miércoles, 17 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LUZ SE ESCONDE DEBAJO DE LA MESA

Querida Mariana: ¿qué hubieses pensado si nos hallás botados debajo de las mesas? ¿Que estábamos bolos? ¿Que andábamos haciendo cositas? Sólo los niños o los bolos o los que hacen cositas andan debajo de las mesas (bueno, con la excepción de quienes buscan una moneda extraviada).
La tarde del miércoles nos botamos debajo de las mesas, como parte de una actividad del Centro Comiteco de Creación Literaria. Cuando estuvimos ahí, pregunté: “¿Hace cuánto que no estaban debajo de una mesa?”. Como los participantes son muchachas y muchachos inocentes dijeron que hacía años, desde cuando fueron chiquitíos. El tío Rosendo hubiese contestado “ayer”, siempre que bebe acaba debajo de las mesas y vos sabés que bebe diario. Su justificación es que el trago le devuelve el espíritu infantil. ¡Pucha, qué pretexto tan bíblico!
A los integrantes del Centro les costó trabajo dejar la silla, apoyarse en la mesa, hincarse y luego botarse en el piso. Alejandra fue la primera (luego confesó que cuando se botó boca abajo se sintió más liviana, como si las calcetas de niña volvieran a sus pies); ya luego Carlos, Paty, Pedro y los demás hicieron lo mismo. Pregunté cuál era la sensación. ¡Uh, cuántos sentimientos vuelan debajo de esos cielos tan cercanos! Estar debajo de una mesa nos tiende un puente. Por ahí se cuela la luz de la niñez. Un día te conté que mi mamá tenía una tienda frente a la casa, vendía sombreros. En la tienda había un escritorio de madera, en el espacio para las piernas, mi amiguita y yo jugábamos. Cabíamos ajustaditos. Esa cercanía me provocaba un calor como de vapor en temazcal, me coloreaba mis mejillas, me hacía sudar y pensar en que esa penumbra tan cercana a la luz era como el panal para la abeja. Teníamos ocho o nueve años. Ella se subía la falda, bajaba tantito su pantaleta y me mostraba su cosita; luego me picaba con su dedo y me decía: “te toca”. Yo bajaba el cierre del pantalón y sacaba mi cosita. ¡Ese era todo el juego! ¡No más! Pero desde entonces supe que ese juego superaba todos los juegos del mundo, superaba al fútbol, al tenis, al trompo, a las canicas y a la comidita. ¿Por qué? Andá a saber, parece que es el único juego que se puede jugar en medio de la oscuridad. ¿Existe algún otro juego con esta característica? Ahora reviso el catálogo y no lo encuentro. Parece que los demás juegos necesitan de la luz (el ajedrez, sobre todo). Parece, entonces, que Dios inventó ese maravilloso juego de Las Cositas pensando en los niños bonitos que tienen una brasa en el corazón. Dicen que el amor es ciego, bueno, parece que el juego de Las Cositas también es ciego y no necesita más que el tacto del braille para jugarlo de mil maneras. Este recuerdo brincó en el instante en que me boté sobre el piso. Tal vez los instantes más definitorios de nuestra vida están relacionados con momentos de infancia. Hay un hilo o un aroma que nos avienta toda el agua, de porrazo.
Los integrantes dijeron sus sentimientos. Estoy seguro que se guardaron cosas. No se trata de andar por la vida divulgando los secretos más íntimos en una sesión literaria. Estoy seguro que todos (vos incluida, niña bonita) tenemos un hilo de agua enredado en el recuerdo. Germán dijo que él nunca había estado debajo de una mesa, ni siquiera de niño, pero contó que con sus primitos y primitas construyó casitas de campaña a mitad de la sala y metió una lámpara y juguetes y cuando la mamá dijo que ya era hora de dormir todo mundo se acostó en ese mínimo espacio, cerró los ojos y durmió. ¿De veras todo mundo durmió? ¿Hubo alguien que jamás apagó la luz de su mente y de su corazón y tuvo conciencia de esa cercanía de cuerpos y de almas?
A mí siempre me inquieta pensar qué pasa por las mentes de las niñas cuando acuden a una “pijamada” y se acuestan en la misma cama, con el roce de pies, muslos y pechitos. Siempre me inquieta pensar qué sucede cuando dos personas están en un elevador y la luz se va de improviso. ¿Qué piensan? ¿Qué hacen? ¿Les recorre un sudor? ¿Algún recuerdo de niño los asalta como pirata?
Ocurren cosas debajo de la mesa, cosas que no suceden cuando los niños y las niñas están sentaditos frente a la mesa, a la luz del día. La penumbra de abajo siempre es misteriosa y alimenta la brasa de la imaginación y de los sentidos; los cielos de debajo de la mesa son como el filo que corta la inocencia y da paso al germen maravilloso del prodigio y de la novedad. ¡Que Dios bendiga esos mínimos espacios y bendiga a los niños que juegan debajo de esas mesas!, esos cielos cercanos con aires en penumbra.