana. Sus hijos y nietos le celebraron su cumpleaños número 80. ¿Ya adivinaste cuál fue su regalo? ¡Claro! Los boletos de avión para venir a Chiapas, para venir a San Cristóbal de Las Casas, tierra donde nació nuestro papá Augusto; vino para abrir sus ojos sorprendidos en la carretera llena de topes de San Cristóbal a Comitán; vino para beber nuestro cielo, que también ya es de ella, porque ella está muy pendiente de los sucesos diarios de nuestro pueblo y de los pasos que voy dando en el día a día. Sus hijos dicen que es parte de su ritual diario: enterarse de todo lo que acá pasa, de lo que me pasa. Pocas personas están tan pendientes de mí. Ella es como un bosque y yo un árbol que está en otro lugar, sin embargo, poseemos el genio de los seres distantes que están interconectados. Los sabios dicen que los árboles se comunican a través de sus raíces y de sus frondas, pero yo sé que también lo hacen a través de los actos, por ejemplo, si una niña se columpia en el bosque de mi hermana, el niño que soy recibe la cadencia del cuerpo que va, feliz, de un lado a otro, porque no se necesita salir de esa tablita engarzada con lazos para sentir el movimiento del universo. Sé (no me preguntés cómo lo llegué a saber) que también los pájaros, las nubes y el aire son cintas que unen a los árboles buenos. Árbol bueno es mi hermana, esto lo saben los polluelos que son sus hijos y sus nietos, quienes han recibido el abrazo de su sombra, por eso la aman, por eso su presencia es faro para el camino seguro. Vino mi hermana. Mi Paty y yo los esperábamos en el parque central, pero Elvira (una de sus hijas) mandó un mensaje, ya se dirigían a La Pila, porque mi hermana quería estar ahí. Mi Paty y yo caminamos, bajamos, hacia ese mítico lugar comiteco y ahí nos reunimos, ahí nos dimos el abrazo, un abrazo, que ha tardado gran parte de mi vida, lapso glorioso. Posdata: ella estuvo contenta y nosotros también, yo, de manera especial. Luego subimos al parque central (ahí le presenté a mi amigo Javier) y fuimos a comer al restaurante Portobello, dos horas más tarde, ya con la lluvia sobre Comitán, ellos se despidieron y viajaron hacia San Cristóbal de Las Casas, donde pernoctaron para salir al día siguiente hacia el aeropuerto y viajar a la Ciudad de México, con escala en Guadalajara. Vino mi hermana y dejó una alegría inmensa, una cinta de luz que aún me ilumina y que seguirá iluminándome, no obstante que hace dos días se fue la luz en toda la región de Comitán, porque (eso dijeron) se cayó una torre de distribución de energía eléctrica. Hay hermanos que son hojas de un mismo árbol, a veces, cuando es Otoño, se caen; otros hermanos están sembrados en terrenos distantes, pero gracias a las aves están intercomunicados, gracias al vuelo, a las alas, a los cantos, saben que la vida es una esencia inmodificable. ¡Tzatz Comitán!