viernes, 5 de octubre de 2012


PARA LA ALACENA

I.- Comenzaron con el juego de palabras: ¿Trajo traje? No, dijo él, porque no nado nada. Ella, entonces abrió la blusa, mostró la luz de sus pechos y él segó su ceguera y bebió la luz del campo.

II.- Fueron al Museo y jugaron el juego de los espejos. Frente al Grito de Edvard Munch, se llevaron las manos al rostro, abrieron los ojos y la boca. Al salir se dieron cuenta de que habían quedado mudos. Regresaron. Aún siguen, en la duela de la Sala del Expresionismo, buscando sus palabras, sus sonidos.

III.- “Acá está la lluvia”, dijo ella. El hombre buscó el paraguas, lo abrió y se cubrió con él. Ella se dio cuenta que no era el amado conveniente y echó a andar en busca del hombre que ame caminar sobre su cuerpo debajo de la lluvia.

IV.- “Acá está la lluvia”, dijo ella. “Sí”, dijo él y bajó la ventana y vio llover detrás del cristal. “Ah –pensó ella- mi mamá no me vacunó de los pendejos”.

V.- Las mujeres (¿lo han visto?) siempre se ven más bellas detrás de los cristales. Sobre todo, dice mi prima Martha, detrás del cristal de un zafiro.

VI.- Para enamorar a sus amadas buscaba versos de canciones famosas. “Tus labios de rubí” decía él y la mujer se rendía. “Voy a apagar la luz para pensar en ti”, dijo y ella gritó: “Ni te atrevas, estoy chateando”.

VII.- “Acá está la lluvia” dijo ella. Él fue en busca de un balde para juntar agua. Ella dijo: “De balde, tanta luz ¡de balde!”

VIII.- ¿Cómo te enamoraste de ella?, preguntó el amigo al hombre a punto de divorciarse. “Me cerró el ojo”, dijo él. Ah, dijo el amigo, y le puso un trozo de hielo en el ojo que ella le cerró por el golpe.

IX.- “¿Me das de tu lumbre?”, preguntó el hombre, con el cigarro en la mano, a la mujer que fumaba. Ella abrió su blusa, mostró sus pechos iluminados y dijo: “Alúmbrate de mi brasa”.

X.- La niña salía de casa todas las mañanas. Bajaba las gradas de dos en dos, caminaba por la banqueta, sin pisar una rayita. Cuando regresaba su mamá preguntaba: “¿Por qué tardaste tanto?”, y ella, sonriente, pronunciaba las sílabas de dos en dos y sonreía, sin pisar la rayita del tedio.

XI.- “Adiós”, dijo él. “Adiós”, dijo ella. El auditorio se puso de pie y aplaudió como nunca. Era el final de la obra. Él pensó: “Hmmm, con qué poco se conforman”.