miércoles, 31 de octubre de 2012


A LA LUZ DE UNA CRÓNICA

Hernán Becerra Pino cuenta que Luis Echevarría Álvarez le preguntó por qué dejó Chiapas y fue a la ciudad de México. Hernán respondió: “quise salir del ostracismo y del tedio en que vivía en la provincia”. Traducción libre: Hernán, en Tapachula, se aburría como ostra, era una ostra que quería ser “ostro”.
¿Qué ha hecho desde entonces para no aburrirse y para brillar? ¡Ha escrito y ha viajado!
Hernán ha obtenido dos Premios Nacionales de Periodismo por su oficio de entrevistador. Pareciera entonces que por ahí anda su vocación natural. Él insiste en escribir poesía y novelas, pero, parece, la poesía y la novela no son las mejores aguas de sus ríos.
La otra tarde, en Comitán, presentó su libro: “Crónica de un desayuno con Echeverría”.
Leí de “corridito” el libro y ¡me gustó! El terreno natural de Hernán es la crónica periodística. Desde que salió de Tapachula para conjurar el ostracismo y evitar el aburrimiento se ha dedicado a meterse a casas ajenas, no para robar objetos, sino para robar la esencia de las personas a través de las palabras; se ha dedicado a viajar por el mundo. Sí, lo entiendo, Hernán tiene un afán de hacerse notar por el mundo y de tomar notas del mundo. Hay, en su interior, una compulsión por aprehender los trozos de que está hecha la vida. No se conformó con el espacio cerrado y claustrofóbico y ardiente de Tapachula, de Chiapas. ¡No, no! Algún día tomó conciencia de que el mundo era más y decidió ser pata de chucho. Un chucho jodón. Lo entiendo, para desayunar, por ejemplo, con un ex presidente de la República es necesario ser muy metidito, muy jodón. No hay otra manera de derribar muros. Se necesita picar a cada instante. Es muy metidito, pero a él no le importa, porque al final nos entrega una crónica de ese suceso, un poco para decirnos “¿no que no?”.
A Hernán ostra ya le está quedando chico el mundo y esto es un problema serio. Cada vez quiere más. Padece el síndrome del escritor que nos cuenta Rosa Montero en su maravilloso libro “La loca de la casa”: ¡nada sacia a los escritores! Cuando alcanzan un millón de lectores quieren tener dos millones y cuando tienen dos desean tres, se mueren por cuatro…
Hernán no se sacia. A pesar de lo que el lector Molinari diga, él seguirá escribiendo poesía y ganando premios regionales en Chiapas. Seguirá escribiendo novelas y más cuentos. ¿Por qué esta terquedad? Porque está en su naturaleza terca.
Con pena, sugeriría que deje de perder su tiempo en cincelar obras medianas. Tal vez su destino está en la crónica sabrosa, ingenua, perversa, mentirosilla y lúdica, de lo cual da muestra en ese libro. Más que sus “gloriosas” entrevistas, el chiste de su pluma está en la lectura que hace de los personajes y de su entorno. Me divierto mucho con sus anécdotas. Puedo pasarme una o dos horas oyendo contar los relatos de sus viajes que dan cuenta de lo vivido y de lo soñado, de lo real real y de lo real imaginario. Su imaginación es desbordante. Sé que miente, que miente mucho, que todo lo adorna, como si fuese pastelero, con un betún color rosa tenue (pucha, sólo imaginar un tono rosa tenue ya da idea completa de su perversión narrativa), pero sus mentiras no le hacen daño a este mundo. Al contrario.
Hernán (es mi experiencia como lector de su obra) no es poeta, no es novelista. Sí es, en cambio, un narrador agradable cuando cuenta las vivencias de sus viajes y de sus contactos con grandes personajes. Espero que un día relate sus encuentros con Obama, con Peña Nieto, con Manuel Velasco Coello y con los más grandes escritores y artistas del mundo. Que no me vaya a salir con entrevistitas comunes, ¡no!, deseo que, entreverado entre las palabras de sus personajes, nos entregue su mirada desbordante, pueril e ingenua y perversa.
Lo suyo suyo es el periodismo. Que deje a Gunter Grass escribir las grandes novelas, que deje a Marirrós Bonifaz escribir la gran poesía. Que se dedique a lo suyo. Sus crónicas son disfrutables, de veras, huelen a cafecito a la hora de la madrugada, a la hora que lo acompañamos con pan, con pan de Comitán, el lugar más hermoso del mundo; el lugar en donde nadie, nadie, se siente como ostra aburrida.