domingo, 24 de octubre de 2010

DOMICILIO CONOCIDO



Con un abrazo para Alejandro Flores Cancino,
para que su camino siempre sea ascendente.


Miguel, si algún día decido escribirle a Miguel González Alonso, ¿a qué dirección envío la carta? Mi compa Arturo, en 1977, le envió una carta a su primo Israel, cuando éste radicaba en la ciudad de México por motivo de estudio, y la rotuló con el clásico “domicilio conocido” que tanto usamos acá en Comitán. Así que, Miguel, pensé enviarte la carta con la misma leyenda. Sé que Tuxtla Gutiérrez es una ciudad grande y que allá es difícil que fulano conozca a sutano o mengano dé cuenta del domicilio de perengano, como sí sucede en Comitán; pero, no sé por qué, pienso que la carta ¡te llega! si en el lugar del destinatario escribo: “Miguel González Alonso. Programa de radio Palabra libre. Domicilio conocido”. Sé que, después de ciertos vericuetos, como si fuese un juego de laberinto, el sobre llegaría a tus manos. Porque nunca faltaría el compa que dijera: “Sí, sí, lo conozco, es el compa que habla todas las mañanas por la radio” y diera algunos “nortes” para que el sobre que envío desde el Sur ¡te llegara!
Y una vez en tus manos, vos leerías el nombre del remitente y pensarías: “¿Para qué me escribe Alejandro?”. Y ahora te sentás, abrís el sobre y leés:
Respetado Miguel, ¿me creerías si te digo que puedo reconocer a los hombres que leen libros? ¿Que reconozco a la muchacha bonita que ya leyó a Vargas Llosa o a García Márquez? ¿Que reconozco en los ojos de un niño el camino de las letras? Por esto, como soy un hombre que me gusta leer procuro estar a lado de hombres y mujeres amantes de libros y, asimismo, al lado de quienes nunca han hallado el privilegio de la lectura. Esto último lo hago porque pienso que la lectura puede contagiarse, de igual modo que nos contagiamos de vez en vez de amor o de pasión.
¿Y qué onda con la radio? ¿Podés hallar en la mirada del hombre que pasa frente a vos alguna huella hertziana? Siempre me he preguntado en dónde un hombre de radio puede reconocer la trilla de su voz. La lectura, sobre todo, entra por los ojos y llega directamente al corazón (claro, hay casos en donde, como aquellos maravillosos primos tuyos, la lectura entra por la yema de los dedos, a través del braille). Pero, si la radio entra por los oídos, ¿en dónde está el camino para seguir la huella?
Quienes nos dedicamos a la literatura miramos directamente a los ojos del otro y sabemos si ahí hay huellas de Sabines, de Efraín Bartolomé o de Gustavo Ruiz Pascacio. Claro, la poesía no está colgada sólo en la mirada o en el corazón. El lector de poesía es tocado por la luz y, por ende, camina como si fuera un haz o como un cristal de viento. ¿Y los escuchas de tu programa, en dónde cuelgan las palabras que vos decís, los comentarios que hacés, las reflexiones que hincás en su razón o en la más remota esquina de su corazón?
Esto es todo, Miguel. Mi carta no espera respuestas, tal vez más interrogantes, porque es un diálogo con tu espíritu, es sólo mera plática, como si vos y yo estuviésemos en el café de la Casa de Cultura, de Comitán; o estuviésemos frente a una mesa de la lonchería “El foquito” comiendo un pan compuesto o un hueso (esto es más hipotético, porque yo tengo una dieta muy estricta que me impide comer estas exquisiteces de la gastronomía comiteca, y no voy a cenas porque, por lo regular, me duermo a las ocho y media de la noche). Un abrazo.
Ahora dejás la hoja sobre tu escritorio, te levantás y mirás por la ventana y sé que buscás, en esa muchacha bonita que pasa frente a tu casa, la huella de tus palabras. Porque ¿alguna vez has imaginado la cantidad exacta de personas que te escucha en tu programa de radio? ¿Alguna vez has realizado el recuento del total de palabras emitidas? ¿En dónde quedaron? ¿Se fugaron?
Mi compa Arturo se enojó con Israel porque éste nunca le contestó. Arturo (quien igual que yo nunca había pasado de Chacaljocom) nunca le creyó a Israel cuando éste le explicó que la ciudad de México no era Comitán y que allá era necesario poner la dirección correcta y, aún así, a veces, las cartas jamás llegaban.
Yo, no sé por qué, estoy casi seguro que esta carta llegó a tus manos, a pesar de que en Tuxtla vive más de medio millón de habitantes y yo, en el sobre, puse, debajo de tu nombre, un sencillo “domicilio conocido”.