lunes, 8 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY VIAJEROS SIN EQUIPAJE

Querida Mariana: siempre me pregunto acerca del origen de los apodos. Los expertos y estudiosos del tema dirán que algunos tienen su origen en el oficio y otros en un rasgo físico y en mil ramas más. Por ejemplo, al maestro que daba la clase de mecanografía, sus alumnos le decían “El teclas”; y a una señora que tenía un cuello muy corto, tan corto que parecía que la cabeza estaba pegada al tronco, el pueblo entero le decía: “La todojunto”. El tío Epigmenio terminó siendo “Epi, el depra”. La historia es muy simple. Al día siguiente que la tía murió, mi tío, recostado en su hamaca favorita, bebiendo té de limón, comenzó a contar la historia. “Vení -decía- traé tu silla, te voy a contar la herencia de pelos que la gata ingrata me dejó”. Y entonces me contaba, contaba que su mujer nunca se casó de cansarlo. Como a cada rato, en la cantina, en el templo, en el parque, a la hora que jugaba dominó, mientras bebía su santo trago, decía: “¡Burra, mi mujer caso se cansa de cansarme!”, la tía fue conocida como “La sin cansancio”. ¡Ah, mi tío gozó el apodo de su mujer!, pero como dice “El Foco Apagado” (que es ciego de nacimiento): “Hay un Dios que todo lo ve, dichoso él”, la venganza no tardó en llegar. Y no vino de parte de la tía, sino de parte del pueblo, que siempre es juguetón. El apodo de mi tía degeneró en el apocope de “La sinca”, luego pasó a “La cinca”; más tarde, el padre Eusebio, una noche que echaba traguito con varios feligreses, en el patio de la casa de don Carlos, el carpintero de la calle siete, la calle de las putas, contraviniendo el secreto de confesión, dijo: “ayer vino La cinca y me dijo que está enredada en amoríos con El Cuatro”. ¡Ah, para qué lo fue a decir! Don Carlos se metió un talguatazo de trago y dijo: “’ora le van a decir la “Sinca…liente”. Todos se hamaquearon de la risa. Don Eulogio se paró a orinar y, reclinado sobre la pared de adobe, regó una matita de lavanda y desde ahí gritó: “El Cuatro le puso cuernos al Cinco”. Lo gritó cantando, como si fuese un verso de ronda infantil, lo hizo mientras sacudía su pene.
Claro, mi niña bonita, era natural que el esposo de “La Cinca” terminara siendo “El Cinco”. Cuando en el pueblo se supo lo que el padre había contado (apenas a la madrugada siguiente de la borrachera), la gente comenzó a hacer chistes con el apodo de mi tío. “A ver, a ver, ¿a quién le pusieron un cuatro?”, preguntaba uno y el otro respondía: “Al cinco…yol”. Entonces el apodo de mi tío pasó a ser “El sin coyol”. Y en Comitán, vos lo sabés, niña de viento, quien no tiene un coyol le llaman “Chiclan”. Entonces, cuando el tío salía a comprar el pan, justo cuando pasaba por la carpintería de El Cuatro, los niños lijaban la madera con más fuerza y cantaban: “Hubo una vez un hombre que iba por el pan, se cayó un día y cayó el pan, cayó sobre una piedra y se quedó chiclán”. Ya lo estarás pensando. Pues sí, desde entonces le pusieron el mote de “Chiclan”.
Al día siguiente que murió la tía, el tío se puso su traje, compró un ramo de rosas envueltas en papel celofán con moño rosa y tocó en la puerta de la casa de Hermila, la viuda de don Agenor. La viuda abrió, sonrió, tendió las manos para recibir el ramo y, muy seria, dijo: “Gracias, Epigmenio. Pero no puedo dejarte pasar”. El tío preguntó por qué. Ella dejó el ramo sobre una maceta de lavanda y dijo que todo el mundo decía que era chiclán. ¡Qué!, dijo el tío. “¿Vos también lo creés?”. Con ambas manos desabrochó el cinturón y se bajó el pantalón. La mujer cerró los ojos, pero el tío le tomó las manos y se las puso sobre sus testículos. “Toca, toca. Uno, dos, ¿ya viste?”. Ella no veía, pero dejó que sus manos tocaran generosamente el par de huevos. Dos mujeres que pasaban por ahí vieron su culo desnudo, con el pantalón a las rodillas, se persignaron y comentaron “Burro, el Epi ¡es un depravado!”. A media tarde, el apodo ya había degenerado al que ostenta hasta ahora, ya con ochenta y dos años de edad.
Ningún experto podría reconocer que su apodo ha tenido un largo camino. De ser un simple “El cinco” terminó siendo “Epi, el depra”.