lunes, 20 de octubre de 2025
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN JARDÍN ASOMA AL ESPÍRITU
Querida Mariana: en el Comitán de los años cincuenta del siglo pasado hubo muchos sitios. Así se llamaban los jardines posteriores de las casas: sitios. Ah, qué bonito nombre. Las casas tenían su jardín delantero y su jardín trasero (sin albur, niña bonita, sin albur). El jardín de adelante era el patio central y el otro jardín se llamaba sitio. En el sitio crecían desbordadamente los árboles frutales: limón, aguacate, jocote, chayote, pomarrosa, durazno, anona y mucho más. Los niños jugábamos en el sitio, porque el patio central tenía rosas y claveles y éstos debían respetarse. Pobre de uno si alguien se atrevía a joder las orquídeas y las colas de quetzal; en cambio, el sitio era para jugar o para otras cosas más atrevidas. Tuve amigos que, a la hora de jugar carritos, les “ganaba la gana” de orinar, bastaba ir detrás del árbol de aguacate, bajar el cierre o desabotonar (porque en ese tiempo había pantalones que tenían botones en la bragueta), sacar el pilín y escribir su nombre en la arena (ah, qué tiempos tan generosos). En el sitio también había conejos, gallinas, gallos, pollos, uno que otro borrego, chuchos y gatos (no faltaban las ratas odiosas), por esto no era infrecuente que uno pisara caca de gallina o de gato o de chucho, ish.
Pero el tiempo pasó y las grandes casas con sitio fueron vendidas y ahí levantaron edificios de departamentos. ¡Acabó tu sitio! Pucha, lo digo así como si nada, así como sucedió, pero si reflexiono tantito me doy cuenta que digo algo tremendo: ¡desaparecieron los sitios! ¿Mirás lo que digo? El sitio desapareció, y con ello, los niños y niñas de estos tiempos no tuvieron el espacio ideal para el juego al aire libre, incluso para mojarse cuando llovía. Ahora, vos los has visto, los niños y niñas permanecen en las habitaciones donde se divierten jugando videojuegos o viendo el TikTok; antes las niñas saltaban la cuerda o jugaban comidita (hacían tortillas con hojas verdes, el molde eran las corcholatas); antes en lugar de decir TikTok, los niños y niñas decían ¡Toc Toc! ¿Quién es? (ahora hay una canción que advierte a la niñez que no abran la puerta a extraños).
Yo recuerdo, a lo lejos, que alguien tocaba en el aire y decía: “Toc toc” y los otros niños respondían: ¿Quién es? El que tocaba decía: es la vieja Inés, imitando la voz de una viejita. Luego, los niños preguntaban qué quería y la vieja Inés decía que quería un listón y cada uno de los niños era un listón de color diferente. ¿Lo jugaste? No, tal vez ya no. Ahora sólo en las escuelas se hace este tipo de juegos infantiles. Ya no hay sitio dónde jugarlo; ahora hay videojuegos que consumen la atención de los niños. Se acabó el sitio. Quedan muy pocos sitios en Comitán, cuando entro a una casa de las antiguas (hay tan pocas) busco con denuedo el sitio y si lo encuentro mi espíritu se llena de luz. Ah, eran tan bonitos los jardines traseros, no estaban muy cuidados como sí lo estaban los jardines delanteros, pero los sitios tenían un encanto especial que no poseían los patios centrales, donde todo era más solemne. Niños, escuchábamos, no griten, porque está durmiendo la abuela, y la abuela tenía dolor de cabeza; así que la orden era: vayan a jugar al sitio y ahí íbamos, porque el sitio era un espacio dentro de la casa que estaba distante, era el patio posterior donde crecía, además de los árboles frutales y las plantas medicinales, el árbol de la imaginación, ahí se desarrollaban las obras de teatro infantil, los juegos que imitaban lo que habíamos visto en el cine (cuando jugábamos a policías y ladrones a mí me encantaba ser policía y al atrapar a un delincuente me encantaba ponerle esposas en sus manos y repetir la frase que había escuchado en una película mexicana, en blanco y negro: “a hierro matas, ¡a hierro mueres!”, y lo decía como exigía el dramatismo de la acción.
Posdata: en los sitios todo crecía con un desorden generoso. Hoy ya no hay sitios, en los departamentos hay algunas macetas que son como un recuerdo de la fastuosidad que poseímos. Hoy todo es minimalista. Antes fuimos maximalistas, supimos que teníamos espíritu de selva, donde todo crece en forma magnánima. Tal vez por esto, en muchos sitios de casas comitecas los niños jugaron a que eran Tarzán de La Selva y detrás de las palmeras aparecían los elefantes, los leones y las hienas. Tal vez por esto, en los sitios de casas comitecas el espíritu se llenaba de plantas y flores, adornábamos nuestro espíritu con esencias sublimes. Hoy, las niñas y los niños juegan en selvas virtuales.
¡Tzatz Comitán!