viernes, 29 de octubre de 2010

LA PAUSA DEL CAMINANTE



¿Quién se baja de un avión en pleno vuelo? ¡Nadie! Hay escritores a quienes se les dificulta hablar en público. Y esto es así porque la palabra escrita (bendición de Dios) tiene un ritmo diferente a la palabra hablada. Cuando a un escritor se le oscurece la memoria y no encuentra la flama de una palabra, se para y camina por el patio de su casa, porque sabe que instantes después, ¡Eureka!, la palabra acudirá con la dignidad que nos advirtió Enoch Cancino Casahonda respecto del “cordero fiel de la leyenda”. El escritor, como si fuese un prodigioso animal de trapiche, le da vueltas y vueltas al patio hasta que la miel de la memoria suelta su savia. El ritmo de la escritura es un ritmo que permite pausas, que da tiempo para, una vez encima de la montaña, sentarse a ver la puesta del Sol. La escritura está emparentada con las cosas más sencillas de la vida, con aquéllas que tienen que ver con sentarse en la banqueta y mirar a la gente caminar. La gente camina con ritmos diferentes. Pero ¿qué pasa cuando al orador, por ejemplo, se le oscurece la memoria? ¡El caos aparece! Por esto admiro a quienes tienen la vocación de la palabra hablada, y bendigo a quienes dominan ambos espejos: el de la palabra oral y el de la palabra escrita. En Chiapas no es común hallar esa síntesis prodigiosa. Sólo el nombre de Eraclio Zepeda logra caminar sin pausa por las nubes de todos los cielos. Aunque también he tenido la oportunidad de disfrutar de la conversación de Hernán Becerra Pino, quien además es un necio irrenunciable en el oficio de la escritura. Ambos, Eraclio y Hernán, me seducen con sus discursos. Me emociona ver cómo la ficción y la realidad se mezclan a través de sus pláticas y disfruto ver cómo hacen figuras de origami con la palabra de todos los días, de todos los hombres. Esto es un poco decir que logran amalgamar la realidad con la irrealidad en una mezcla inédita y sorprendente.
El otro día Hernán me llamó por teléfono, desde la ciudad de México. Hermanito, me dijo, es sólo para saludarte. La llamada de larga distancia se prolongó hasta que le dije que colgara porque le iba a salir carísima la conversación. Yo no quería interrumpir porque siempre que lo escucho me llena de paisajes y de ríos que rebosan, pero me preocupaba el costo. Hernán, medio mundo lo sabe, ha sido reconocido dos veces con el Premio Nacional de Periodismo por su oficio de periodista, en su faceta de entrevistador. Siempre me pregunto cómo le hace para guardar silencio mientras sus entrevistados responden. Me da la impresión que se contiene a fin de guardar en su alforja las piedras preciosas que le entregan para luego devolvérnoslas a sus lectores. Es, después de todo, un orgullo para Chiapas que uno de sus hijos haya obtenido el reconocimiento nacional en un campo muy disputado. Cuando pienso en las entrevistas que han realizado la Poniatowska y la Pacheco, sólo por mencionar a dos destacadas periodistas, y veo que el trabajo de Hernán no palidece ante el de ellas, sé que la terquedad de Hernán ha colocado luces sobre el cielo.
En varias ocasiones he visto a Hernán trepado en el avión de la palabra y siempre lo he visto a gusto, como un viajero experto, sin titubeo alguno. ¡Nunca se para en el pasillo de en medio para pedirle a la azafata que detengan el vuelo porque desea bajar! Él, intrépido, viaja sin paracaídas, porque sabe que si el avión falla, siempre tiene a disposición sus alas. Ha viajado a todo el mundo para entrevistar a cientos de personajes famosos. ¿Cómo le hace para refrenar su intento de vuelo ante esas águilas que, como él, también -en su mayoría- dominan el arte de la palabra hablada? Tal vez lo logra en el reconocimiento de que el otro también lleva hojas de viento en la alforja del tiempo.