domingo, 17 de octubre de 2010

UN POCO MÁS ACÁ DE POTOLONGO

Con respeto para Marvin Arriaga, como agradecimiento por
la invitación que me hizo, en el programa de radio de Miguel González Alonso,
para comer un pan compuesto en “El foquito”.



Rodolfo Castellanos me envió un correo: “Mandalos más allá de Potolongo”, dijo. ¿A quiénes debía enviar más allá de Potolongo? A dos o tres funcionarios de una institución cultural chiapaneca, quienes me hicieron una travesura (léase Coneculta-Chiapas). Luego, Rodolfo aclaró: “Potolongo está cuarenta millas más allá de la chingada”.
Cuando éramos niños, mi abuela Esperanza platicaba con los nietos y decía que en el inicio del Arco Iris estaba enterrado un tesoro. Mis primos soñaban con llegar a ese lugar, ¡yo no! Yo quería ir más allá de ese mítico espacio. Mi abuela me regañaba: “¿Para qué querés ir más allá? ¡No hay nada! ¡Más allá todo es tierra igual que acá!”. Pero yo no lo creía. Yo pensaba que el territorio más allá del Arco Iris era una tierra llena de reflejos dorados, un poco como el círculo concéntrico que se magnifica alrededor de un resplandor. ¿Lo ven? El tesoro enterrado era una nimiedad ante la vastedad dorada del entorno. Si mis primos regresaban con una olla llena de monedas, yo regresaría con una serie de láminas enormes con el reflejo del oro. ¿Qué es más importante: llevar el Sol entre las manos o la luz del Sol en medio del corazón?
Siempre creí que “la chingada” era el último lugar de la tierra; es decir, finis terrae. Pero un día de estos un compa mandó a otro “una cuadra más allá de la chingada”. ¡Ah, qué atrevimiento! Pero, ahora, Rodolfo revela que existe Potolongo, un vasto territorio cuarenta millas más allá de la chingada. ¿Qué hay más allá de Potolongo? ¡Ya nada! Rodolfo ha descubierto, ahora sí, el pozo del fin del mundo. Y, claro, con esto, ha dignificado el lugar a donde van a parar los hombres y mujeres irrespetuosos. Porque, sin duda, es menos vergonzante decir “¡Vivo en Potolongo!” que aceptar: “¡Me mandaron a la chingada!”.
Por supuesto que Rodolfo y yo somos hombres de buena cuna y nos resistimos a enviar semejantes a Potolongo, por quítame estas pajas. Cuando no queda más, el envío no lo hacemos por “Estafeta”; lo hacemos por tren, en esos maravillosos carros promovidos por Porfirio Díaz, ex presidente de la República, que, ahora entiendo, millones de mexicanos mandaron a Potolongo, por irrespetuoso. Nosotros, los bien nacidos, invitamos a nuestros ofensores a subir al tren de las diez a fin de que el viaje sea lento, no por hacer más intenso el sufrimiento, sino por la posibilidad de que antes de llegar a ese octavo círculo del infierno de Dante Rodolfo Castellanos tengan la oportunidad del arrepentimiento. A veces los maldosos se convierten en buenos hombres ante el soberbio paisaje lleno de aire, bosques y precipicios enormes en cuyo fondo se mueven hilos de agua. A veces, los maldosos se dan cuenta que desde arriba el caudaloso río no es más que un simple hilo de agua y entienden que lo importante de la vida es bajar de las nubes donde están trepados para darse cuenta que todo hombre, por sencillo que sea, también es un río.
Millones de mexicanos quisieran enviar a Potolongo a muchos funcionarios de los niveles federal y estatal; a todos esos individuos que se creen superiores a los demás; a quienes los ofenden con actos de corrupción y de prepotencia; a quienes abusan de su puesto; a quienes desvían los recursos destinados para erradicar la pobreza. Pero nuestro pueblo es un pueblo de bien nacidos y no los manda directamente a Potolongo; los envía a la chingada, que ahora resulta ser una antesala menos indigna. Los manda por tren por ver si, al respirar aire puro, su corazón es tocado y los conmueve el milagro de la expiación.
Siempre es mejor caminar con rumbo al Arco Iris, no para encontrar el tesoro, sino para mirar esas montañas que embeben los reflejos donde nace esa osadía de síntesis de color.
Pero, bueno, si alguien insiste y sigue terco en su vocación innoble de ofender al prójimo de manera gratuita, siempre existe el recurso de enviarlo a Potolongo, sin boleto de regreso.