martes, 12 de octubre de 2010

EL MURO DEL AIRE

Con un abrazo a César Guillén Caballero y su esposa, por traerme vientos de Europa.


César y su esposa viajaron a Europa. Tardaron un mes, en plan vacacional. A su regreso, César me dijo: “Ya no quería regresar”. ¿Quién quiere abandonar esa burbuja llena de pausas sorprendentes? Conozco a un compa cuyo deseo es ganar la lotería para viajar por todo el mundo por toda la vida. Yo, que no he viajado más allá de Chacaljocom (una ranchería a ocho o nueve kilómetros de Comitán), siempre me emociono cuando alguien me platica de las ciudades europeas. Como niño interrumpo y pregunto: ¿y hay librerías de viejo?, ¿es cierto que las muchachas bonitas están expuestas en vidrieras que dan a la calle?, ¿a qué saben las nubes que juegan frente a la Torre Eiffel?, ¿qué padrenuestro se reza ante Notre-Dame?
A César iba a preguntarle si en Praga el cielo también es azul cuando él abrió su portafolio y me entregó un sobre. “Es para ti”, me dijo. Era (¡es!) un fragmento mínimo de El Muro caído, de Berlín. Me emocioné. Digo, para alguien que no ha pasado de Chacalcojom resulta grato tener algo histórico de un lugar tan pero tan distante. El fragmento tiene algo que es como la huella de un grafiti, la mancha es de color rojo. César advirtió la imposibilidad de certificar la autenticidad del suvenir, bien puede ser el pedazo de cemento de cualquier edificio en ruinas.
Llegué a casa con el fragmento y lo coloqué en la repisa (aún emocionado). Me senté, prendí la televisión y mientras en el noticiario daban la noticia de la explosión de una granada en una plaza pública mexicana, pensé en El Muro. ¿Cómo, los seres humanos, hemos ido diseñando nuestro Museo de Los Horrores?
Ahora, en casa, tengo un fragmento del horror del mundo, porque este pedazo de muro está lejos de los papalotes que juegan los niños, muy lejos de esos muñecos maravillosos que se llaman alebrijes. Este pedazo de mundo es el recuerdo permanente y brutal de la brutalidad que rodea al hombre. Sé que César intentó tenderme su mano de amigo con este recuerdo, pero al tender la mano algo como una mariposa negra apareció.
Paty me dijo: “¡Ni lo intentés!”. Y es que yo deslicé la idea de completar la caída de El Muro, con la ayuda de un martillo haría polvito el fragmento, pero Paty dijo que no es correcto. “¿Sabés a cuántos les trajo un cariñito?”. Lo sé, lo sé, César me eligió dentro de sus consentidos para tener un recuerdo de su viaje. Pero (a Paty le dije) si vuelo y te traigo una nube, no quiere decir que tengás que conservar la nube adentro de un congelador para que no se deshaga. Lo importante del afecto es el aire que deja el globo cuando lo echamos a volar.
No lo haré polvito. Ayer imaginé otro juego: César realizó un viaje espacial y cuando regresó me dijo: “Alejandro, te traje un fragmento lunar”. El fragmento tiene un cierto tono rojo (¿será que César se confundió y, en realidad, voló a Marte y este fragmento es prueba fidedigna de ello?). Lo que tengo ahora en casa es un fragmento de roca estelar.
Hace muchos años vi una película mexicana donde aparecía El Muro. Era triste ver aquella serpiente dividiendo el mundo.
Paty escondió el martillo. Fue un exceso. ¡No me atrevería! Además el obsequio sólo fue para decirme: “¿Sabés, Alejandro? ¡El muro ya cayó! ¡Te traje la prueba!”.
¡Dios mío, hay piedras que pesan más que rocas, más que montañas!