jueves, 21 de octubre de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL RÍO ES VIDA



Querida Mariana, Jorge nos invitaba a su rancho. Permanecíamos ahí dos o tres días. Hablo de los años setentas. La casa estaba construida al lado de la poza donde se bañaba medio mundo (menos yo, porque no sé nadar). En el amplio corredor de la casa colgaban hamacas para el descanso de los invitados. Un día, Javier y yo, que teníamos diecisiete años, nos sentamos debajo de un gran sabino, frente al murete que funcionaba como represa. Cerramos tantito los ojos y oímos el murmullo del agua al caer en cascada. Cuando abrimos los ojos hicimos lo mismo con un par de cervezas y brindamos. Estábamos en el primer sorbo cuando vimos llegar a X (en ese tiempo tenía trece o catorce años), ella bajó deteniéndose en las piedras y se sentó justo debajo del chorro maravilloso de agua. Con el agua cayendo sobre su cuerpo, ella también cerró los ojos. Tal vez se movió un poco hacia adelante porque el agua, con fuerza, sin premeditación, le bajó el sostén de su traje de baño. ¡Fue un instante! Al siguiente, ella salió del chorro y se subió el corpiño. ¡Fue un instante pero bastó para iluminarnos por siempre! Javier me vio, yo sudaba. X subió los dos metros que la separaban de la superficie, corrió y se metió a la poza donde estaban los demás jugando con un balón de playa. La vi correr sonrojada.
Desde entonces supe que la vida es la suma de instantes. A veces, la vida nos reserva instantes amargos, pero, en compensación, nos brinda esos instantes prodigiosos para los cuales debemos estar atentos. El secreto de la vida, han dicho los sabios, consiste en estar en el momento adecuado, en el lugar adecuado. Esa mañana, Javier y yo estuvimos en esa situación.
Siempre he pensado que ustedes, las mujeres, nos aventajan en prodigios. Los hombres, en la adolescencia, de pronto, advertimos que nos brota el pelo púbico y punto. No más. Lo único que nos brota son miles de granos en el rostro. Pero ¡no más! Los hombres no poseemos misterios. Crecemos tal como nacemos. Lo más que sucede es el crecimiento del pene y del vello (a algunos más que a otros). En cambio, Dios es generoso con ustedes al brindarles el prodigio del nacimiento de un par de pechitos. Veo a las niñas de doce años, las veo con sus blusas de colores y las veo con el incipiente nacimiento de esos corderillos. Ya luego, conforme las niñas crecen y crecen sus pechos, los hombres debemos imaginar el tono de esos cervatillos porque ya están abrazados por corsés. Imagino que debe ser una sensación maravillosa advertir el nacimiento de esos satélites en el universo del cuerpo. Imagino la dicha de ustedes al saber que de ese cáliz mamarán los críos y, también, los amados se refocilarán en ese manantial de miel. ¡Esa bendición, a veces, también ilumina a los hombres! Cuando una de ustedes, amorosa, generosa, se encarama sobre su amado y cabalga como fiel amazona y el par de nubes de su pecho se mueve sobre el cielo ¡Dios regala un instante de viento y de agua!
Cuando, horas después, nos reunimos para la comida, noté que X desviaba la mirada. Se sentó en un extremo de la gran mesa y platicó con medio mundo, sin vernos a Javier y a mí. Yo todavía temblaba. Sabía que debajo de esa blusa color azul permanecía latente ese pozo de luz que nos había iluminado. Recuerdo que después de la comida, Jorge nos invitó a la yerra donde marcaron y castraron a varios terneros. Al final regresamos a casa y nos sentamos de nuevo ante la mesa, jugamos “lotería”. Después de varias rondas a X le tocó “cantar” el juego. Seguía desviando la mirada, pero cuando sacó la carta de “la luna” y Jorge levantó la mano y gritó “¡Lotería, lotería, lotería!”, ella aprovechó el borlote, nos vio y sonrió. Supimos que había perdonado la osadía de nuestros ojos y ella volvió a ser la niña bonita, hermana sencilla y generosa de uno de los miembros de la palomilla.
Pd. Muchos años después, ya viejo, me dio por hacer un álbum con recortes de revistas. Compraba el Play Boy y demás revistas con muchachas bonitas y, con una tijera, recortaba el pedazo donde estaban los pechos y pegaba el recorte en una libreta. Así, después de casi quinientos recortes me volví casi casi un experto en pechitos. Ahora, cuando veo que una muchachita bonita se molesta porque el viejo de Alejandro mira sus pechos, quisiera decirle que no hago más que una comparación mental con mi álbum. Es un simple juego donde adivino que el par de pechitos que ella tiene es igual al par Y436 de mi libreta, pero sé que no entendería que todo es un sencillo agradecimiento a Dios por ese prodigio, por lo tanto dejo que me vea como un viejo perverso y sigo mi camino.