sábado, 6 de octubre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA PALABRA ES UNA TIUCA




Querida Mariana: Dany preguntó una vez al tío Hermilo: “tío, tío, ¿vos sabés cómo le hace la palabra para llegar desde acá hasta allá?”, y señaló su boca y luego el oído del tío. El tío, que ya se había resbalado dos o tres cervezas, comenzó a explicar algo como una tasajeada teoría del sonido, que si las ondas sonoras viajan a través de… “No, no, tío, no. ¿Qué no ves que las palabras tienen alitas?” y, como si fuese Marcel Marceau, a sus manos les dio alas y las movió con el mismo ritmo y en la misma dirección con que las garzas cruzan, muy de mañana, el cielo de Comitán.
¿Habrá -niña bonita- algo más prodigioso que el misterio de la palabra? Porque la palabra no sólo posee alas, también posee ¡aire! Una tiuca, en el vacío, se desplomaría como se desplomaron las Torres Gemelas. Es el aire el que sostiene al ave. Si los hombres tuviésemos más aire ¡volaríamos! Volaríamos como las garzas. No sólo eso, también “chiflaríamos” como las tiucas. Los hombres que anhelan el vuelo no saben que no necesitan alas ¡necesitan aire! El aire es lo que infunde vida a la palabra y es a través de ésta que los hombres volamos.
¿Por qué Don Chico que vuela, de Laco Zepeda, se dio tremendo zapotazo? No fue por el peso de los encargos, ni por la fragilidad de sus alas, no, ¡no!, fue porque le faltó aire. Por esto, a diferencia de Don Chico que vuela, la palabra es como un papalote, como un cachetón globo aerostático. ¡Y vaya que la palabra lleva lastre! ¡Ah, millones de personas le colgamos pendejada y media! ¿Has visto cómo las palabras cargan intrigas, miedos, temores, frustraciones, hendijas, hilos negros, pozos con fondos renovables, tirabuzones y corchos de piedra? Y sin embargo ¡vuelan! Vuelan como si fuesen cristales líquidos, como si fuesen algodones de París. ¿Por qué lo hacen? ¡Porque están llenas de aire!
Y aire es lo que sobra en nuestro pueblo. El viento Sabines se preguntó (Sabines ¡el poeta!): “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán, en mayo, en la quietud, en la frescura, en el aire?”. Un poco como decir: ¿Dónde el vuelo, dónde la palabra, rama del pájaro del aire?
Acá, en el cielo y en la tierra y en todo lugar, la palabra alcanza un aire de aire. En Comitán, pueblo mágico, la palabra es un camino de luz, piedra para el descanso, hamaca para el sueño y para el aire. Sí, el aire está en cada sonido que se pronuncia, en cada cotz que gritamos al amanecer, ya medio bolos, ya medio enamorados, ya medio convencidos de que la vida está cifrada en la palabra y totalmente convencidos de que la palabra es la que nos genera la vida. Por esto luchamos con denuedo para que los cielos estén limpios. Somos un poco como esos limpiadores de estrellas, de Cortázar. Cada madrugada, después de tomar un cafecito, trepamos a la escalera y damos brillo al camino de luz, ¡a la palabra!
La palabra sublime, la suprema, la que hace luz en la telaraña oscura, está de regreso. Hoy y mañana, en el Teatro de la Ciudad, algunos de los mejores oradores del país participarán para alcanzar los tres primeros lugares del Concurso Nacional de Oratoria Dr. Belisario Domínguez.
Todos los comitecos hacemos buches de agua limpia al mencionar el nombre de Belisario Domínguez, sabemos que estas dos palabras no son simples mariposas revoloteadoras. Lo sabemos, ¡estas dos palabras son aves más altas! ¿Vuelan tan alto como papalote? ¡No, vuelan más alto! ¿Como cumbre de Everest? ¡No, más alto! ¿Como nube? ¡No, más, más alto! ¿Como sueño? No, vuelan como la sonrisa de niño, como el deseo de la muchacha bonita, como el hilo más fuerte del anciano; vuelan como el fuego más emocionado. Nos sentimos orgullosos de Belisario, por esto, año a año, los comitecos esperamos el Concurso. Acudimos al Teatro, como si fuésemos peregrinos, como si fuésemos los hombres y mujeres que buscamos El Paraíso; caminamos como si camináramos el Camino a Santiago, lo hacemos libres de cargas y de culpas. Sabemos que ahí, en el escenario, la palabra tiene su lugar de preeminencia, ahí, en un recinto cerrado, la palabra rompe cadenas y vuela como si lo hiciera en el cielo más alto, como si lo hiciera a mitad del patio, bajo el chorro de luz del sol y con el cobijo del azul más amado.
Los participantes del Concurso saben que no hay limitantes. Su palabra la enredan como quieren, donde quieren. ¿Qué opinan acerca del tema de la Educación en México?, por ejemplo. Quien se acerca a la urna del sorteo y saca el papelito que le asigna tal tema, sube al pódium y, como si estuviera en la cima más alta, ¡suelta su palabra!, lo hace con el convencimiento de que la palabra es como el agua que, necia, terca, abre un hueco en la piedra. No falta el compa (¡qué bueno!) que insiste en decir que las autoridades son sordas y no escuchan. ¿Quién le dijo a este compa que el vuelo de la palabra es para el muro, en caso de que así sea? La flama de ese fogón es para incendiar otros corazones. La palabra que los jóvenes participantes enuncian es para embarrarla en el espíritu de los comitecos que acuden a escucharlos; es para que en su mente se haga la luz. ¡La palabra transforma! Su labor comienza en el instante en que los jóvenes aprehenden esos gajos que abren su corazón como si fuese un fruto del árbol más preciado. Se trata de que la palabra llegue al oído de hamaca y al espíritu dispuesto, se trata de decir que el aire está en el corazón de cada uno de quienes asisten al Teatro a disfrutar del hilo que da vuelo al papalote. Por esto, mi niña bonita, ¡por esto!, los comitecos acuden a escuchar a los participantes del Concurso (este año, igual que el anterior, el acto celebratorio comenzará a las cuatro de la tarde. Sábado 6 y domingo 7 de octubre. La entrada ¡es libre! ¡Faltaba más!).
¡Agua!, pide el niño; ¡agua!, pide el enfermo; agua, el preso; agua, el hombre que cae sobre la duna del desierto. ¡Agua!, pedimos también los que tenemos sed de una patria mejor. ¿Cómo se logra formar ésta? ¡Yo que voy a saber, mi niña de aire, mi niña de viento, mi niña hecha de la palabra más tierna! Pero, creo, un buen camino es pensar qué clase de país queremos y luego de haberlo pensado ¡decirlo! Decirlo para que la palabra haga su labor de hormiga y lleve hojitas al nido donde la luz estalla. ¿Mirás? ¿Oís? ¡La palabra es generadora de luz, aún en medio de la más oscura piedra!
Y bueno, dirás vos: “¿Qué pasa con la palabra llena de mierda?”. ¿Qué pasa con la palabra que decimos para enlodar al otro?, esa palabra que lleva puñales de deshonra y de envidia. ¿Qué pasa con la palabra que, vestida de oveja, es un lobo con alas de polvo? ¡Nada y todo! Esa palabra, también, en lo íntimo, es una palabra que define el universo. ¿Te han dicho palabras con espina de nopal? ¿Te han tocado, mi niña? ¡No! Y no lo han hecho porque antes de que lleguen a tocar tu árbol, vos sacudís tus hojas secas. Cuando la palabra estúpida llega al redondel de tu aura llega disminuida en su coraje, porque vos la transformás en una palabra pura, intocada, porque intocada sos vos, niña Ave María.
La palabra, igual que la luz, no da vuelta en la esquina. A mí, cuando alguien me dice pendejo pienso que pendejo, originalmente, es pelo del pubis y sé que no soy eso, entonces río, río mucho y juego. Doy gracias a Dios porque el hijo del gran pubis me dijo pendejo. Imagino que soy un pelo y dejo mi cueva y subo por el pecho y llego a mi cabeza donde, ¡oh, prodigio!, los cabellos no son tan chinitos y juego a platicar con los cabellos (menos negros, menos enredados) y sé que al jugar ronda con los hilos más altos de la montaña me convierto, soy como un vencedor de la cumbre más alta. ¿Pendejo? ¡No, niña de mis vientos! ¡Soy un ala, un hilo de luz! El aire me inunda y juega conmigo, conmigo que soy un simple hilo que subió, subió. Siempre en ascenso. El pendejo más pendejo puede elevarse y dejar la cueva oscura y convertirse en orla de la cumbre más alta. Todo, con el prodigio de la palabra y del aire que infunda el aire del aire.
Aún la palabra que está botada, la que reposa en el suelo, tiene la dignidad del aire. La palabra que está escrita en un pedazo de papel sucio, la que (como en el parque de San Sebastián) está enredada en la cercanía de las raíces de los árboles, la que se encarama en las paredes de los santuarios y la palabra que corre sonriente en las plazas ¡es la cuerda más dulce de nuestro arco!
¿Y cuando la palabra se trepa en la rueca de la demagogia, qué pasa? ¡Nada y Todo! Nada, porque el hombre sabio reconoce su espejismo y la convierte en polvo; Todo, porque el hombre sabio la vuelve rueca para torcer el hilo de la luz y de la ciencia.
La palabra inventa a Dios y éste inventa la palabra. ¿Quién fue primero? ¿Fue primero Dios o primero la palabra? La palabra origen también está emparentada con la palabra final y la palabra eternidad es la cuerda que une ambos conceptos. Dios es eterno porque eterna la palabra y Dios existe porque, a diario, tocamos la pared que contiene la palabra.
¡Que la palabra vuele! ¡Que nos toque con su espiga de aire!

Posdata: Marianita de todas las ventanas, participantes y jurado ¡son de lujo! Es un lujo que Comitán se merece. Viene doña Alicia Pérez Salazar de Muñoz Cota (esposa del poeta y enormísimo orador: José Muñoz Cota). Saludaremos a Mario Uvence (Campeón Nacional de Oratoria y -al decir de muchos- el mejor Director que ha tenido Coneculta-Chiapas en toda su historia. Andrés Fábregas Puig, digo yo, fue el mejor Director del Instituto Chiapaneco de Cultura, antecedente del Coneculta). Todos amigos de Comitán: José Monroy, René Palavicini, Francisco Aquino, el comiteco Julio Gordillo Domínguez, el buen amigo Alexander Domínguez (novelista, también). ¿Qué creés? Tendremos la oportunidad de saludar al demiurgo de Yayagüita: Polo Borrás. Manuel del Riego (ah, qué apellido tan acorde con el prodigio de la palabra), Patricia Elena Rodríguez, Luis Antonio Godina, Óscar Juárez, Osvaldo Juárez, Fernando Valdez, José Manuel Álvarez y Ciro Mendoza completan la relación de integrantes del Honorable Jurado, ¡Honorabilísimo!
Los comitecos mencionan a este Concurso como una Fiesta de la Palabra. Sí, Marianita de todos los círculos del cielo, habrá un guateque de aire, una epifanía de luz. Como decía Saborío: ¡allá nos vemos! Hoy y mañana, a partir de las cuatro de la tarde, en el Teatro de la Ciudad. ¿Entrada? ¡Libre!
Ah, pobre tío Hermilo, él, medio bolo, tratando de dar explicaciones racionales y científicas. Nunca se dio cuenta que Dany tenía razón: las palabras van de acá para allá porque ¡tienen alitas!